La parroquia San Fermín, del barrio del mismo nombre, en el distrito de Usera, celebra el domingo 7 de julio la fiesta de su titular. Lo hace en el marco de los festejos en honor al patrono del barrio, en el que acaba de cumplir 75 años de presencia.
Como explica el párroco, Agustín Rodríguez Teso, «fue erigida canónicamente en 1948 en un barrio en el que se había instalado el frente durante la guerra civil. Los nacionales estaban en la zona de Villaverde y los republicanos en el puente Legazpi, y en este terreno, donde se había creado previamente una colonia, denominada la Colonia de la Popular Madrileña, terminó constituyéndose el frente. La zona quedó arrasada durante la guerra, así que al término de la contienda se empieza a reconstruir el barrio. Se va construyendo una colonia constituida por casitas bajas, que todavía se conservan; esas casitas van conformando lo que se llama la Colonia de San Fermín. Y es en esta zona donde se instaura la parroquia».
«El templo -prosigue- se ubica en una esquina del barrio. Obviamente, esto hoy no tiene nada que ver con lo que fue, en cuanto a urbanismo y en cuanto a todo. La parroquia también era distinta. El edificio era como las típicas construcciones que se hacían por aquí, con piedra vista en la fachada, granito, y con esos techos picudos, con una torre. Creo que era una construcción muy típica de aquella época». «Con el tiempo -añade-, el barrio fue creciendo. Era una zona de gente obrera, trabajadora… Mirando un poco desde lejos, Madrid se presentaba en el horizonte, y había un vínculo de deseo, de querer que el barrio creciese hacia allí. Posteriormente, ya en los años 50 y 60, el barrio ciertamente empezó a construirse hacia la ciudad».
Dolor y drama en muchas familias
Agustín Rodríguez Teso reconoce que, «desde el año 49, ya se disponía de un templo, con posibilidades de funcionar dentro de él. Y la pastoral era la propia de aquella época: una pastoral mentalista, muy fundada en lo que era el nacional catolicismo. Creo que, en Madrid, las consecuencias de la guerra y de la posguerra hicieron mucha mella también en las dinámicas religiosas; venía mucha gente de los pueblos que traían sus tradiciones, sus costumbres… Cuando se reconstruye el barrio, se le cambia el nombre: deja de llamarse Popular Madrileña y pasa a ser el barrio de San Fermín. Y las calles empiezan a tener nombres de pueblos… La parroquia se erige con el nombre de San Fermín. Y, desde ese momento, se empieza a funcionar con la pastoral que se realizaba en aquellos años en todo Madrid».
«Durante los años 70 y los años 80 -apunta-, el barrio fue cambiando, y de una forma muy, muy notable, porque sufre una degradación grande, como todos los barrios periféricos de Madrid. Cerca de donde está ubicada la parroquia, ahora hay casas, pero en esa zona se levantaba Torregrosa, uno de los poblados chabolistas de los más grandes que existían en el cinturón de la capital; también teníamos muy cerquita uno de los grandes puntos de venta de droga, que era el rancho 'El Cordobés'… Y toda esa realidad configuró el dolor y el drama de muchas familias, por lo que fueron los años de la heroína en todo Madrid, en los 70, los 80 y también en los 90, con toda la cuestión del sida en esa época».
En ese marco, asegura, «la parroquia intentó adaptarse, mejor o peor, a esas nuevas realidades, entrando en contacto también con otras, o con grupos de personas que intentaban afrontar esa situación, que posiblemente fuese la que, de algún modo, más la marcaba. Yo llegué a la parroquia a principios del año 2000. Y, a partir de esa época, el barrio fue sufriendo una transformación, como la inmensa mayoría de los barrios periféricos; por ejemplo, los puntos de venta de droga se fueron desplazando, por primera vez, hacia La Celsa, después hacia La Rosilla, luego a Las Barranquillas, y a la Cañada Real. Eso hizo que estos barrios pudieran respirar. A eso hay que añadir el hecho de que se acometieran obras de acondicionamiento del propio barrio, que han llevado a una urbanización que ha hecho que mejore mucho el entorno en el que se vive. Además, desaparecieron las chabolas en los años 80; se edificaron torres de viviendas en una parte del barrio que ahora se denomina el Poblado…».
Adaptación a las nuevas realidades
Todo ello, insiste, «ha llevado a una transformación del barrio y, junto con ella, también un poco a la transformación de la parroquia. A finales de los años 90 el templo se ve comprometido, porque estamos en una zona que, al igual que ocurre en Orcasitas, San Cristóbal de los Ángeles, Villaverde Bajo…, está afectada por la proximidad del río y las arcillas expansivas. En esa época, repito, el templo se ve comprometido, y se plantea la necesidad de hacer una reforma que salve el edificio. Aparecen problemas de carácter administrativo, porque cuando se va a intentar acometer la obra se descubre que la propiedad del suelo en el que está construido no era del Arzobispado, sino que lo estaba ocupando un centro cultural que está en la esquina de enfrente; había habido un despiste por parte de alguien, y el Ayuntamiento había tomado como propia una parcela que le correspondía a la parroquia… Al final, hubo que esperar a que se pudiese aclarar ese asunto, comprar el terreno…».
