Madrid

El cofrade Enrique Guevara proclama un pregón de Semana Santa cargado de fe y emoción: «Creo en quien sabe buscar a Cristo a través de la fe popular de Madrid»

El conocido cofrade madrileño Enrique Guevara, director de la revista anual de la Semana Santa madrileña y autor de numerosos libros, ha sido el encargado de pronunciar este sábado el pregón de la Semana Santa 2025 en Madrid. Con él, la diócesis ha quedado convocada a celebrar la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo acompañando al Señor y a la Virgen en sus salidas procesionales por las calles, desde el Viernes de Dolores hasta el Sábado Santo. La catedral de la Almudena ha acogido la proclamación del pregón con la intervención además de la Banda procesional de la Cofradía de Jesús el Pobre.

Madrid ha dado comienzo así a su Semana Santa con el tradicional pregón. Un acto que ha contado con la presencia de Vicente Martín Muñoz, obispo auxiliar de Madrid, quien ha destacado la importancia de este inicio para el camino de fe de los madrileños. «¡Qué bueno caminar juntos e iniciar de esta manera los pasos con los que acompañamos a Cristo!», ha expresado el obispo auxiliar, resaltando además el papel de la Agrupación Musical de Jesús el Pobre, que abrió el acto. «¡Qué bonito y qué bien suena esta agrupación! Gracias por vuestra presencia, gracias por desear que la Semana Santa en Madrid tenga vida».

Durante su intervención, el obispo auxiliar ha subrayado el esfuerzo de las hermandades y cofradías, que este año han modificado su recorrido para hacer estación de penitencia en la Catedral de la Almudena, fortaleciendo así la comunión con el arzobispo de Madrid que «desea que esta catedral sea lugar de encuentro»: «Entre todos damos vida a esta semana de pasión, en la que sufrimos con Cristo, pero también recibimos de Él vida y esperanza». El obispo auxiliar ha felicitado al pregonero por su labor y ha reconocido el esfuerzo de las hermandades, los cofrades y el Ayuntamiento de Madrid en la organización de estos actos. «Espero que con vuestro trabajo y esfuerzo hagáis posible que todo esto tenga sentido», ha afirmado., ha concluido su saludo el obispo auxiliar.

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En la introducción del pregón, Enrique Guevara ha subrayado como la Cuaresma es «un tiempo de ensimismamiento, una vía purgativa y penitencial […] el tiempo de los lirios morados, de los atardeceres más tardíos, del peso de nuestras imágenes sobre el mismo suelo que pisamos y de los alborotos en la sangre de la vida […] el tiempo que gobierna las vísperas del gozo en que estamos inmersos

Desde la evocación de su infancia, con imágenes de túnicas «que les quedaban cortas» y penitentes descalzos, «una niñez y una adolescencia de palmas rubias y ramas de olivo que cruzaban por cuatro calles alrededor de una parroquia», hasta la grandeza que han alcanzado hoy las procesiones madrileñas, Guevara ha trazado un recorrido sentimental que conecta la memoria con el presente.

El pregón también ha rendido homenaje a las cofradías de vísperas, que el Viernes de Dolores ya inundan las calles de Madrid con sus cortejos procesionales, especialmente en barrios como Puente de Vallecas y El Pozo: «En ese instante del Viernes de Dolores, -ha señalado Guevara- tan de frontera, tan de umbral, tan de último peldaño, todo parecerá haber alcanzado la madurez justa para que caiga el fruto del árbol». Con la solemnidad de un anuncio esperado, el pregonero ha cerrado su introducción recordando la antigua fórmula con la que se notificaban los grandes acontecimientos: «De orden del señor alcalde se hace saber…».

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Enrique Guevara ha abierto así su pregón con un emotivo agradecimiento al cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, «agradezco enormemente este honor por el visto bueno dado sobre mi nombramiento como pregonero», así como a Jesús Junquera, las cofradías, Jesús Romero, «amigo y hermano», a José Manuel Morena y su propia hermandad, subrayando la importancia del apoyo recibido. También resaltó su vinculación con el Señor del Gran Poder y la Esperanza Macarena, mostrando el profundo sentimiento cofrade que marcó su discurso.

