Madrid

Amadou, de Mali, acogido gracias a los Corredores de Hospitalidad en Madrid: «Mi pueblo fue atacado tres veces, tenía miedo, vi a gente matar… Yo sabía que aquí estaba más seguro»

La casa de Amadou, Souleyman (Sully), Mouhamed (Moja), Moissa, Babacar y Moutala hace esquina en las calles Francisco Silvela y Martínez Izquierdo. En esta última hay una placa dedicada al personaje que le da nombre, Narciso Martínez Izquierdo, que fue el primer obispo de Madrid-Alcalá, diócesis erigida en el año 1885 por bula del Papa León XIII. Y desde esta calle se ve la luz del salón de la casa en la que ahora, esta misma diócesis de Madrid, con el cardenal José Cobo, arzobispo número trece de la misma (actualmente solo diócesis de Madrid, tras la erección de las diócesis de Alcalá y Getafe en 1991 por el Papa san Juan Pablo II), ha acogidos a seis migrantes de origen subsahariano procedentes de Canarias.

Lo ha hecho gracias a los Corredores de Hospitalidad, una iniciativa de la Conferencia Episcopal Española, a través de su Subcomisión para las Migraciones y Movilidad Humana, que es mucho más que una simple acogida. Se trata de garantizar que cada uno de ellos, respetando su autonomía y dignidad personal, pueda realizar plenamente su proyecto con el acompañamiento de la Iglesia no «para» él, sino «con» él, día a día.

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Y ese día a día, aquí en Madrid, lo han articulado en torno a la asistencia a clases de español —«sin el idioma no se puede trabajar», acuerdan los chicos— y también de competencias digitales; y las comidas, cenas, limpieza de la casa y tiempos de ocio. Estos días está todo un poco alterado porque están cumpliendo el Ramadán. Así que Sully resume en tres verbos sus ritmos: rezar, cocinar, limpiar.

Los visitamos en su casa el jueves, 13 de marzo. Se han levantado, como desde que empezó este tiempo especial de purificación, a las 5:00 horas para sus oraciones y para desayunar, y esa ha sido su última comida hasta las 19:20, con la puesta de sol. Una media hora antes ya trajinaban en la cocina Sully y Amadou, los encargados ese día de preparar las comidas. Hoy, patatas fritas y macarrones con una salsa especial de tomate, cebolla picada, un poquito de Jumbo y vinagre.

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Tres semanas en Madrid

En Madrid, los corredores se han articulado a través de la Mesa por la Hospitalidad en una vivienda de Cáritas Diocesana de Madrid supervisada. Los jóvenes, todos de 18 años menos Sully, que tiene ya 19, llegaron a las islas en patera en la ola migratoria de 2024. Allí han estado hasta el pasado 25 de febrero, cuando aterrizaron en Barajas.

Al haber llegado a España siendo menores de edad «vienen más enteros, están menos dañados», explica María, la trabajadora social que está con ellos. «No han pasado por la calle» porque siempre han estado dentro del sistema de tutela, con lo que, además, «tienen documentación»: permiso de residencia y permiso de trabajo. Así, sin haber caído en el sinhogarismo y en todas las trabas administrativas para los que «se suben a una patera» siendo mayores de edad, «es más fácil» trabajar con ellos.

Corredores hospitalidad cartel

Sí es verdad que «cuando llevan tan poco tiempo, el daño es más difícil de cuantificar». Si se piensa en lo que han vivido los jóvenes, es imposible que no lo haya. Amadou cuenta que salió de su Malí natal por la guerra. «Mi pueblo fue atacado tres veces, tenía miedo, vi a gente matar… Yo sabía que aquí estaba más seguro». Solo él habla. Los otros coinciden casi con monosílabos en que se subieron a esas pateras para buscar un futuro mejor para ellos y sus familias. Pero no quieren hablar de ellas. Agachan la cabeza, se miran unos a otros… Quizá un recuerdo demasiado doloroso. Ahora, «nosotros somos la familia».

