El viernes 2 de agosto, la Iglesia conmemora la festividad litúrgica de san Pedro Julián Eymard, fundador de la Congregación del Santísimo Sacramento. El padre José Antonio Rivera Ruiz, religioso sacramentino, párroco de Santísimo Sacramento y consultor general de su Congregación, nos habla de este santo conocido como el “Apóstol de la Eucaristía”.
«Si tuviésemos que definir en pocas palabras a Pedro Julián Eymard -explica- podríamos decir de él que fue una persona profundamente inquieta, como dijo de sí mismo; una persona “siempre en camino, como Jacob”. La inquietud reside en esa “búsqueda de sentido pleno a su vida que lo encontró en la Eucaristía”. Un hombre de su época marcado por las circunstancias de su ambiente social, económico, cultural y religioso, situaciones a las que en cierto modo supo sobreponerse para llegar a fundar dos congregaciones de vida consagrada: los sacramentinos y las siervas de la Eucaristía, así como proyectar la Agregación del Santísimo Sacramento (laicos agregados) e inspirar la fundación del Instituto secular de Derecho Pontificio 'Servitium Christi', formado por mujeres, por el noveno superior general, el padre Godfried Spiekman, en 1952. Estas cuatro realidades son conocidas entre nosotros como “la Familia Eymardiana”».
«Nuestro protagonista -prosigue- fue un hombre que buscó con ahínco dar respuesta a sus inquietudes más profundas, así como a las de su entorno. Nació en el siglo XIX, el 4 de febrero de 1811, contemporáneo de santos como Juan María Vianney, el santo cura de Ars, con quien tuvo relación. Se crió en un ambiente de montaña, de los que curten el carácter, en La Mure (Francia), un pueblo en el altiplano de la Matheysine, cerca de Grenoble. Fue el décimo hijo de Julián Eymard, viudo y vuelto a casar». «En ese dar respuestas a sus inquietudes -apunta- pasó por diferentes etapas, primero con los oblatos, posteriormente por el seminario de Grenoble. Fue ordenado sacerdote diocesano en 1831, ejerciendo durante algunos años como coadjutor y más tarde párroco en un pueblo cercano al suyo. Siguiendo sus inquietudes ingresa en el Instituto marista, donde llega a tener cargos de gran responsabilidad. Allí permaneció hasta que el 13 de mayo de 1856, con el consentimiento del arzobispo de París, monseñor Sibourg, fundó la Congregación del Santísimo Sacramento».
Del morir por Cristo al vivir por Él
Confiesa que el fundador «llega a esta etapa de su vida después de haber discernido durante las numerosas pruebas, una de las últimas, la llamada del Espíritu a fundar una nueva congregación, y el necesario discernimiento con los responsables maristas. Conocido es el diálogo en abril de ese mismo año en el que le responde al padre Favre, superior general de los maristas: “no tengo milagros, ni visiones, ni nada de exteriormente extraordinario. Dios me atrae con fuerza a esta obra”. Resumiendo, se trata de un proceso espiritual marcado por esas luchas interiores, no sin sufrimientos y conflictos, que se prolongaron hasta sus últimos días. Murió en su pueblo natal el 1 de agosto de 1868».
Para José Antonio Rivera, se trata de «un camino espiritual en el que su gran intuición fue pasar del “morir por ti” (morir por Jesús), fruto de esa educación vivida durante su niñez y adolescencia, marcada por la rígida espiritualidad Jansenista en la que primaba el sacrificio, la mortificación, al “vivir por ti”, algo que descubrió en la Eucaristía: amor donado, entregado a la humanidad para que tenga vida». Y es que, asegura, «no es lo mismo vivir bajo el peso de la obligación, el deber, el cumplimiento a la norma, que dejarse invadir, transformar y liberar por el amor que Dios nos da y que la Eucaristía es la expresión total de ese amor exagerado, para que tengamos vida».
Apóstol de Eucaristía
Rivera reconoce que «a nuestro fundador se le conoce por ser el Apóstol de la Eucaristía. Este título le fue otorgado en 1995, con motivo de su inscripción en el calendario de la Iglesia universal, en tiempos del entonces papa, hoy santo, Juan Pablo II. Antes ya había sido nombrado con otros títulos. De él dijo el papa Pio XII, el 28 de abril de 1939, que era: porta estandarte, heraldo y campeón, más que ningún otro de Cristo presente en los sagrados tabernáculos. Y san Juan XXIII, que lo canonizó al final de la primera sesión del Concilio Vaticano II, el 9 de diciembre de 1962, dijo que “Pedro Julián se sitúa hoy entre esos astros resplandecientes que son la gloria y el honor incomparable del País que los vio nacer, pero cuya bienhechora influencia se manifiesta mucho más lejos: en la Iglesia entera”».