En su pregón, Enrique Guevara ha proclamado un emotivo 'credo cofrade', en el que ha expresado su fe en Dios y en la Semana Santa de Madrid, resaltando la importancia de las cofradías, la devoción popular y las imágenes que cada año despiertan fervor en los fieles. «Creo en quien sabe buscar a Cristo a través de la fe popular de Madrid y sus cofradías», ha afirmado Enrique, haciendo un recorrido por la esencia de esta celebración y su arraigo en la ciudad.

«Creo en quien espera, solo espera, se calla y espera para irse detrás de Jesús Nazareno El Pobre cada Jueves Santo, porque… ¿quién es capaz de explicar las promesas tras un Cristo? ¿Quién le busca su sentido? ¿Quién pone cota a la fe o explica los padresnuestros que moran en San Isidro ante el Señor del Gran Poder?».

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Tras el “credo cofrade”, Enrique Guevara ha ofrecido además una evocación del Domingo de Ramos, resaltando su carácter efímero y a la vez eterno en el corazón de los cofrades. Con un tono apasionado, ha estacado momentos clave como la salida del paso de la Borriquita desde la catedral, la solemnidad del Cristo con túnica blanca y la gran novedad de este año: el estreno del paso de palio de María Santísima de la Anunciación: «Será ahí cuando Madrid vuelva a sentir el escalofrío de la verdad mejor guardada».

Enrique Guevara también ha querido poner en valor el esfuerzo de generaciones de cofrades que han trabajado por la recuperación y el fortalecimiento de la Semana Santa madrileña: «Llegar a lo que hoy es nuestra Semana Santa ha costado, y seguirá costando, muchos sacrificios, muchos empeños privados y colectivos, muchos nombres propios que, de una forma u otra, pusieron su meta en la recuperación de nuestras cofradías». En su pregón, Enrique Guevara ha compartido el emocionante relato de su primer Jueves Santo como nazareno, recordando cómo, con apenas catorce años, logró inscribirse en la Hermandad del Gran Poder y la Esperanza Macarena tras una búsqueda providencial por los templos de Madrid. «Allí se me abrieron las puertas, que para mí fueron las mismísimas del cielo», ha recordado.

«Desde entonces, mucho ha querido decir el Jueves Santo en nuestras vidas. Todo se desborda esta tarde única en el año. Ninguna fecha registra la historia de la humanidad como la del Jueves Santo, tan revestida de sublime solemnidad. Jueves de Oficios Sagrados. Día esplendoroso de claveles y mantillas, Día grande, Día máximo. Día de dolor fraterno escondido. Día de gestos sagrados, de inciensos y enigmas que se despiertan».

Acabando ya el pregón, Enrique Guevara ha subrayado como tras este tiempo de Cuaresma llegará pues, «la Semana Santa, la Semana más grande, y más esperada del año. La más triste y a la vez la más hermosa que permanecerá anclada en el tiempo, y que servirá de ejemplo a las generaciones venideras, por mucho que intenten derribar nuestra fe». Habrá llegado así «la consumación de los tiempos, porque el tiempo se ha detenido para ser especial espectador de su propia Muerte y Resurrección».

El cardenal Cobo, en la Noche de los Testigos: «Que la persecución y el martirio de los mejores de los nuestros nos regale abundantes frutos de fe, de esperanza y de caridad»

En la ciudad siria de Maalula, al norte de Damasco, todavía se habla el arameo, la lengua de Jesucristo. Allí, cuando oyen el «tsajená» que pronunció Jesús desde la cruz, todos lo entienden. Ese «tengo sed» —tengo sed de paz, tengo sed de libertad— resuena aún en las calles de un país destruido por años y años de guerra, prolongada en violencias.

Desde el comienzo de la guerra en Siria, en el año 2011, el número de cristianos en el país ha descendido de dos millones a poco más de 300.000. Así lo recoge Ayuda a la Iglesia Necesitada, entidad pontificia que ha organizado este viernes, 14 de marzo, su novena edición de la Noche de los Testigos en la catedral de la Almudena de Madrid, presidida por el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid.

