«Te miro y te adoro». Hay al comienzo de Martínez Campos, en el número 10, una iglesia de entrada pequeña que podría pasar desapercibida en medio del ritmo frenético de la ciudad. En el presbiterio, las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús han puesto esta frase, «te miro y te adoro». Es de santa Rafaela María, la fundadora de la congregación, de quien este año se ha cumplido el centenario de su muerte. Una efeméride que se celebrará el próximo jueves 23 de enero en la catedral de la Almudena, con una Eucaristía a las 18:00 horas presidida por el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid. La celebración se puede seguir también por el canal de YouTube de la archidiócesis de Madrid.
La frase resume la vida de esta mujer, en un templo que fue diseñado por ella misma, limpio de adornos e imágenes para que la mirada, nada más entrar, se fuera a lo único importante: Jesucristo Eucaristía, en la custodia, para adorarlo. «Santa Rafaela es una mujer discreta, muy suave; desde el inicio tiene un peso espiritual muy fuerte en la congregación». La superiora de la actual comunidad de Martínez Campos, la hermana Inés Ruiz, habla en presente de la santa.
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En la casa, la primera que tuvo en propiedad la congregación — se pueden ver, enmarcadas, las escrituras — y de donde partió todo el impulso apostólico, la impronta de la fundadora se cuela por todos los poros. «Esta casa nos habla del origen, de la raíz, del grupo fundante, de esas 14 jóvenes que hicieron brotar nuestro camino de seguimiento a Jesús», cuenta Inés.
Inevitable admirarse por esas escaleras anchas, de madera desgastada, por donde tantas veces, durante los 16 años que pasó en ella, subió y bajó la santa. O la pequeña capillita, con el primer sagrario que hubo en la casa, en la que fue su habitación. O el ventanuco de la vidriera al que la santa se asomaba para rezar ante el Santísimo. O esa bajada estrecha a los sótanos, donde se conservan, como oro en paño, el comulgatorio de foja donde hizo su profesión perpetua y dos de los símbolos que las esclavas llevan en su ADN a día de hoy.
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Los cimientos y el pozo negro
El primero son los cimientos. «Santa Rafaela y Madre Pilar —que fue su hermana, cofundadora del instituto— eligen ser cimientos; estos no se ven, pero sostienen la casa». Pues así las hermanas, en momentos de oscuridad, incluso de menosprecio hacia ellas, «eligen el silencio», la ocultación, por el bien de la congregación. Dios es, sostiene la santa, el que se ha empeñado en hacer el instituto; Él saldrá en su favor. Cimientos sobre los que crezcan los demás, sosteniéndolo todo desde la humildad. «No es santa de deslumbre —añade Inés—, sino de la hondura de la misma configuración con el mismo Jesús».
La historia del instituto de las esclavas del Sagrado Corazón de Jesús no estuvo exenta de dificultades. Es «una historia de pecado, pero también de gracia», resume la superiora. O, como decía la santa, «a base de deshacerse los planes del hombre se realiza el plan del corazón de Jesús».
Rafaela María vio la luz por primera vez el 1 de marzo de 1850 en la mejor casa de Pedro Abad (Córdoba). Era la séptima hija —viva, porque tres hermanos habían fallecido con anterioridad a su nacimiento— de una familia acomodada, cuyo padre era el médico y el alcalde del pueblo. Había cinco hermanos varones y una mujer, Madre Pilar, cuatro años mayor que ella. Después vendrían dos hermanos más, el último nacido ya huérfano de padre.
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Aunque de carácter muy diferente, no se entiende a las hermanas a la una sin la otra. Ambas, con profundas convicciones religiosas, empiezan a atender a sus vecinos más necesitados. «Nos han servido mucho tiempo, ahora queremos servir». Ante la oposición de los hermanos, que no veían con buenos ojos que «las niñas» bajaran al barro, empiezan a salir por la puerta de atrás de su finca. Y esto es todo un símbolo para la congregación, «adentrarse en la realidad marginal, invisibilizada», destaca la superiora.
Su inquietud religiosa las lleva a Córdoba, donde conocen a un sacerdote que les pone en contacto con las reparadoras francesas; acababan de llegar para fundar un colegio. De ellas adoptan la espiritualidad ignaciana, que impregna la futura congregación, y la adoración apostólica. También surgirá de aquí el desarrollo de su carisma a través de la educación gratuita. Tanto, que no habrá futura fundación de comunidad de esclavas sin escuela gratuita y sin adoración al Señor expuesto.