Sólo se relajan un poco al sacar el tema del fútbol. Pasión universal. La noche anterior fue el Atlético de Madrid – Real Madrid de Champions. «El Madrid no merece nada» frente «el Madrid tenía que ganar». Debate sobre el derbi también en la casa de Cáritas. Entran todos al juego —el primero Moja, que es del Barça—, a excepción de Amadou, porque a él lo que le gusta es el boxeo.

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Trabajos por equipos

Los trabajos en la casa los hacen por equipos, de dos en dos, tal y como duermen en las habitaciones, excepto las lavadoras, que cada uno se pone la suya. Periódicamente tienen asamblea, en la que se reúnen junto a los técnicos y voluntarios de Cáritas para repasar cómo van las cosas, la convivencia, la organización de la casa y de las labores que hay que hacer, sus gestiones fuera, los tiempos de ocio…

El pasado fin de semana fueron a dar un paseo por Madrid para que vieran la ciudad y se familiarizaran con el Metro, las distancias… Les acompañó Corina, voluntaria de Cáritas que es alemana y ha venido a Madrid tras acabar sus estudios. «Los voluntarios son el grueso del proyecto», explica María. Gracias a ellos se puede cubrir el acompañamiento de los jóvenes en la semana, aunque la técnico puntualiza que la vivienda es supervisada, no tutelada, por eso no hay comunidad de vida ni técnicos que duerman con los chavales, y esto les presupone «mayor independencia y autonomía», que irán aumentando con el tiempo, y ese es el objetivo. «Que en un año, tiempo máximo de permanencia en la casa, puedan haber conseguido pasar a una vivienda normalizada» con sus propios recursos. María apunta en este sentido que «son chicos con una gran capacidad de adaptación».

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También está con ellos Amine, joven argelino en prácticas de psicomediación, que mientras hacen tiempo para la cena cabecea un globo con Moja. Tiene claro que no se puede generalizar sobre las motivaciones que los jóvenes tienen para venir a España, «porque depende de cada país y de cada persona», aunque es cierto que entre ellas están los problemas sociales y la necesidad de ayudar a las familias, algo que quizá «no pueden hacer estando en su país».

Se acercan las 19:20 horas y todos rondan la cocina, ya con ganas de cenar. Los carteles que hay por la casa están escritos en español y en wúolof, idioma que se habla Senegal, Gambia… De estos países, y también de Mauritania y Mali, son los jóvenes. María, Corina y Amine se preparan para irse a casa. «Insha'Allah», se despide, hasta la próxima, Amadou de Amine.

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La historia de Rosa y Eduardo junto con sus siete hijos: una familia misionera madrileña que lleva el amor de Dios a los más alejados en un barrio periférico de Costa Rica

El matrimonio madrileño formado por Rosa Lobo y Eduardo Aymerich, junto a sus siete hijos, forman una familia misionera. Desde hace diez años viven en San José de Costa Rica, aunque su vocación misionera nació cuando aún eran novios. «Nos conocimos en unas misiones universitarias y, desde ese momento, tuvimos claro que ese rostro de la Iglesia que sirve y sale al encuentro era el que nos enamoraba», explican. «Ese Cristo sufriente en los pobres, que habiendo nacido entre ellos busca ser su consuelo y su respuesta».

Rosa y Eduardo se casaron hace 20 años y, por motivos laborales, se trasladaron al extranjero. Fue en Londres donde surgió en ellos una pregunta clave: ¿Qué quiere Dios de nosotros? Allí descubrieron que en la Iglesia había familias que partían en misión, y sintieron que ese podía ser también su camino. Con esa inquietud, decidieron viajar a la India para discernir si la misión no era solo una experiencia puntual, sino un proyecto de vida. «Aquel tiempo en la India —donde nació nuestro primer hijo— fue absolutamente maravilloso, pero también lleno de desafíos y dificultades. Sin embargo, allí el Señor confirmó nuestro deseo de dedicar nuestra vida a la misión», recuerda Rosa.

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«La fuerza de la comunidad es la que evangeliza»

Tras su experiencia en la India, regresaron a España, donde, de alguna manera, también continuaron su misión. «Ayudábamos y servíamos en una parroquia con una pastoral muy activa entre migrantes», explican. Fue en este tiempo cuando se abrió una nueva puerta: la posibilidad de partir en misión a Costa Rica. Al llegar, comenzaron su labor en la pastoral juvenil de una zona más acomodada. Aunque había pobreza y necesidad en todos los estratos de la sociedad, Rosa recuerda que «en nuestro corazón había una llamada muy fuerte hacia los pobres».