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Hakuna llenaba la catedral con su música. La procesión de entrada al ritmo de su Noche. Kyrie eleison, con el icono de la Anunciación bombardeado en la ciudad siria de Homs y las palmas del martirio daban paso a las palabras del cardenal Cobo, que acogía a los congregados en la catedral, llena como los días de grandes festividades: «Sed todos bienvenidos en esta noche especial donde nos reunimos como Iglesia que acoge la voz de la Iglesia, que sabe acoger el grito de los perseguidos, de los mártires, el grito en definitiva de nuestro mundo».

Introducidos por el periodista Javi Nieves, se fueron colocando en el presbiterio los rostros de personas que el año pasado dieron su vida en defensa de Jesús. «Su muerte es para nosotros testimonio de esperanza». Atentados y persecuciones en Pakistán, Burkina Fasso, México, República Democrática del Congo, Sudáfrica... Tiroteados. Caídos a machetazos. Laicos, sacerdotes, misioneros... Lo que hicieron fue, como se iba leyendo, «permanecer fieles a su fe en Jesucristo».

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Agua, sombra, brisa

La vigilia ha contado con el testimonio de monseñor Jean Abdo Arbach, arzobispo greco católico precisamente en Homs. Su sede episcopal fue tomada por los yihadistas y durante un tiempo se convirtió en la base de operaciones de los terroristas y en hospital de guerra. Aún hay en ella una bomba, encapsulada, que no llegó a estallar.

«La oración es como el agua en la sequía, como la sombra en el calor y como la brisa suave en pleno estío». Lo decía recientemente, tomando palabras de un santo, en una entrevista con motivo de su participación en la Noche de los Testigos. Algo que ha apuntalado durante su intervención en la catedral de Madrid, que ha comenzado con un elocuente «la paz de Cristo esté con vosotros». Después, ha relatado el horror.

No pudo tomar posesión de su ministerio, en 2012, por estar todo bajo manos del Estado Islámico. «Celebré la primera Misa como obispo en un sótano», ha recordado. «Vi por primera vez con mis ojos la destrucción y la maldad». «Las estatuas de la Virgen y los santos cortadas por la cabeza, cruces profanadas». Fue testigo de cómo le pedían a un cristiano que negara a Jesús, «pero él se mantuvo firme en su fe; lo fusilaron delante de su esposa y de sus hijos». «Mi pueblo ha vivido muchos episodios de martirio; tenemos 1.600 mártires cristianos en toda nuestra patria».

El gran desafío actual es la dispersión de los cristianos, también de los sacerdotes. «No podemos dejarles de lado y dejar que el cristianismo desaparezca de esta tierra de misión».

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«El ánimo y la esperanza no nos faltan»

También se ha escuchado en la catedral al sacerdote nigeriano Peter Emmanuel Odogo, originario de Jos, una de las regiones donde los cristianos sufren a diario ataques por parte de grupos extremistas islámicos. «Espero que a través de mi testimonio personal descubráis que realmente tenéis a otros hermanos en Cristo en el otro lado que se encuentran en situación extrema de persecución por ser cristianos», ha dicho al comenzar.

Crecido en un barrio musulmán, el primer ataque de los fundamentalistas islámicos lo sufrió cuando tenía 9 años. «Peligro, peligro, se están acercando», les avisó una vecina. A partir de ahí, todo cambió. Empezaron a ir con precaución a la Iglesia en medio de las amenazas de Boko Haram, se sucedieron los ataques, quemando personas e iglesias, matando mujeres embarazadas... Su padre les compró un silbato metálico para avisar si veían algo raro. Su propia madre fue asesinada.

Y así ha seguido su día a día. Pero en medio de todo esto, «el ánimo y la esperanza no nos falta. Perseguidos, pero testificando. Muriendo, pero viviendo. La gracia de Dios lo hace posible».

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Hacer memoria de las vidas entregadas

Ya en su meditación, el arzobispo de Madrid ha asegurado que «esta noche nos duele el cuerpo de Cristo, porque miembros de este cuerpo, en un mundo violento, sufren y padecen persecución». «Esta noche —ha continuado— es noche de silencio para escuchar en el corazón el grito de estos hermanos». Pero es un grito que en ellos «se hace alabanza a Dios» y es un «silencio que se hace oración para que la paz, la concordia y la libertad religiosa se impongan al odio y a la barbarie».

