La archidiócesis de Madrid se suma a la Jornada por la Vida que la Iglesia universal celebra el 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor, con una Misa en la catedral de la Almudena el sábado, 22 de marzo, a las 19:00 horas. Estará presidida por el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, y en ella se leerá un manifiesto preparado por la Delegación Episcopal de Familia y Vida, la Delegación Episcopal de Jóvenes y el área de Pastoral para el Desarrollo Humano Integral. También se han sumado el resto de delegaciones, secretariados y vicarías sectoriales de la archidiócesis de Madrid.
En ella se reconoce, tal y como expresa el Papa Francisco en la exhortación apostólica Gaudete et exsultate, que «la defensa del no nacido debe ser clara, firma y apasionada». Pero además, el texto afirma que «igualmente sagrada es la vida de quienes se encuentran en situación de pobreza, abandono, soledad o trata de personas», de aquellas con discapacidad, de los migrantes, de los enfermos y de los que padecen soledad no deseada.
En este sentido, María Bazal, delegada de Familia y Vida, afirma que en esta jornada «no nos centramos en el apoyo a la vida del no nacido o a las madres gestantes, sino que ampliamos la mirada a otras situaciones de vida que también están comprometidas». Así, ella misma perfila algunas de las acciones que la Iglesia en Madrid tiene en marcha para atender todas estas situaciones.
El Hogar de María nació en 2015 en Barcelona y llegó a la diócesis de Madrid en 2021, a parroquias que, además de acoger a madres gestantes (y también, si se da el caso, sus parejas), cumplen con ellas una labor de evangelización. Actualmente hay grupos en las parroquias San Alberto Magno y San Pedro Ad Víncula de Vallecas, Santa Teresa de Calcuta en Vicálvaro, y Jesús y María en Aluche. Responde este proyecto a lo que expresa el manifiesto, «es necesario crear lugares y “redes de amor” a las que mujeres y sus parejas puedan acudir».
Destaca también la atención y acogida que las adoratrices —también las hermanas Auxiliares de Buen Pastor, Villa Teresita— hacen de mujeres víctimas de la trata y de aquellas rescatadas de la prostitución, o las madres en situación de exclusión social que son acogidas en el Hogar Santa Bárbara, de Cáritas Diocesana de Madrid. Un proyecto que la diócesis ha ampliado recientemente a una nueva vivienda en el palacio arzobispal.
La mirada se desplaza al Hogar Don Orione, asociado a la labor social de la parroquia Nuestra Señora de los Ángeles, una casa en la que viven 114 hombres con discapacidad intelectual en el que se trabaja para que tengan sosiego, paz, tratando de sacar el máximo potencia de ellos. Aunque a veces, si están muy deteriorados, lo importante es paliar sus dolencias físicas. Como hacen en los camilos, cuando las vidas están ya agotándose, con sus cuidados paliativos y su atención integral al enfermo para vivir, como dice el manifiesto, «la etapa final de la vida con dignidad».
En apoyo a la vida, continúa María Bazal, «también hablamos de mayores en situación de fragilidad», y aquí la delegada de Familia destaca la labor, entre otras muchas, de las Hermanitas de los Pobres, que consiguen que los pobres que cuidan en su casa sean ricos «porque se les cuida y se les ama».
Hay otras líneas también de atención a vidas comprometidas, como el apoyo que hace la Comunidad de Sant’Egidio a las personas en situación de calle, o Pueblos Unidos, de los jesuitas, y Sercade, de los capuchinos, con su trabajo por los migrantes. Como afirma el Manifiesto por la Vida, «también es un atentado contra la vida dejar que nuestros hermanos y hermanas mueran al intentar cruzar el mar o determinadas fronteras».
La vida es, prosigue el texto, sujeto de cuidado, protección, respeto y defensa, «especialmente cuando en una sociedad se radicalizan conceptos como autodeterminación y autonomía individuales, olvidando la necesaria interdependencia de todo ser humano». Asimismo, «garantizar una convivencia social y en paz, en la que se respeten las diferencias, exige, ante todo, que se defienda y se cuide la vida».
El manifiesto concluye haciendo un llamamiento a la conciencia de los hombres, especialmente a aquellos que tienen responsabilidades políticas, «para que trabajen por tutelar los derechos de los más débiles y se erradique la cultura del descarte», no centrada solo en el aborto porque «lamentablemente, muchas veces incluye a personas enfermas, discapacitadas y ancianas». «El grado de progreso de una civilización se mide precisamente por su capacidad de preservar la vida», resume.