Hace cuatro años, sintieron de nuevo la voz del Señor, que «volvió a encender ese fuego que nunca se había apagado, pero que en aquel momento se reavivó». Percibieron que Dios les pedía dar un paso más en su misión: trasladarse a otro lugar para llevar su amor a los más alejados, a través del servicio y de respuestas concretas a sus necesidades vitales. Fue entonces cuando el Señor les inspiró un nuevo anhelo: no hacerlo solos, sino en comunidad. «La fuerza de la comunidad es la que evangeliza, la que te sostiene, ampara y empuja», afirma Rosa. Así nació Ignis Mundi.

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«Un lugar de encuentro»

Ignis Mundi quiere ser un hogar para quienes no lo tienen, «un lugar de encuentro, de familia y de vínculos», explican. Pero también un espacio de formación, donde las personas puedan adquirir herramientas para la vida, tanto en el plano psicológico como en el educativo. En definitiva, «un lugar donde la gente pueda venir a estar en paz».

Desde hace un año, viven junto a otras cinco familias misioneras en Los Guido de los Desamparados, un barrio de San José. «En los años 90, la droga provocó una gran ola de violencia», cuenta Rosa. «Hoy esa violencia ha desaparecido, pero solo porque el narcotráfico mantiene, por así decirlo, la paz». Aun así, la zona sigue marcada por profundas necesidades derivadas del consumo de drogas: familias desestructuradas, adicciones, abuso y violencia familiar.

En medio de esta realidad, han abierto un centro de misión. «Por obra y gracia de Dios, se compró un terreno donde se encuentran las casas de los misioneros», señala Rosa. Allí también han levantado una casa de misión, donde imparten talleres, ofrecen acompañamiento psicológico y apoyo escolar, y cuentan con instalaciones deportivas, entre otras iniciativas.

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«Una respuesta a la calle»

«Es un espacio verde en un barrio donde prácticamente no hay áreas verdes, un lugar abierto donde las personas pueden venir», explican. En definitiva, «una respuesta a la calle». Rosa destaca que la misión de las familias no se limita a realizar visitas o actividades puntuales, sino que forma parte de su vida diaria. «No somos personas que van y vienen, sino que vivimos aquí, somos sus vecinos, sus amigos; vamos al mismo supermercado y centro de salud». Sin embargo, su forma de vivir es diferente, porque «no podemos olvidar que esta comunidad está profundamente necesitada».

Concluye con una pregunta que guía su labor: ¿Cómo podemos darles herramientas para que salgan de la espiral de la pobreza? Para ello, llevan a cabo una intensa acción social, pero también evangelizan. «Porque lo único que hace plena, feliz y libre a una persona no es otra cosa que el amor de Dios».

 

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Conferencia sobre la Pastoral del Duelo en la Parroquia Santa Cristina

La Parroquia Santa Cristina acoge este lunes, 17 de marzo, a las 18:00 horas, la conferencia '¿Se puede ser feliz tras la muerte del ser querido?' que imparte Jorge Megías Carrión, animador de la Pastoral del Duelo en España.

Durante la charla, Megías compartirá su experiencia y reflexión sobre el acompañamiento a las personas en duelo, haciendo especial énfasis en el trabajo de los Grupos de Mutua Ayuda al Duelo 'Resurrección', que puso en marcha en 1993, en Argentina, el padre Mateo Bautista, con el objetivo de acompañar con un sentido humano y cristiano a aquellas personas en proceso de duelo por la muerte de un ser querido.

Un acompañamiento que se hace desde las seis dimensiones de ala persona: corporal, porque las personas con grandes sufrimientos tienden a descuidarse, o somatizan el sufrimiento; emocional, y en este sentido hay que permitir el desahogo; mental, para no caer en ideas insanas del sufrimiento como «no voy a ser feliz», «nadie me puede entender», «no puedo», «me quedo sin misión en la vida», «y si me hubiera muerto»…; relacional, «es importante desahogarse pero también hay que practicar la escucha», por eso no son grupo de autoayuda, sino de mutua ayuda; de valores y, por último, espiritual, «no podemos sufrir sin la compañía, la gracia y el amor de Dios».

