Madrid

El cardenal Cobo recuerda a los sacerdotes en la Misa Crismal: «Hemos sido ungidos para hacer sentir a todos la ternura de Dios»

El presbiterio de Madrid estaba convocado este Martes Santo, 15 de abril, a la Misa Crismal en la catedral de la Almudena, a las 12:00 horas. Pero desde una hora antes ya iban llegando sacerdotes, porque la de hoy era una de las celebraciones más significativas del año. En ella renuevan sus promesas sacerdotales y concelebran con el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, en una manifestación muy fuerte de la comunión de los presbíteros con su propio obispo.

«Es una maravilla el que podamos encontrarnos», ha expresado el cardenal Cobo al comienzo de la celebración, ante los más de 800 sacerdotes que se han congregado y que ha llevado al arzobispo a exclamar un elocuente «otro año se nos hace pequeña la catedral». «Gracias por decir que sí —ha continuado—y gracias por celebrar hoy tantos síes que damos a lo largo del año».

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Junto al cardenal Cobo, que presidía la Eucaristía, estaban los cardenales Antonio María Rouco Varela y Carlos Osoro, ambos arzobispos eméritos de Madrid, así como los obispos auxiliares de la diócesis Juan Antonio Martínez Camino, José Antonio Álvarez y Vicente Martín. Igualmente han estado presentes Adolfo González Montes, obispo emérito de Almería, Luis Tineo, obispo emérito de Carora (Venezuela) y José Luis del Palacio, obispo emérito de la diócesis del Callao (Perú).

En el coro resonaban las voces de los niños de la Escolanía del Escorial, acompañando musicalmente una liturgia que solo se ha visto interrumpida en su austeridad de la Semana Santa por el canto del gloria. «Nos habéis enseñado a rezar con la música», les ha agradecido el arzobispo de Madrid al concluir la celebración.

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«Abrid las ánforas» del bautismo, del discernimiento comunitario y de la esperanza

La proclamación del Evangelio de Lucas, que narraba las palabras de Jesús en la sinagoga tomadas del profeta Isaías, daba paso a la homilía del arzobispo. Ha pedido que «se renueve en nosotros esta misma unción para continuar la misión de Cristo, esto es, «somos ungidos para hacer sentir a todos la ternura de Dios» porque «nuestro pueblo sigue necesitando sanación».

Una unción que es asimismo, ha resaltado, para construir puentes, para sembrar concordia, para anunciar esperanza. También entre el propio presbiterio, y así ha asegurado que «necesitamos la unción de la unidad para solucionar nuestros conflictos y roces, siempre desde la verdad de la Eucaristía», desde el Maestro, ha recalcado.

En este punto, el cardenal ha presentado a los sacerdotes «tres sencillas ánforas», tres «perfumes de la unción que hemos recibido». La primera, el ánfora del Bautismo, «que estamos subrayando este curso», con una mirada especial hacia los laicos. «Nuestra vocación nace de la suya, se enraíza en su fe sencilla y se sostiene en su oración silenciosa».

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La segunda ánfora es la del discernimiento comunitario, que «lleva a no tomar las decisiones solitariamente», porque «somos miembros de un mismo Cuerpo». Consejos parroquiales, sacerdotes, arciprestazgos, «todos unidos en un discernimiento que nos está llevando directamente al corazón de la sinodalidad».

La tercera ánfora contiene «el perfume más necesario estos tiempos: la esperanza». Así, este año jubilar, «año de gracia del Señor», es una oportunidad «para volver a decirle a este mundo que no todo está perdido, que Dios no se ha ido».

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«Seguid remando juntos, en nuestra barca está presente el Ungido por el Espíritu del Padre»

El cardenal ha alentado a los presentes: «Vamos a llevar a nuestras parroquias el alma renovada». Y ha insistido, ya prácticamente al finalizar su homilía, que «es un gozo veros». Así, ha querido poner en valor el bien que en muchas ocasiones se hace en silencio, y les ha hecho a los sacerdotes una invitación: «Seguid remando juntos, en nuestra barca está presente el Ungido por el Espíritu del Padre».

