«No me pienso jubilar. Pienso seguir con mi tarea ministerial hasta el último día», afirma categórico Francisco Javier Cuevas Ibáñez, canónigo de la catedral, y actual encargado de la formación de los diáconos permanentes, que mañana viernes, festividad litúrgica de san Juan de Ávila, recibirá un homenaje en el Seminario Conciliar junto con todos los presbíteros que conmemoran este año sus bodas de oro y plata sacerdotales.
«Fui ordenado por Alberto Iniesta en el día de san Clemente Romano, el 23 de noviembre de 1974, en la parroquia de Patrocinio de San José, donde en aquel momento estaba haciendo la pastoral», recuerda 50 años después. «Una época, la de mis primeros años como sacerdote, en la que estábamos viviendo los tiempos de renovación de la Iglesia, con el posconcilio. Y había un gran interés por la misión evangelizadora, sobre todo en el ambiente popular. Yo me quedé ejerciendo mi ministerio como vicario parroquial de Patrocinio, algo que lo compaginaba con la tarea de formador en el seminario». «A lo largo de este tiempo - prosigue - he sido formador del seminario, vicario episcopal de la V y de la VIII, miembro del Consejo Presbiteral, párroco de Nuestra Señora de la Misericordia, profesor del Instituto Superior de Ciencias Religiosas San Dámaso y de la Escuela Diocesana de Agentes de Pastoral, vicario de Acción Caritativa, y vicario para el Cuidado de la Vida…». Toda una vida «enriquecida sobre todo por el contacto con los fieles, con los cristianos de los distintos grupos, y, por supuesto, con los seminaristas».
Primeras preguntas
«Yo nací en Valladolid - evoca -. Mi padre era ferroviario, y por su profesión hemos recorrido varias ciudades que tenían estaciones importantes. Algo que ha marcado mi vida». Y es que este alumno de los jesuitas descubrió la vocación siendo adolescente en la localidad burgalesa de Miranda de Ebro. «En esa época, vivíamos ahí. Y en la experiencia de un grupo de jóvenes, en la parroquia de San Nicolás de Bari, fue donde se manifestó mi vocación. Antonio Mate era el sacerdote que se ocupaba de los jóvenes. Hoy es muy mayor, y vive en Madrid. Seguimos en contacto, y siempre nos encontramos con mucha alegría», sonríe.
«Yo tenía 14 años - continúa - cuando me planteé por primera vez mi vocación. En ese momento empezaron las preguntas. Pero fue cuando entré en la universidad cuando me decidí a dar el primer paso». Una vez más, el azar o la vida marcando su futuro. «A mi padre le habían destinado a Valladolid, y yo comencé mis estudios universitarios de ciencias en esta ciudad. Pero al final del primer curso descubrí que eso no era lo mío. Y decidí entrar en el seminario».
El oportuno traslado de su padre a Madrid condicionó la nueva etapa que comenzaba en su vida. «Comencé mi etapa de seminario en Madrid, en el colegio para vocaciones tardías García Morente, que estaba en la Ciudad Universitaria. Hoy ya no existe. Pero, en aquella época, en los seminarios tradicionales se entraba más joven, y los mayores íbamos al de vocaciones tardías. Fueron dos años de formación en ese centro, lo que se considera el Introductorio. Un tiempo de preparación para ir al seminario, en el que entre otras cosas aprendíamos latín. Después ya pasé a vivir en el conciliar, durante tres cursos. Y, antes de mi ordenación, el entonces arzobispo, Casimiro Morcillo, me envió a Salamanca para cursar en la Pontificia la licenciatura en Teología». Un periplo que culminó en Madrid, hace 50 años, con su ordenación presbiteral.
En todo, amar y servir
«De las personas que han marcado mi vida - confiesa - destaca Antonio Mate, ese sacerdote que me acompañó en los inicios de mi vocación. También fue muy importante para mi Agustín García-Gasco, que comenzó siendo mi formador en el seminario, y con el que mantuve durante toda la vida una gran amistad».
Asegura que, «de estos 50 años, me quedo con cada una de las ordenaciones de los seminaristas a los que yo he formado. Son momentos muy importantes en mi vida, porque es el culmen de la transmisión de mi experiencia ministerial, continuada en otros». Y concluye manifestando que, «si tuviera que elegir un lema sacerdotal, sería En todo amar y servir, ya que es lo que ha marcado mi vida».