Jorge Mejías y su esposa, Purificación Roca, perdieron en 2005 a su hija Irene, que entonces tenía 17 años, de una meningitis fulminante. Ambos, agnósticos, iniciaron un camino de vuelta a la Iglesia que los llevó a, entre otras cosas, traer los grupos Resurrección a Madrid. Con su propia metodología y estructura, se hace un trabajo de duelo que, como señala el padre Mateo, tiene un principio y un final, no es «ni para olvidar al ser querido ni para dejarlo de amar; todo lo contrario, es para amarlo con paz entregándolo a la misericordia de Dios».

Fotografía Ayuda a la Iglesia Necesitada

Ayuda a la Iglesia Necesitada celebra este viernes la IX Noche de los Testigos en la catedral de la Almudena «para dar voz y visibilidad a los cristianos perseguidos en todo el mundo»

Jean Abdo Arbach, el arzobispo grecocatólico de Homs, atiende a Alfa y Omega por teléfono en perfecto castellano tras el fin de semana fatídico en el que casi 1.000 civiles sirios han perdido la vida a manos del Gobierno de transición. Un violentísimo episodio que la ONU ya ha calificado como «ejecuciones sumarias de familias enteras» bajo el pretexto de ser leales al depuesto Bashar al Assad.

«Hay miedo e incertidumbre entre los católicos, por eso la Iglesia de Siria y los patriarcas de las Iglesias orientales católicas y ortodoxas piden en sus mensajes que se creen condiciones para lograr la reconciliación nacional», recalca Arbach. Él será uno de los protagonistas de la IX Noche de los Testigos, una vigilia de oración por los perseguidos organizada por Ayuda a la Iglesia Necesitada, que tendrá lugar en la catedral de la Almudena este viernes 14 de marzo y que será presidida por el arzobispo de Madrid, el cardenal José Cobo.

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El arzobispo sirio explica que «después de 14 años en guerra, hay muchas pérdidas entre la gente, muchos mártires y muchos secuestrados que, hasta ahora, no sabemos dónde están». Aparte de «los desafíos a la paz y a la seguridad», subraya que el 85 % de la población siria vive en la pobreza y «hay padres sin recursos para comprar pan para sus hijos». Dar con la solución a un conflicto tan enquistado es complicado, pero sí propone algunos pasos. Un primero: «Los periodistas deben reactivar el interés por nuestro país y pedir una vida digna para los cristianos y el pueblo de Siria». Pero igual o más importante es «levantar las sanciones» porque «no podemos exportar ni conseguir materiales y está todo parado». «Necesitamos que la Unión Europea y Norteamérica lo hagan para que podamos vivir», ruega.

Arbach llama también «a todos los líderes del mundo» para que no pierdan de vista que «Siria es la cuna del cristianismo y necesitamos su ayuda para que los cristianos se queden en sus países; es una responsabilidad de todos». Una reivindicación que, al mismo tiempo que explicita para la clase política, también pondrá en manos de Dios este viernes. «Iré a la catedral de la Almudena junto al cardenal Cobo para rezar juntos por los cristianos y por el pueblo de Siria», recalca. «Esta vigilia de oración nos ayudará a seguir adelante en nuestra misión y a contar con nuestra propia voz cómo vivimos los sirios».

«Empecé a vivir con miedo»

También compartirá su testimonio durante la Noche de los Testigos el agustino Peter Emmanuel Odogo. Es un sacerdote nigeriano afincado en Valencia desde 2018 que recuerda como si fuera ayer «mi primera experiencia de un ataque musulmán». Sucedió en 2001, cuando él tenía 9 años, en torno a las 4:00 horas en la ciudad de Jos. «Una vecina empezó a tocar nuestra puerta muy fuerte gritando y avisándonos de que ya se estaban acercando». Eran yihadistas y solo en aquella noche asesinaron a 100 personas. Otras 1.000 salvaron la vida al huir a toda prisa y convertirse en desplazadas; entre ellas el padre Odogo y su familia. «A partir de entonces empecé a vivir en una realidad de miedo constante», confiesa.

