Si hay algo que le gusta especialmente al párroco de Santa Teresa Benedicta de la Cruz de su iglesia es el distribuidor de entrada. Una especie de vestíbulo luminoso en el que todo invita a quedarse. A la izquierda, la capilla del Santísimo, con unas puertas de cristal en las que se lee «El Maestro está aquí y te llama». En ella hay siempre gente rezando, también a «horas intempestivas». En el centro, el acceso al templo y sus magníficas vidrieras, flanqueado por doce pilastras con las tallas de los doce apóstoles. Y a la derecha, la entrada a la capilla penitencial, donde están los confesionarios.
Un inmenso cuadro de la titular de la parroquia se observa en la parte derecha de la iglesia. A sus pies, un candelabro de siete brazos en recuerdo de su origen judío. Edith Stein. Así se llamaba la santa antes de convertirse al catolicismo y profesar como carmelita. Y así es curiosamente como muchos de los feligreses hablan de su parroquia. «Voy a Edith», dicen, sobre todo los jóvenes.
«El nombre ha marcado mucho a la parroquia», afirma Fausto Calvo, el párroco. «La gente conoce los hitos fundamentales de su vida, han leído sobre ella y están muy imbuidos; también noto que hay gente que reza delante de su imagen». Y, abundando en esto, los jóvenes cantan un himno en los campamentos compuesto especialmente en honor a la titular.
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Tiempo de búsqueda de la verdad
Hay un rasgo que el sacerdote destaca por encima de los muchos matices que tuvo la santa: su búsqueda de la verdad. «Era filósofa, y su conversión fue provocada por su búsqueda de la verdad». Por eso, «en estos tiempos de tanto relativismo», en los que «las fronteras entre el bien y el mal están cada vez más desdibujadas», este buscar la verdad «nos dice mucho». Una búsqueda «que la llevó a entregar la vida», refiere el párroco aludiendo a su martirio en Auschwitz.
Edith Stein nació en Polonia en 1891. Estudiante brillante y con grandes inquietudes, concluyó en su juventud que ni la escuela ni su religión resolvían sus dudas ante las grandes preguntas de la vida. En 1911 comenzó sus estudios de Filosofía en la Universidad de Breslau, siendo discípula y asistente personal de Husserl, fundador de la fenomenología, y se convirtió en la primera mujer doctorada en Filosofía en Alemania. Esta época coincidió con una profunda crisis existencial en su vida.
En 1921, tras la I Guerra Mundial, y después de haber tenido ya un acercamiento al cristianismo a través de unos amigos, Edith lee el Libro de la Vida de Santa Teresa de Jesús, que, según ella misma afirmó, «puso fin a mi larga búsqueda de la verdadera fe». Recibió el Bautismo el 1 de enero de 1922 y en 1933, a la edad de 42 años, ingresa en el convento carmelita de Bolonia tomando el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. Nueve años después, ya avanzada la II Guerra Mundial, la religiosa es deportada debido a su origen judío. El día 9 de agosto murió en las cámaras de gas de Auschwitz.
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Vida familiar y diocesaneidad
Edith Sitein fue canonizada por san Juan Pablo II en 1998, un mes antes de que el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo emérito de Madrid, comunicara la creación de esta nueva parroquia, desmembrada de San Víctor. En tres años estaba construido el templo actual, según un proyecto del arquitecto Carlos Pinilla Utrilla y todo el equipo técnico del estudio CP.
25 años después de su erección canónica, la parroquia Santa Teresa Benedicta de la Cruz tiene una fortaleza, «el tejido familiar», y un reto, «no convertirse en una parroquia cerrada y endogámica». A la parroquia, explica el sacerdote, «le viene muy bien abrirse a la realidad diocesana», y por eso «participamos en todos los planes» que se organizan desde la diócesis: las javieradas, la JMJ, el encuentro de Taizé y, este año, la peregrinación de jóvenes a Roma por el Año Jubilar.
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Esta fue una de las claves que el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, desgranó en su visita a la parroquia para celebrar sus boda de plata, el pasado viernes 15 de noviembre (en la imagen superior, junto al párroco). «Destacó la necesidad de caminar juntos, de ir juntos como Iglesia», y a su vez aportó una segunda clave, «el optimismo de la fe». «Tenemos algo que merece mucho la pena», explica el párroco, y el cardenal Cobo insistió en esto, en «el optimismo que nace de la fe que vivimos, y que la Iglesia en medio del mundo es lo que tiene que transmitir».
El arzobispo de Madrid presidió una Eucaristía de acción de gracias y después mantuvo un encuentro con los feligreses. «La gente estaba muy contenta; la presencia del obispo hace ver que estamos unidos a la diócesis de Madrid, y por tanto a la Iglesia universal». Además, añade, «el cardenal tiene una extraordinaria capacidad de relación, y esto genera mucha comunión».
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