El director del departamento de Pastoral de la Salud de la Conferencia Episcopal Española, José Luis Méndez, ha participado este fin de semana en el curso de formación de agentes de Pastoral de Familia y Vida que ha tenido lugar en Guadarrama. Un encuentro organizado por la Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida de la CEE en torno a la declaración Dignitas infinita en el que ha impartido una ponencia sobre el cuidado como clave de la Pastoral de la vida humana.
«Más que importante -afirma-, me parece una urgencia plantearnos el tema del cuidado en un tiempo en el que no toda vida humana es reconocida en su valor. Basta pensar en el aborto, cuando los niños concebidos son eliminados en el seno materno, a petición de sus padres; la eutanasia, en la que se pide al médico que acabe con la vida del enfermo… Si a esto le unimos lo que sucede cuando no cuidamos la vida: la desestructuración de las relaciones y los vínculos entre las personas… Cuidar al otro nos hace más humanos y se genera una sociedad mejor. Es el valor de cada vida humana lo que hace importante cuidarla. No solo porque es algo valioso, sino que hacerlo nos humaniza y genera una sociedad mejor, y de su defensa depende el destino mismo del hombre. Si se pierde esta perspectiva, desaparecen los obstáculos para la instrumentación del hombre. Se hace importantísimo cuidar la vida en el momento actual», remarca.
Testigos de la caridad de Dios
«Por diversos motivos -señala-, el cuidado está en el corazón de la pastoral de la vida humana. En primer lugar, porque se trata de cuidar algo particularmente valioso. Cada persona humana tiene un valor infinito porque ha sido “creada a imagen y semejanza de Dios y redimida en Cristo Jesús”, como nos recuerda la declaración Dignitas inifinita; pero también porque “el hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios”, como decía san Juan Pablo II en la encíclica Evangelium vitae. Además, la vida humana necesita ser cuidada desde campos muy distintos, como la economía, la medicina, la ecología, la psicología… y también el ámbito de la pastoral. Cada uno tiene una aportación propia y fundamental. Por ello, es importante tomar conciencia del ámbito propio de la pastoral, sin invadir competencias de las otras ciencias».
«El cuidado pastoral -prosigue- está en el terreno de la espiritualidad, de la fe y la esperanza y caridad sobrenaturales. Lo que nos mueve a cuidar la vida humana es la caridad de Cristo que nos urge (cf. 2 Cor 5, 14) y nos llama a ser testigos de la caridad de Dios. Jesús ha venido para curar al hombre de todo mal: el mal del espíritu y el mal del cuerpo. El acompañamiento pastoral está en la perspectiva del envío de Jesús a sus discípulos a cumplir su propia obra, dándoles el poder de sanar, es decir, de acercarse a los enfermos y cuidarlos hasta el fondo. ¡Esa es la gloria de Dios! ¡Esa es la tarea de la Iglesia! Como nos decía el papa Francisco, en la audiencia del 10 de junio de 2015, nosotros somos instrumentos en las manos de Cristo para actualizar su presencia, y esto implica un determinado modo de realizar ese cuidado y una determinada mirada sobre la persona: ver con la mirada de Cristo. Nuestro cometido, como buenos samaritanos, es acercarnos a todo hombre que sufre, en su cuerpo o en su espíritu, y curar sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza (cf. Prefacio Común VIII)».
Humanidad y constancia en el cuidado
José Luis Méndez destaca varias actitudes fundamentales para cuidar adecuadamente. «Primero, dejarse conmover, como el “Buen Samaritano”, que es Cristo. Mirar con sus ojos a quien está tirado al borde del camino y necesita nuestra ayuda. Para ello es necesario tener esa actitud contemplativa frente a la persona que sufre, y esto requiere tiempo, entretenerse. Quien es capaz de esto, cuida de modo radicalmente diferente. En su primera encíclica, Deus caritas est, Benedicto XVI nos recordaba cómo los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención solo técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial. Lo que nos distingue es la dedicación al otro con una atención que sale del corazón, para que experimente su riqueza de humanidad. Dejarnos conmover por el sufrimiento del otro, haciéndolo mío, de alguna manera: de este modo, el sufrimiento del otro ya no es un sufrimiento en soledad, sino acompañado. No tener miedo a dejar que nos conmuevan las personas que sufren ni al lenguaje de la ternura, que no es propio de débiles sino de fuertes, como nos decía el papa Francisco en Evangelii gaudium».
«Otra actitud -añade- sería la constancia en el cuidado. Cada día. No es cuestión de un momento. Es relativamente fácil servir por unos días, pero es difícil cuidar de una persona durante meses, o incluso años, también cuando ella ya no es capaz de dar las gracias. Saber estar, permanecer, a disposición, esperando, sabiendo escuchar. El solo hecho de estar, de acompañar, les conforta, les ayuda a descubrir que son valiosos, ¡que aún – a pesar de una enfermedad y su dependencia – son valiosos!», insiste. «También ser portadores de esperanza: pero no una esperanza cualquiera, sino una esperanza “fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso”, como nos decía Benedicto XVI en Spe salvi».
«Estar cerca, física y afectivamente» es otra de las actitudes que resalta Méndez. «Es hacer hacerse cargo de la situación de la otra persona: puede ser un mayor a quien le cueste razonar, o un niño, o una persona con un sufrimiento grande por el diagnóstico de una enfermedad mortal. Es preciso hacerse prójimos. Escuchar, no solo oír, hacerse cargo de la situación de la otra persona que requiere de nuestros cuidados», advierte.
Recuperar la humanidad
Para José Luis Méndez, «nos estamos deshumanizando, olvidando a nuestros mayores, dependientes, necesitados... Y no me sorprende en absoluto ese grado de deshumanización. En la misma medida en que el hombre se aparta de Dios, deja de reconocer su verdadera dignidad que, como ya he dicho antes, es haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, redimido por Cristo y llamado a la vida eterna, lo que confiere ese valor infinito a cada vida humana. Si el mundo se empeña en quitar a Dios de en medio, el hombre será el primer sacrificado. Como nos ha recordado en diversas ocasiones san Juan Pablo II, Dios no es rival del hombre, sino el garante de su libertad y la fuente de su felicidad. Me parece que hoy es especialmente importante recordar estas palabras».
«Y no se me ocurre otro modo de recuperar ese humanismo -indica- que la constancia en anunciar, con la palabra y con los hechos, cuánto vale cada persona humana, independientemente de sus capacidades, de la situación en que se encuentre. Descubrir el valor del cuidado de la persona humana no es algo que se pueda aprender como una técnica, sino que más bien se contagia de ver a otros hacer lo mismo. Para recuperar el humanismo auténtico hemos de provocar una verdadera epidemia», concluye.