El arzobispo ha concluido recordando las palabras del mismo Jesucristo: «Seguid escuchando “estoy con vosotros, no tengáis miedo, echad juntos las redes”».

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Renovación de promesas y bendición de los óleos

Tras la homilía, los sacerdotes han procedido a renovar sus promesas sacerdotales. Los «sí, quiero», resonaban con fuerza en un templo en el que también se habían congregado numerosos laicos. Como Matilde, que no se pierde una Misa Crismal «por mi vocación de Iglesia». Sentada casi al final del templo, aseguraba que «hoy es una celebración eclesial de mucha importancia».

Igual que Pilar, Misionera Franciscana de la Natividad, cuyo objetivo prioritario es mostrar la cercanía a los presbíteros, «hay que acompañarlos». Además, en Carabanchel, donde está su comunidad, «al cardenal se le quiere mucho». Parecía que a ellas en persona se dirigía el cardenal Cobo en su homilía cuando ha dicho «gracias a los que habéis venido a abrazar a los sacerdotes».

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Era este un día «muy bonito», recalcaba el párroco de Santa María del Pinar, Pedro Pérez, «de fraternidad», al que también se han sumado sacerdotes que no son de la diócesis de Madrid pero que están en ella circunstancialmente. Tal es el caso de Francisco Katimba, de Angola, que lleva cuatro años estudiando aunque pronto regresará a su país poque «hay trabajo allí, hay que servir». «Hoy es un día de compartir experiencia de vida y ministerio», en el que «en unión con el obispo nos configuramos con Cristo».

Este «signo de comunión de toda la Iglesia de Madrid» lo destaca también Álex Hernández, párroco de Nuestra Señora de Valvanera, en San Sebastián de los Reyes, quien añadía la importancia de la recepción de los óleos, «que hacen que la Iglesia toda pueda gozar de los sacramentos» y presentar de una «manera certera» el signo de la Muerte y Resurrección de Jesucristo.

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Efectivamente, los sacerdotes se llevan de vuelta a sus parroquias el óleo de los catecúmenos, el óleo de los enfermos y el santo crisma. El cardenal Cobo ha bendecido el primero pidiendo para los catecúmenos, tal y como indica la liturgia, «aumentar la valentía en el combate de la fe», para que así «vivan más hondamente el Evangelio de Cristo». También el de los enfermos, para que con este aceite «sientan en el cuerpo y en el alma» la «divina protección» de Dios y «experimenten alivio en sus enfermedades y dolores».

Además, ha consagrado el óleo para el santo crisma, con el que se ungen los nuevos bautizados, los confirmandos, las manos de los nuevos presbíteros, la cabeza de los nuevos obispos y las iglesias y los altares en su dedicación, para «que sea sacramento de la plenitud de la vida cristiana». Es un aceite mezclado con perfume de nardo sobre el que el arzobispo de Madrid ha soplado –signo de la presencia del Espíritu Santo, insuflando su aliento–. Así, el ungido con el santo crisma es signo del buen olor de Cristo y de la nueva vida en el Espíritu.

Los presbíteros se han sumado al obispo en la consagración del santo crisma extendiendo una mano, manifestando la unidad en el mismo sacerdocio de Cristo.

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Semana Santa

La Misa Crismal se realiza en Madrid el Martes Santo ya que este día es más fácil que clero y Pueblo puedan reunirse con el obispo frente al Jueves Santo —día tradicional para esta celebración—, por los preparativos de la Cena del Señor.

Como explica antes del comienzo el párroco de los Santos Inocentes, Rafael Pérez, «la celebración de la Cena del Señor es la prolongación de la Misa Crismal» porque en cada parroquia se vive «lo mismo que vivimos» en la catedral de la Almudena «junto con nuestro obispo».

Al concluir la celebración, previo a la comida fraterna a la que estaban invitados todos los sacerdotes en el Seminario Conciliar de Madrid, el cardenal Cobo les ha insistido en su agradecimiento: «Gracias por sostener a esta Iglesia diocesana». Y ha exclamado un rotundo «hoy podemos decir que merece la pena ser cura». 