«Nos abruma el mal, nos abruman vuestras historias, nos abruma de verdad la situación de vuestras iglesias», pero «queremos recibir» la luz de los testigos para que, «en forma de plegaria, se convierta en maestra de nuestra Iglesia» para para «acoger el misterio del Evangelio, de la cruz del Señor».

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En esta noche se han escuchado historias de personas «que permanecen fieles a Jesucristo, como comunidad». ersonas «ancladas en la esperanza que no defrauda», unidas a sus comunidades. Las vidas entregadas muestran que «necesitamos hacer memoria de una Iglesia perseguida, de nuestra Iglesia de mártires». «Su entrega es una siembra de ánimo y valentía para una Iglesia como la nuestra, que en ambientes más cómodos a veces nos hace mediocres testigos del Evangelio, perezosos en la denuncia de las injusticias, frágiles en este permanecer en el amor».

«Pidamos a Dios que la persecución y el martirio de los mejores de los nuestros nos regale abundantes frutos de fe, de esperanza y de caridad en la vida de nuestra Iglesia», ha concluido, para dar paso a un momento de adoración al Santísimo, acompañado por la música de Hakuna: «Portones, alzad los dinteles, va a entrar el Rey de la Gloria».

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Amadou, de Mali, acogido gracias a los Corredores de Hospitalidad en Madrid: «Mi pueblo fue atacado tres veces, tenía miedo, vi a gente matar… Yo sabía que aquí estaba más seguro»

La casa de Amadou, Souleyman (Sully), Mouhamed (Moja), Moissa, Babacar y Moutala hace esquina en las calles Francisco Silvela y Martínez Izquierdo. En esta última hay una placa dedicada al personaje que le da nombre, Narciso Martínez Izquierdo, que fue el primer obispo de Madrid-Alcalá, diócesis erigida en el año 1885 por bula del Papa León XIII. Y desde esta calle se ve la luz del salón de la casa en la que ahora, esta misma diócesis de Madrid, con el cardenal José Cobo, arzobispo número trece de la misma (actualmente solo diócesis de Madrid, tras la erección de las diócesis de Alcalá y Getafe en 1991 por el Papa san Juan Pablo II), ha acogidos a seis migrantes de origen subsahariano procedentes de Canarias.

Lo ha hecho gracias a los Corredores de Hospitalidad, una iniciativa de la Conferencia Episcopal Española, a través de su Subcomisión para las Migraciones y Movilidad Humana, que es mucho más que una simple acogida. Se trata de garantizar que cada uno de ellos, respetando su autonomía y dignidad personal, pueda realizar plenamente su proyecto con el acompañamiento de la Iglesia no «para» él, sino «con» él, día a día.

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Y ese día a día, aquí en Madrid, lo han articulado en torno a la asistencia a clases de español —«sin el idioma no se puede trabajar», acuerdan los chicos— y también de competencias digitales; y las comidas, cenas, limpieza de la casa y tiempos de ocio. Estos días está todo un poco alterado porque están cumpliendo el Ramadán. Así que Sully resume en tres verbos sus ritmos: rezar, cocinar, limpiar.

Los visitamos en su casa el jueves, 13 de marzo. Se han levantado, como desde que empezó este tiempo especial de purificación, a las 5:00 horas para sus oraciones y para desayunar, y esa ha sido su última comida hasta las 19:20, con la puesta de sol. Una media hora antes ya trajinaban en la cocina Sully y Amadou, los encargados ese día de preparar las comidas. Hoy, patatas fritas y macarrones con una salsa especial de tomate, cebolla picada, un poquito de Jumbo y vinagre.

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Tres semanas en Madrid

En Madrid, los corredores se han articulado a través de la Mesa por la Hospitalidad en una vivienda de Cáritas Diocesana de Madrid supervisada. Los jóvenes, todos de 18 años menos Sully, que tiene ya 19, llegaron a las islas en patera en la ola migratoria de 2024. Allí han estado hasta el pasado 25 de febrero, cuando aterrizaron en Barajas.