Por eso, señala, «su figura sigue siendo de plena actualidad. Hoy día se habla de resilencia, sentido de la vida, atención plena, respuesta a las necesidades sociales, acompañamiento, escucha proactiva. Todo esto lo vivió a partir de su gran descubrimiento, “la vivencia de la Eucaristía en su totalidad”, en la celebración, la contemplación y la acción». En este sentido, dice, «se podrían contar infinidad de hechos de su vida que lo reflejan. Un hombre que no escribió casi nada para ser publicado, a excepción de unos pocos artículos, pero del que, sin embargo, conservamos 17 volúmenes de escritos suyos distribuidos entre retiros, predicaciones y cartas a personas con las que se relacionaba, especialmente a mujeres a quienes dirigía espiritualmente».
«Además de la dimensión existencial -indica-, hay otras muchas dimensiones de las que podríamos hablar de un hombre que se adelanta a su época. Que descubre en la Eucaristía, como refiere nuestra Regla de Vida en el número dos al hablar del fundador: “Interpelado por la ignorancia e indiferencia religiosas, san Pedro Julián Eymard buscó la respuesta a las necesidades de su tiempo. La encontró en el amor de Dios, manifestado de forma especial en el don de Cristo en su Eucaristía”. Un hombre de Dios que supo percibir la gracia extraordinaria de cuanto significa el misterio de la Eucaristía: esta es su gran intuición. Ver la Eucaristía como la fuente de todo su ser y hacer. En esto fue precursor de cuanto el Concilio Vaticano II puso en evidencia posteriormente: “la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia y de la sociedad”».
«Otro ejemplo de acompañamiento -continúa Rivera- es el conocido entre los religiosos de la Congregación pero poco entre las personas de fuera. Me refiero al realizado con el famoso escultor francés Auguste Rodin, de finales del siglo XIX y principios del XX, que llegó a ser novicio sacramentino, por poco tiempo, pero a quien el propio Pedro Julián le orientó para que dejase la vida de especial consagración y desarrollara su vocación de artista, llegando incluso a facilitarle un pequeño taller. Como gesto de agradecimiento le hizo un busto que tenemos reproducido en bronce en casi todas nuestras casas, ya que el original se encuentra en el museo del artista, en París».
Eucaristía, dinamismo transformador
José Antonio Rivera cita otro ejemplo revelador de su fundador. «Teniendo en cuenta el contexto socio religioso de aquel entonces en el que, poco menos que se aconsejaba a los fieles no comulgar, tal y como le indicaba un sacerdote a una dirigida, sin embargo, Pedro Julián le insiste: “Parta de este principio: más pobre soy, más necesidad tengo de Dios. Usted comulgue con el deseo de amar siempre más, no deje de comulgar”. Precisamente la oración postcomunión de esta XV semana del tiempo ordinario, expresa bien esta intuición: “Después de recibir estos dones, te pedimos, Señor, que aumente el fruto de nuestra salvación con la participación frecuente en este sacramento”».
«Sea como fuere -insiste-, ve en la celebración de la Eucaristía el dinamismo transformador. No ve la Eucaristía como algo estático, sino que a partir de la celebración misma y los valores que ella se viven y celebran, servirá para la vida misma. La celebración que lleva a la contemplación es, para nosotros los sacramentinos, la oración prolongada ante el Santísimo Sacramento, la adoración, el todo que lleva a la vida, a la misión».
«Ciertamente -remarca Rivera-. La Eucaristía es siempre actual. Y Pedro Julián, en cuanto “apóstol de la Eucaristía”, sigue siendo un referente para el mundo de hoy a todos los niveles, no solamente por su camino interior o existencial, como una propuesta de vida que puede ayudar a las personas marcadas por la rigidez, y la obligación, a vivir la vida desde la Vida misma que es Dios, presente en la Eucaristía. Célebre es su “gran retiro de Roma”, ciudad a la que se desplaza en 1865 para gestionar directamente en la Santa Sede la adquisición del Cenáculo de Jerusalén. Dado que la respuesta se alargaba en el tiempo, decidió comenzar el retiro de casi dos meses, tras un trabajoso camino, en el que con valentía y trasparencia puso su vida ante Dios y descubrió lo esencial de su búsqueda: “el Cenáculo interior”. No logró conseguir para la Congregación el Cenáculo de Jerusalén, desde tiempos lejanos en manos de los Franciscanos, pero su gran descubrimiento fue percibir la respuesta que Dios mismo le había dado. “¡No eres tú, quien habitará en el Cenáculo donde nació el gran misterio del amor, sino soy yo mismo quien tomará posesión de ti como un Cenáculo vivo!”. “Es Cristo quién vive en mí”, escribiría el jueves 23 de marzo de 1865. En el último capítulo general, en el que participé, y que se celebró en Vietnam en noviembre de 2023, se definió el Cenáculo “como lugar al que se vuelve para impulsar la misión”».