Las celebraciones de la Semana Santa en la catedral continúan el Miércoles Santo, con el Vía Crucis diocesano a las 19:00 horas.

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Homilía integra del cardenal José Cobo en la Misa Crismal

Agradezco vuestra presencia en esta eucaristía tan significativa. Un año más como presbiterio de nuestra Iglesia diocesana, venimos a agradecer el don del sacerdocio y a renovar juntos la entrega de nuestras vidas al servicio de este pueblo de Dios sacerdotal que peregrina en Madrid.

Gracias a todos los miembros del pueblo de Dios que hoy nos arropáis, laicos y laicas, consagrados, consagradas, que impulsáis nuestro ministerio y nuestras vidas y os comprometéis desde la dignidad bautismal en esta única misión evangelizadora que compartimos.

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.

Son las palabras del Profeta Isaías que Jesús lee en la Sinagoga de Nazaret, y que nos narra el evangelista Lucas como el primer ministerio de Jesús en su vida pública, después de la experiencia del desierto y el bautismo. Es el texto que se proclama cada año en la misa crismal. Jesús hace suyas estas antiguas palabras del profeta Isaías. Unas palabras que cada uno de nosotros puede hacer ahora nuevas y decir en verdad. Todo bautizado, todo sacerdote, todo obispo puede hacerlas suyas, porque el mismo Espíritu que nos ha ungido en el bautismo, en la confirmación, en la ordenación sacerdotal. Es el mismo Espíritu con el que el Padre unge al Hijo; el mismo Espíritu que descendió sobre los apóstoles en Pentecostés y les hizo comprender lo que no habían entendido, les cambió la vida, les envió a anunciar el evangelio al mundo entero como testigos hasta dar la vida.

En esta celebración, pedimos que se renueve en nosotros esta misma unción para continuar la misión de Cristo: ungidos por el Espíritu para ungir al mundo con amor.

Sí, hemos sido ungidos y enviados a ser cauces de esta única misión en la que Cristo sigue empeñado. En la oración de consagración del crisma pediremos a Dios Padre “que se digne bendecir y santificar el ungüento para que aquellos cuerpos que van a ser ungidos con él sientan interiormente la unción de la bondad divina…”

Somos ungidos para hacer sentir a todos la ternura de Dios. A los cercanos y a los lejanos, a los que creen y a los que dudan, a los sanos y a los heridos por la vida. Porque nuestro pueblo sigue necesitando sanación, escucha, acogida, reconciliación. Hay heridas que solo se curan con presencia compasiva, con gestos sencillos de paz.

Es a esta realidad a la que somos enviados a llevar la unción de la bondad divina. Unción que hemos recibido no para dividir ni imponer. Es para construir puentes donde otros levantan muros, para sembrar concordia donde hay polarización, para anunciar esperanza allí donde reina el desencanto.

También somos ungidos y enviados a nuestro propio presbiterio. Necesitamos abrir el ánfora de la unción del Espíritu de la unidad y la comunión entre nosotros. A veces eso cuesta, pero necesitamos que, por medio de cada uno de nosotros, hoy se extienda la fragancia de la unidad en el amor; y su aroma llegue a nuestros corazones, a nuestros encuentros, a nuestros consejos pastorales, familias y comunidades. Necesitamos la unción de la unidad con la disponibilidad de cada corazón ungido.  

Unción también para solucionar nuestros conflictos y roces, siempre desde la verdad de la Eucaristía que compartimos. Es la que nos ayuda a poner en la patena esos conflictos y poder solucionarlos desde el amor entregado del Maestro y solo bajo su mirada, y no como lo hace nuestro mundo.  

Por todo eso hoy renovamos nuestras promesas sacerdotales, y pedimos la gracia de la fidelidad al don recibido en esta Iglesia diocesana concreta. La unción permanece en nosotros y nos imprime carácter. A nosotros se nos pide permanecer en ese amor que se nos ha regalado. Permaneciendo seremos ciertamente consolados, se llenará de gozo nuestra vida, y la alegría nos abrirá sus puertas, más allá de la fatiga, del cansancio de la tarea y las dificultades de cada día.

Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él.