13 años después, en 2014, comenzaría sus estudios de Teología en aquella misma ciudad martirizada de Jos. «El monasterio estaba en un barrio totalmente rodeado por los musulmanes y existía un clima que a veces daba mucho miedo», explica. Aunque antaño «mi madre tenía una amiga allí y en Navidad le llevábamos comida y después celebrábamos juntos el Ramadán», apunta «que desde el ataque de 2001 cambió nuestra relación y no volvimos a entrar en esa zona».

Aquella atmósfera amenazante llevó a que «tuviéramos soldados en el monasterio para protegernos», pero incluso con militares desplegados «éramos pocos y tenía miedo». Hasta «vinieron expertos en temas de seguridad para darnos charlas sobre cómo reaccionar si pasara algo».

Pese a todas las precauciones, «hubo un momento en el que el monasterio fue atacado y, aunque no hubo muertos, algunos frailes fueron heridos». Un golpe especialmente doloroso teniendo en cuenta que «los agustinos estábamos intentando facilitar un ambiente de amistad en ese barrio». Gestionaban una escuela en la que «el 99,5 % de los beneficiarios eran musulmanes» y les impartían formación profesional sobre costura y zapatería. Odogo traduce al español un refrán que, según nos cuenta, sus vecinos repetían entre sí: «Aunque estés familiarizado con tu gallina, eso no te impide cortarle la cabeza». Lo que significa que, «aunque seamos amigos, cuando se trata de temas de religión te pueden cortar el cuello». 

«Dios salvó mi vida»

Sobre la situación actual en Nigeria, Peter Odogo explica que «conozco a muchos sacerdotes que han sido secuestrados». De hecho, casi le sucedió a él, pues el año pasado viajó a su país natal de vacaciones para visitar a su familia y pasó por un camino en el que «al día siguiente y a la misma hora fueron secuestrados 20 estudiantes que iban en autobús». «Podría haber sido yo y en esa ocasión Dios me salvó la vida», narra emocionado.

Pero este agustino nigeriano, a pesar de las evidentes dificultades, aguarda con ilusión la próxima Noche de los Testigos. «En esta vigilia de oración hay que rezar por muchas personas y por las iglesias que se han quemado», emplaza. Anima a sumarse a «tantos proyectos en los que la gente puede ayudar, por ejemplo, construyendo colegios». «De esta manera podemos echar una mano a esas familias que han perdido todo y que no tienen esperanza», apunta. Y él, que ha experimentado la persecución, invita a los españoles «a disfrutar la libertad religiosa que tenéis, que es un don que nosotros, al otro lado del mundo, no tenemos».

Los verdaderos protagonistas

José María Gallardo, director de Ayuda a la Iglesia Necesitada, la fundación que convoca esta IX Noche de los Testigos, señala que «para nosotros tiene una gran relevancia que el cardenal Cobo esté con nosotros en este encuentro para dar voz y visibilidad a los cristianos perseguidos en todo el mundo». Recuerda que «hay miles de cristianos que cada año están siendo asesinados, encarcelados, secuestrados y amenazados por seguir a Jesús». Por ello, valora como «un privilegio para nosotros» poder celebrar la vigilia «en la capital de España y en la catedral de la Almudena». Gallardo reivindica que, «los cristianos que recientemente han sido víctimas de persecución son los protagonistas reales de esta Noche de los Testigos; no es Ayuda a la Iglesia Necesitada la que quiere visibilizarse». 

Explica además que, aunque el grueso de la concienciación que hace la fundación gira en torno a la Iglesia católica, también se rezará por otros cristianos perseguidos, como los 21 coptos ortodoxos asesinados por el Estado Islámico en Libia en 2014 y que ya estuvieron presentes en la catedral de la Almudena durante la exposición que ACN desplegó allí hace cuatro meses durante la RedWeek de 2024. Finalmente, recuerda que esta vigilia de oración contará «con el lujo de la música de Hakuna para acercar esta realidad a la gente joven de nuestro país, algo que nos parece fundamental». Podrá seguirse desde el canal de YouTube de la archidiócesis de Madrid y el de ACN-España.