Celebrar, vivir y adorar la presencia de Cristo
«Nuestro carisma -afirma José Antonio Rivera- es la Eucaristía: celebrar, vivir y adorar la presencia de Cristo, como se dice en el lenguaje de hoy, tomar parte en esta "brutal manifestación del amor de Dios" que es el sacramento de la Eucaristía. Como refiere nuestra Regla de Vida: “vivir plenamente el Misterio de la Eucaristía y revelar su significado, para que llegue el Reino de Cristo y se manifieste en el mundo la gloria de Dios”. Y nuestra misión, tal y como expresa nuestra Regla de Vida, es la de dar respuesta al ansia de los hombres, a partir de las riquezas del amor de Dios manifestadas en la Eucaristía. Con esta sencilla, pero profunda frase, define cuanto nosotros, miembros de la familia del padre Eymard, hemos de vivir y compartir con nuestros contemporáneos, la atención a cuanto la sociedad nos demanda para dar respuesta a todos los niveles, social, religioso, cultural...».
«El Vaticano II -refiere como ejemplo- recuperó la centralidad de la Eucaristía, definiéndola en la Constitución Lumen Gentium como centro y cumbre de toda la vida de la Iglesia y, de un tiempo a esta parte, sobre todo a partir del Año de la Eucaristía, hace ya 20 años, promulgado por el papa san Juan Pablo II. Se han ido desarrollando infinidad de iniciativas que tienen que ver con la oración ante la Eucaristía, grupos parroquiales, movimientos, uno de los últimos el de Hakuna que se reúne todos los lunes en mi parroquia para la “hora Santa”, personas que se juntan para “ver y estar con el Señor”. Es en esta, como en tantas otras iniciativas, donde los sacramentinos podemos aportar nuestra contribución. Haciendo ver que ese “amor exagerado” de Dios presente bajo la forma de pan, refiere de la celebración, su presencia es dinámica y en ella están presentes todos los elementos de la celebración misma que no es sino amor bajo la forma de acogida, palabra, escucha, don, ofrecimiento, alabanza, acción de gracias, compartir, darse, envío; de lo contrario, se podría caer en el peligro de lo estático o estético, en el reducir la presencia de Cristo a un objeto, un talismán, amuleto o fetiche. De ahí que los documentos posconciliares del culto a la Misa, especialmente Misterium Fidei (1965) y Eucharisticum Mysterium (1967) insistiesen en definir que la adoración parte de la celebración y vuelve a ella. Los sacramentinos deberíamos ayudar en promover este concepto».
«Además del culto -manifiesta-, son muchas otras las dimensiones en las que, a partir de las "riquezas de la Eucaristía", los sacramentinos deberíamos incidir y estar presentes. Nuestra Regla de Vida cita por ejemplo: animados por nuestro fundador, la Eucaristía se convierte en la fuente de nuestra misión, tratamos de comprender toda la realidad humana, “dando prioridad a las actividades que manifiestan las riquezas y las exigencias del misterio eucarístico en todas sus dimensiones”. En unión con la iglesia, llevamos a cabo una misión profética, de compromiso social, de unidad, al servicio de las diócesis en las que estamos, con la prensa y medios de comunicación».
Presencia en Madrid
«Procedentes de la guipuzcoana localidad de Tolosa, los sacramentinos se establecieron en Madrid en el año 1943, en el castizo barrio de Lavapiés, hasta su traslado a su actual ubicación de Sáinz de Baranda en el año 1947, en el que se celebró la primera Misa en el solar adquirido en el barrio del Retiro. Posteriormente se edificó el actual convento que fue inaugurado el 15 de junio de 1949. Después, sobre la cripta de 1957 se levantó el gran templo de la parroquia del Santísimo Sacramento que data del año 1969, aunque la parroquia comenzó a funcionar como tal en 1965. Años en los que, por aquél entonces el arzobispo de Madrid, monseñor Casimiro Morcillo, encomendó a los Institutos de especial consagración la creación de nuevas parroquias. Motivo por el que también, el 3 de julio de 1966, los sacramentinos construyeron una segunda parroquia con el título de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, en Clara del Rey, en el barrio de Prosperidad. Estas son las dos presencias en Madrid», concluye.