Al renovar nuestras promesas sacerdotales, os invito con sencillez a no perder la mirada de nuestra tarea en Cristo. Sin distracciones, pero no lo hagamos solos: unámonos a esa nube de testigos de la que habla la Carta a los Hebreos. (cf. Hb 12,1-3) Es nuestro pueblo fiel, que participa del sacerdocio de Cristo por el bautismo y nos acompaña con su fe y su esperanza.

Mirando a Cristo a través de su pueblo, me atrevo a presentaros tres ánforas de este óleo que quiero pediros abrir, para que su perfume siga llegando a nuestra diócesis. Son tres perfumes de la unción que hemos recibido y que, si las abrimos, pueden llenar de fragancia nuestras comunidades. Son símbolos vivos de lo que somos y de lo que estamos llamados a renovar:

1.- El ánfora del bautismo que estamos subrayando este curso. Os pido seguir ayudando, desde nuestro ser pastores, a profundizar en el bautismo a cada miembro de la Iglesia y, en especial, de los laicos para que reconozcan su dignidad.

Pongamos nuestro corazón sacerdotal en medio de ese pueblo sacerdotal que se nos confía, para que acoja con fuerza y creatividad su bautismo y la llamada a ser parte de la evangelización. Sabiendo que nuestra vocación nace de la suya, se enraíza en su fe sencilla y se sostiene en su oración silenciosa.

2.- El ánfora del discernimiento comunitario. Esta es la que nos habla del perfume del discernimiento compartido. La unción que recibimos no nos separa ni nos eleva. Al contrario, nos entrelaza, nos implica unos con otros.

Tampoco la misión que se nos ha confiado es fruto de nuestros planes, sino de un envío que nos supera. Por eso, necesitamos continuar trabajando, codo a codo, con las comunidades cristianas y con los sacerdotes cercanos, siempre al servicio de nuestro pueblo fiel.

El discernimiento lleva a no tomar decisiones solitariamente, sin dar razones o sin escuchar a los otros. En cada diócesis no somos islas ni piezas separadas de un gran rompecabezas. Saboreamos y  acogemos que “somos miembros de un mismo cuerpo, miembros los unos de los otros.” (cf. Rom 12,5).

Es por eso que, amasados en la misma unción, quedamos implicados con nuestros consejos, con los sacerdotes de nuestros equipos parroquiales y con los del arciprestazgo para escuchar, unos con otros, la voluntad de Dios en cada momento. Este discernimiento nos está llevando directamente al corazón de la sinodalidad, a un nuevo modo de mirar la pastoral, no como gestión de tareas, sino como escucha conjunta del Espíritu que habla en medio de su Iglesia.

3.- La tercera ánfora es la del perfume más necesario de este tiempo: el ánfora de la esperanza. El evangelio de Lucas nos recuerda que Jesús fue ungido para “proclamar el año de gracia del Señor”.

Este año jubilar, que el Papa Francisco ha querido dedicar a la esperanza, es una oportunidad providencial para que volvamos a decirle al mundo que no todo está perdido, que Dios no se ha ido, que la gracia sigue brotando. “La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones.” (Rom 5,5) y así anunciamos que “Jesús es nuestra esperanza.” (1Tim 1,1)

Y ahora, hermanos, abramos las ánforas como tan bien sabéis hacer. Dejemos que su perfume nos invada. No nos limitemos a llevar los óleos a nuestras parroquias: llevemos también el alma renovada, la fe encendida y la alegría de estar juntos y ungir.    

Queridos hermanos sacerdotes, es un gozo veros. Gracias por acoger la unción con disponibilidad para servir al pueblo santo de Dios.  En este momento quisiera tener un recuerdo lleno de afecto y agradecimiento a los hermanos sacerdotes que, por su edad o por la enfermedad, no pueden estar aquí con nosotros en esta celebración. Siguen ungidos por el don imperecedero del Espíritu y, como miembros de este presbiterio, participan con su testimonio de vidas orantes y ofrecidas en oblación a la voluntad de Dios, en la misión de anunciar el evangelio de Jesús, en esta Iglesia de Madrid. Gracias por ellos.