«En el año 2000 -continúa-, la parroquia se califica como de ruina inminente. Por eso, cuando yo llegué, lo primero que hice fue cerrar el templo y no dejar que se siguiera celebrando en él. Pasamos el culto a una capilla lateral: un cuarto en realidad, pero solo era una zona un poco más segura, porque el techo empezó a abrirse poco a poco, hasta que finalmente se hundió. De ahí nos fuimos a un prefabricado, en el que íbamos a estar 3 años, que se convirtieron en 11. Estaba ubicado al lado del templo actual, cruzando la calle… Y ahí funcionamos hasta que se pudo acometer la obra nueva de la parroquia, que se inauguró en el año 2013».
Confiesa que, «desde que estoy aquí, hemos intentado por todos los medios adaptarnos a las necesidades y a las realidades de la gente que vive en el barrio. Una realidad que se va transformando poco a poco. Había muchos pisos que eran de protección oficial, por lo que no era tan fácil el alquiler de viviendas como lo es ahora; eso suponía que la incidencia de población migrante era muy baja hasta hace unos años, que ha sufrido un aumento exponencial. Tenemos una gran secularización, sobre todo de las generaciones más jóvenes, por lo que cuesta mucho trabajo encontrar a gente joven que esté por la labor de acercarse a la iglesia. Por eso nos hemos planteado la pastoral desde una perspectiva muy misionera. Es decir, tenemos un mundo con el hándicap de que lo que conoce de Dios o de la Iglesia en general no le gusta, porque tiene una imagen muy distorsionada, y nosotros intentamos que esa experiencia no se pueda contrastar en la realidad de su vida: por ejemplo, que un niño que viene a la parroquia con su familia, porque va a hacer la Primera Comunión, se encuentre con una realidad de la que no se lleve mala experiencia».
Pastoral de acogida y acompañamiento
Para Agustín Rodríguez Teso, «nuestro planteamiento fundamental es que todo aquel que se acerque a la Iglesia, por la razón que sea, -un funeral, un bautizo, una boda, una Primera Comunión, lo que sea-, se lleve sea una experiencia gratificante, sin quitar nada de lo que somos. Es decir, no se trata de regalar duros a peseta, porque no tiene sentido, pero sí poder hacer sobre todo una dinámica de acogida, de acompañamiento, donde la gente se sienta reconocida… aunque luego no vuelvan a aparecer por aquí».
«De esa forma -indica- hemos conseguido en el barrio un cierto reconocimiento: yo creo que la gente nos quiere, nos valora, nos aprecia…; ven que estamos implicados en las cosas que son propias del barrio, aunque su religiosidad sigue siendo igual de fría… Es verdad que la población migrante es la que más acude a las celebraciones, porque tiene una perspectiva diferente… Por eso, si ahora mismo pudiésemos hablar de gente de menos de 50 años que asisten a la Eucaristía dominical, estaríamos aludiendo a un alto porcentaje de población migrante. Pero una población que, en este barrio en concreto, tiene un hándicap muy fuerte, que es el trabajo y la vivienda, vinculado a toda la cuestión de la regularización de papeles. Desde esa perspectiva, el problema fundamental que tenemos es que estas personas no tienen capacidad de sumarse a la dinamización de la pastoral de la parroquia: teniendo un gran número de migrantes que participan en la vida parroquial, muy pocos de ellos se integran en las tareas de catequesis o de Cáritas. Hay un desajuste, un desequilibrio sociológico, entre la cantidad de población que hay y la responsabilidad que asumen, también motivado por el hecho de que les resulta muy difícil poder asegurar que van a tener el tiempo suficiente como para asumir una responsabilidad a un plazo más o menos corto o largo».
«La realidad del barrio ha ido cambiando -remarca-. También mucha de la gente que participaba de la vida de la parroquia ha ido falleciendo. El Covid supuso un antes y un después, porque teníamos mucha población mayor y falleció bastante gente, así que nos ha mermado bastante a nivel comunitario. Además, no solo hemos vivido pérdidas, sino que esas pérdidas ya no se recuperan; o esa, esas familias que estaban participando de la vida de la parroquia, a través del abuelo o de la abuela, han dejado de participar cuando se han producido los fallecimientos».