Al haber llegado a España siendo menores de edad «vienen más enteros, están menos dañados», explica María, la trabajadora social que está con ellos. «No han pasado por la calle» porque siempre han estado dentro del sistema de tutela, con lo que, además, «tienen documentación»: permiso de residencia y permiso de trabajo. Así, sin haber caído en el sinhogarismo y en todas las trabas administrativas para los que «se suben a una patera» siendo mayores de edad, «es más fácil» trabajar con ellos.

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Sí es verdad que «cuando llevan tan poco tiempo, el daño es más difícil de cuantificar». Si se piensa en lo que han vivido los jóvenes, es imposible que no lo haya. Amadou cuenta que salió de su Malí natal por la guerra. «Mi pueblo fue atacado tres veces, tenía miedo, vi a gente matar… Yo sabía que aquí estaba más seguro». Solo él habla. Los otros coinciden casi con monosílabos en que se subieron a esas pateras para buscar un futuro mejor para ellos y sus familias. Pero no quieren hablar de ellas. Agachan la cabeza, se miran unos a otros… Quizá un recuerdo demasiado doloroso. Ahora, «nosotros somos la familia».

Sólo se relajan un poco al sacar el tema del fútbol. Pasión universal. La noche anterior fue el Atlético de Madrid – Real Madrid de Champions. «El Madrid no merece nada» frente «el Madrid tenía que ganar». Debate sobre el derbi también en la casa de Cáritas. Entran todos al juego —el primero Moja, que es del Barça—, a excepción de Amadou, porque a él lo que le gusta es el boxeo.

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Trabajos por equipos

Los trabajos en la casa los hacen por equipos, de dos en dos, tal y como duermen en las habitaciones, excepto las lavadoras, que cada uno se pone la suya. Periódicamente tienen asamblea, en la que se reúnen junto a los técnicos y voluntarios de Cáritas para repasar cómo van las cosas, la convivencia, la organización de la casa y de las labores que hay que hacer, sus gestiones fuera, los tiempos de ocio…

El pasado fin de semana fueron a dar un paseo por Madrid para que vieran la ciudad y se familiarizaran con el Metro, las distancias… Les acompañó Corina, voluntaria de Cáritas que es alemana y ha venido a Madrid tras acabar sus estudios. «Los voluntarios son el grueso del proyecto», explica María. Gracias a ellos se puede cubrir el acompañamiento de los jóvenes en la semana, aunque la técnico puntualiza que la vivienda es supervisada, no tutelada, por eso no hay comunidad de vida ni técnicos que duerman con los chavales, y esto les presupone «mayor independencia y autonomía», que irán aumentando con el tiempo, y ese es el objetivo. «Que en un año, tiempo máximo de permanencia en la casa, puedan haber conseguido pasar a una vivienda normalizada» con sus propios recursos. María apunta en este sentido que «son chicos con una gran capacidad de adaptación».

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También está con ellos Amine, joven argelino en prácticas de psicomediación, que mientras hacen tiempo para la cena cabecea un globo con Moja. Tiene claro que no se puede generalizar sobre las motivaciones que los jóvenes tienen para venir a España, «porque depende de cada país y de cada persona», aunque es cierto que entre ellas están los problemas sociales y la necesidad de ayudar a las familias, algo que quizá «no pueden hacer estando en su país».

Se acercan las 19:20 horas y todos rondan la cocina, ya con ganas de cenar. Los carteles que hay por la casa están escritos en español y en wúolof, idioma que se habla Senegal, Gambia… De estos países, y también de Mauritania y Mali, son los jóvenes. María, Corina y Amine se preparan para irse a casa. «Insha'Allah», se despide, hasta la próxima, Amadou de Amine.

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La historia de Rosa y Eduardo junto con sus siete hijos: una familia misionera madrileña que lleva el amor de Dios a los más alejados en un barrio periférico de Costa Rica

El matrimonio madrileño formado por Rosa Lobo y Eduardo Aymerich, junto a sus siete hijos, forman una familia misionera. Desde hace diez años viven en San José de Costa Rica, aunque su vocación misionera nació cuando aún eran novios. «Nos conocimos en unas misiones universitarias y, desde ese momento, tuvimos claro que ese rostro de la Iglesia que sirve y sale al encuentro era el que nos enamoraba», explican. «Ese Cristo sufriente en los pobres, que habiendo nacido entre ellos busca ser su consuelo y su respuesta».