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Sucede que las reparadoras no acaban de cuajar en la ciudad y a las hermanas se les ofrece la posibilidad de irse con ellas o quedarse en el colegio. Eligen lo último, hasta que las desavenencias con el obispo las obliga a, por no desobedecerle, salir de Córdoba. «Lo hicieron de noche, con el grupo de novicias, hasta Andújar». Desde allí, acogidas por la diócesis entonces de Toledo, recalan en Madrid, donde llega este grupo de 14 jóvenes en 1874. Tres años después, consiguen comprar su primera casa, «que era un hotelito a las afueras de la ciudad, rodeado de campos».
Y viene el segundo símbolo, el pozo negro (en la imagen inferior, Inés en la capilla donde se encuentra el pozo y el comulgatorio). También situado en el sótano, era el lugar donde tiraban las inmundicias que cada noche había que sacar a mano para llevarlas a los campos. Un sigo de que «hay que bajar hasta abajo para llegar a la verdad más profunda de los que somos», señala la superiora actual. «Es un proceso de kénosis» que también entronca con la idea de servicio, «como el de Jesús», arrodillándose y bajando hasta el fondo.
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La señora Paca, los ejercicios espirituales…
Pronto la casa empieza a ser foco de gracia. «Surge el primer grupo de laicos que se unen en adoración, de la mano de la señora Paca, que organizó espontáneamente a las vecinas» en la primigenia capilla, abierta a la calle. También comienzan enseguida las tandas de ejercicios espirituales ignacianos. «Al principio, las esclavas salían de sus habitaciones para dejárselos a las ejercitantes». Actualmente, este edificio originario es casa de espiritualidad que recibe grupos constantemente. Y comienzan a formarse, en la pequeña escuela gratuita, las primeras promociones de niñas. A día de hoy, la congregación tiene 16 colegios en España —dos en Madrid— integrados en la Fundación ACI.
«Santa Rafaela —superiora y maestra de novicias— era la que formaba los corazones y la Madre Pilar, más resuelta, la que se ocupaba de lo más terrenal». La elección de Rafaela María como primera General de la congregación —que desde 1887 tenía la aprobación pontificia— desata las suspicacias en su hermana Pilar. No fue fácil esta relación entre ambas desde entonces, que sin embargo concluyeron sus vidas con una bonita historia de reconciliación y perdón. De hecho, Madre Pilar está enterrada en la iglesia (santa Rafaela María está en la casa general en Roma).
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La aprobación pontificia supone el reconocimiento mundial del carisma reparador de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, «poniendo al mundo roto en manos de Dios» en la adoración —de ahí la adoración apostólica— en una «respuesta de amor al amor de Dios». Se trata de «reparar la imagen del hombre en su ser; nosotras nacemos del corazón de Jesús, que es el lugar de la compasión, de la justicia y de la reconciliación», detalla la hermana Inés. Las esclavas llevan a Jesús el «mundo roto, el mundo que sufre», porque «el único que repara es el amor de Jesús; nosotras somos cauce de ese amor».
Y esta reparación se hace, aparte de en la adoración apostólica, en la educación, el segundo pilar del carisma, «acompañando a la persona en su crecimiento humano y cristiano y llevándola a una experiencia de un Dios que salva, que la ama tal y como es». En definitiva, se trata de «posibilitar que, a través de la educación, la persona sea ella misma, lo que Dios ha soñado para ella». Por eso, hay un círculo de oración en la vida de las esclavas: de la adoración al colegio y del colegio a la adoración. «Lo que vivimos en la adoración lo llevamos a la vida».
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Legado de Santa Rafaela
Con la vista puesta en el centenario que concluye, Inés repasa el legado de la santa fundadora. En primer lugar, «la experiencia de sentirse criatura; como decía ella, “veo a Dios muy grande y a mí pequeñísima, y me gozo de lo que es Dios y de lo que soy yo”». En segundo lugar, la Eucaristía, «que es vida de la congregación como la raíz lo es del árbol», siguiendo ese grito fundacional de «poner a Dios Eucaristía a la adoración de los pueblos». Y, por último, la pedagogía del corazón, con firmeza y ternura, «ayudando a la persona a ser libre».
El cariño a la santa fundadora y los frutos de este legado los han podido vivir las esclavas por todo el mundo de primera mano durante este centenario. También ha sido muy enriquecedor, reconoce, haberse acercado a ella también desde el encuentro con los laicos. El aniversario se cerrará en la catedral el día 23 de enero. «En Madrid nacimos, y agradecer y celebrar el don de santa Rafaela con la Iglesia de Madrid es unirnos a nuestro origen», concluye la superiora.
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