Y a todos vosotros, gracias por vuestro testimonio y el bien escondido que hacéis a tantos. Gracias por vuestro ministerio que con frecuencia realizáis con poco reconocimiento y con viento contrario. Seguid remando juntos, en nuestra barca está presente el Ungido por el Espíritu del Padre. Y sigamos escuchando sus palabras: estoy con vosotros, no tengáis miedo, echad las redes.      

Martes Santo: Traslado del Cristo de los Alabarderos, un momento de gran devoción y fervor

Este Martes Santo, a las 19:00 horas, tendrá lugar el traslado del Santísimo Cristo de la Fe desde la Iglesia Catedral de las Fuerzas Armadas (Sacramento, 11) hasta el Palacio Real. Este acto procesional recorrerá calles históricas como la calle Mayor, Bailén y la Plaza de Oriente, culminando en la entrada al Palacio Real por la Puerta del Príncipe.

La Guardia Real, fiel a una tradición que data de 1743, acompañará a la imagen, otorgándole el icónico apelativo de “Cristo de los Alabarderos”. Este evento es un momento de gran devoción y fervor, en el que cientos de fieles se congregan para acompañar a la imagen en su camino hacia el Palacio Real, en preparación para la procesión del Viernes Santo.

Viernes Santo: La Estación de Penitencia

El 18 de abril, Viernes Santo, las calles del centro de Madrid se llenarán de recogimiento con la Estación de Penitencia, que comenzará a las 19:00 horas en el Palacio Real y culminará pasada la medianoche en la Iglesia Catedral de las Fuerzas Armadas. Este acto, profundamente arraigado en la tradición madrileña, es una oportunidad única para experimentar la devoción y el respeto en torno a la imagen del Cristo de los Alabarderos.

Los fieles podrán visitar la imagen antes de la procesión en el Palacio Real el Viernes Santo, de 10:00 a 13:00 horas.

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Horario y Recorrido

El itinerario de la procesión:

   19:00h – Salida desde el Palacio Real (Puerta del Príncipe).

   19:50h – Catedral de la Almudena.

   20:25h – Iglesia Catedral de las Fuerzas Armadas.

   21:15h – Plaza de la Villa (encuentro con la Virgen de los Siete Dolores).

   22:00h – Plaza Mayor

   22:25h – Puerta del Sol (encuentro de hermandades con presencia de Lignum Crucis).

   00:40h – Entrada en la Iglesia Catedral de las Fuerzas Armadas.

CROQUIS RECORRIDO PROCESION VIERNES SANTO 2025

La parroquia Virgen del Mar celebra un triduo como preparación a la fiesta de la Divina Misericordia

La parroquia Virgen del Mar, santuario diocesano de la Divina Misericordia (calle Peones, 3 – San Blas), ha organizado un triduo de preparación para la fiesta de la Divina Misericordia, que se celebra en la Octava de Pascua. Se desarrollará del 24 al 26 de abril:

Jueves 24 de abril

  • 17:30 h. Meditación a cargo de la hermana Francisca Picón Zambrana, religiosa de la Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús

  • 19:00 h. Eucaristía

Viernes 25 de abril

  • 17:30 h. Meditación a cargo de Ángel Moreno Sancho, misionero de la Misericordia y sacerdote de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara. Capellán del Monasterio Cisterciense de Buenafuente del Sistal

  • 19:00 h. Eucaristía

Sábado 26 de abril

  • 17:30 h. Meditación a cargo de la hermana Rosario Navas Sacedón, Hija de la Caridad y coordinadora del Arciprestazgo de San Blas en los proyectos EASE y Materno

  • 19:00 h. Eucaristía

Fiesta de la Divina Misericordia

Domingo 27 de abril

La iglesia abrirá sus puertas a las 9:00 h y acogerá Eucaristías a las 11:00 h y a las 12:30 h.

Además, se celebrarán los siguientes actos:

  • 15:00 h. Exposición del Santísimo

  • 18:00 h. Vía Lucis de la Misericordia

  • 18:45 h. Coronilla a la Divina Misericordia

  • 19:30 h. Eucaristía

La iglesia cerrará a las 21:00 h.