Rosa y Eduardo se casaron hace 20 años y, por motivos laborales, se trasladaron al extranjero. Fue en Londres donde surgió en ellos una pregunta clave: ¿Qué quiere Dios de nosotros? Allí descubrieron que en la Iglesia había familias que partían en misión, y sintieron que ese podía ser también su camino. Con esa inquietud, decidieron viajar a la India para discernir si la misión no era solo una experiencia puntual, sino un proyecto de vida. «Aquel tiempo en la India —donde nació nuestro primer hijo— fue absolutamente maravilloso, pero también lleno de desafíos y dificultades. Sin embargo, allí el Señor confirmó nuestro deseo de dedicar nuestra vida a la misión», recuerda Rosa.

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«La fuerza de la comunidad es la que evangeliza»

Tras su experiencia en la India, regresaron a España, donde, de alguna manera, también continuaron su misión. «Ayudábamos y servíamos en una parroquia con una pastoral muy activa entre migrantes», explican. Fue en este tiempo cuando se abrió una nueva puerta: la posibilidad de partir en misión a Costa Rica. Al llegar, comenzaron su labor en la pastoral juvenil de una zona más acomodada. Aunque había pobreza y necesidad en todos los estratos de la sociedad, Rosa recuerda que «en nuestro corazón había una llamada muy fuerte hacia los pobres».

Hace cuatro años, sintieron de nuevo la voz del Señor, que «volvió a encender ese fuego que nunca se había apagado, pero que en aquel momento se reavivó». Percibieron que Dios les pedía dar un paso más en su misión: trasladarse a otro lugar para llevar su amor a los más alejados, a través del servicio y de respuestas concretas a sus necesidades vitales. Fue entonces cuando el Señor les inspiró un nuevo anhelo: no hacerlo solos, sino en comunidad. «La fuerza de la comunidad es la que evangeliza, la que te sostiene, ampara y empuja», afirma Rosa. Así nació Ignis Mundi.

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«Un lugar de encuentro»

Ignis Mundi quiere ser un hogar para quienes no lo tienen, «un lugar de encuentro, de familia y de vínculos», explican. Pero también un espacio de formación, donde las personas puedan adquirir herramientas para la vida, tanto en el plano psicológico como en el educativo. En definitiva, «un lugar donde la gente pueda venir a estar en paz».

Desde hace un año, viven junto a otras cinco familias misioneras en Los Guido de los Desamparados, un barrio de San José. «En los años 90, la droga provocó una gran ola de violencia», cuenta Rosa. «Hoy esa violencia ha desaparecido, pero solo porque el narcotráfico mantiene, por así decirlo, la paz». Aun así, la zona sigue marcada por profundas necesidades derivadas del consumo de drogas: familias desestructuradas, adicciones, abuso y violencia familiar.

En medio de esta realidad, han abierto un centro de misión. «Por obra y gracia de Dios, se compró un terreno donde se encuentran las casas de los misioneros», señala Rosa. Allí también han levantado una casa de misión, donde imparten talleres, ofrecen acompañamiento psicológico y apoyo escolar, y cuentan con instalaciones deportivas, entre otras iniciativas.

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«Una respuesta a la calle»

«Es un espacio verde en un barrio donde prácticamente no hay áreas verdes, un lugar abierto donde las personas pueden venir», explican. En definitiva, «una respuesta a la calle». Rosa destaca que la misión de las familias no se limita a realizar visitas o actividades puntuales, sino que forma parte de su vida diaria. «No somos personas que van y vienen, sino que vivimos aquí, somos sus vecinos, sus amigos; vamos al mismo supermercado y centro de salud». Sin embargo, su forma de vivir es diferente, porque «no podemos olvidar que esta comunidad está profundamente necesitada».

Concluye con una pregunta que guía su labor: ¿Cómo podemos darles herramientas para que salgan de la espiral de la pobreza? Para ello, llevan a cabo una intensa acción social, pero también evangelizan. «Porque lo único que hace plena, feliz y libre a una persona no es otra cosa que el amor de Dios».

 

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