Planteamientos nuevos
«La situación de la parroquia necesita reinventarse -afirma-. Estamos implicados en planteamientos nuevos, en búsquedas de otras dinámicas que nos ayuden a superar esta situación. Para ello, intentamos comprometernos en la aplicación de metodologías comunitarias que nos permitan seguir ese planteamiento y ese estilo que el mismo papa Francisco nos está proponiendo: es decir, ‘hagan Iglesia’, ‘hagan que sus comunidades sean sinodales’. Estamos intentando ir elaborando una metodología que nos ayude a nivel parroquial a realizar todo eso».
«Lo primero que tenemos en cuenta -comenta- es que hay como tres elementos básicos que no podemos desdeñar. Uno es que, si queremos tener una comunidad, tiene que estar basada en un juego de confianza, por lo que hay que fiarse de la gente. Y esto supone también un trabajo grande por parte de los que somos responsables: si queremos que la gente realmente sienta esto como suyo, habrá que dejarse atrapar por la confianza que nos den. Que las personas, los catequistas, los voluntarios de Cáritas, la gente en general pueda tener acceso a la parroquia, y que ésta sea un lugar abierto donde haya actividades amplias, no solamente parroquiales, sino también de otras realidades del barrio. O nos fiamos de la gente, o no nos fiamos. Y entendemos que, si queremos tener una iglesia sinodal, habrá que hacer una iglesia basada también en las relaciones de confianza entre sus miembros».
«Otro principio fundamental -declara- sería la corresponsabilidad. La gente tiene que ser corresponsable. Si no somos corresponsables, cada uno en nuestro cargo, misión, tarea o ministerio, obviamente, esto no funciona. Es importante saber qué es lo que tiene que decidir cada persona, en qué se tiene que responsabilizar. Se trata de ayudar a que cada uno pueda ir descubriendo cuál es la parcela de la vida comunitaria en la que tiene que sentirse más responsable, con una intervención mayor, con un planteamiento mayor que en otros espacios. Y, por último, está el tema de la participación, que es lo más complejo: cómo conseguir que la gente participe. Entendemos que lo primero que hace falta es asumir que no todos los grados de participación son iguales, pero además es que no tienen por qué serlo: hay gente a quien simplemente le vale con estar informada de la vida de la parroquia; hay gente que colabora, con aportaciones económicas, o haciendo una tarea, por ejemplo, ayudando a montar el Belén, o aportando leche para el reparto de alimentos… Colaboran de distintas formas, bien sea dedicando tiempo, dinero, o sus habilidades… Y también hay gente que dinamiza la vida de la comunidad. Tenemos un núcleo más dinamizador de personas con una visión de conjunto, que intentamos que sea un espacio en el que poder ir descubriendo y discerniendo por dónde tenemos que ir».
Comunidad más sinodal y participativa
«Nos parece que es muy importante reconocer esos tres grados de participación -confirma-, darles la importancia que tienen y, a partir de ahí, construir la comunidad. Ese modelo de participación obviamente tiene que implicar una determinada serie de elementos que son necesarios y sustanciales. El primero, la información: si la gente no tiene información de la vida de la parroquia y del barrio, no va a poder participar nunca. Así que les hacemos llegar esa información a través de las Misas; o de un grupo de WhatsApp en el que está apuntado la gran mayoría de la gente de la parroquia y, un par de días a la semana, mandamos notificaciones o avisos: desde las cuentas a las lecturas del domingo, y todo lo que sea necesario para la vida de la parroquia. Que la gente esté informada permite que puedan opinar, tener una opinión y contrastarla y comentarla con otras personas, a la entrada o a la salida de la Misa, en el grupo de catequistas, en el bar … Pero empieza a haber una opinión, que se transforma en corriente de opinión, y se puede constituir como una propuesta que luego se analiza en un espacio dinamizador, como el Consejo Pastoral, donde vamos tomando las decisiones de lo que tendría que ir siendo la vida de la parroquia».
«Por una parte -resume- nos hemos implicado en intentar dinamizar la vida parroquial desde una perspectiva sinodal. Y, además, queremos aprovechar el impulso que nos está dando el cardenal José Cobo cuando dice que los arciprestazgos tienen que ir asumiendo un mayor protagonismo en la vida de la Iglesia local; así que estamos implicados a fondo en posibilitar y facilitar que este mismo procedimiento de una metodología participativa y comunitaria se vaya aplicando en el arciprestazgo como tal. De hecho, los curas de la parroquia de San Fermín, junto con el resto de los compañeros de las parroquias que forman el arciprestazgo -San Bartolomé, Preciosa Sangre, San Simón y San Judas y Madre del Buen Pastor-, estamos intentando poner en marcha toda esta dinámica, de forma que nuestra iglesia arciprestal sea mucho más sinodal y mucho más participativa», concluye.