Cabezas canas, cuerpos poco vigorosos pero aún firmes ante el Señor, manos que no ocultan el paso del tiempo... Algún bastón y alguna silla de ruedas. Voces cascadas. Móviles que suenan por olvidos de silenciar. Espontaneidad. Y sonrisas y alegría.
Todo esto ocurría este jueves, 20 de junio, en el Seminario Conciliar de Madrid, donde el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, se reunía con los sacerdotes de la diócesis mayores de 75 años. Cuántas aguas bautismales derramadas por esas manos; cuántos óleos ungidos en los catecúmenos y enfermos; cuántas parejas casadas; cuántas bendiciones impartidas, a miles; cuánta sanación de almas en los acompañamientos espirituales. Cuántas veces hecho Jesucristo presente en medio de los hombres gracias a ese sí que la gran mayoría de ellos dieron hace más de 50 años.
Están jubilados, pero no parados. Responden con su vida a la invitación que les hacía el cardenal José Cobo: nacer de nuevo en esta etapa de la vida, que fue la pregunta que le formuló Nicodemo a Jesús en la noche. «Y cada momento de la vida nos da esta oportunidad de ser cura de otra manera», les recuerda el arzobispo. Como dice el Papa Francisco, «los años no son una enfermedad, sino un privilegio».
Siguen preocupados por cómo anunciar el Evangelio en esta época diferente. Y ahí esta Ángel Sanz, en la parroquia Santa Irene, volviendo a dar catequesis a niños de Primera Comunión a sus casi 80 años. O Andrés Huertas, metido de lleno en los nuevos medios de comunicación y las redes, que está preparando ejercicios espirituales online porque «es importante que nos acerquemos a Internet».
Están enamorados de la Eucaristía y de la Iglesia. El amor de José María («con 35 apellidos vascos menos uno»), en «la parroquia más bonita de toda España, Santa Catalina Labouré», que se intentó secularizar en su día y que ahora recuerda aquello de «que sean uno» que dijo Jesucristo. La Iglesia, enfatiza, se sostiene por esa unidad «de nosotros y con el obispo».
También ven los signos de los tiempos, de cómo aquellos que estaban en la Iglesia y se fueron vuelven gracias a los sacramentos de iniciación de sus hijos. Así lo cuenta Jesús Ortiz, de la parroquia San Josemaría de Aravaca, que en las recientes confirmaciones confesó a una madre que no lo hacía desde hace años. Y José Aurelio, que entró en el seminario en el año 1959, que vivió el Concilio Vaticano II y «siete cambios de estudios». «Somos la generación del cambio; cuente, señor obispo, con un senado que sabemos algo de esto».
Prepararse para la jubilación
Además del ofrecimiento, José Aurelio hacía una petición: «Que se nos prepare bien al clero para jubilarnos, para en qué consiste ser sacerdote jubilado; se nos debería ayudar a aceptar con alegría y con paz el momento de la jubilación». Un momento en el que se encuentran, de repente, «más solos que la una», como afirma José María González, ordenado en el año 1972.
Y por eso todos agradecen el encuentro. Están entusiasmados, de hecho. «Era necesario porque a los mayores no se les puede retirar», añade Basilio Grajal, de 87 años, que aunque diocesano de Zamora, pasó en Madrid, en concreto en La Cabrera, años de su vida sacerdotal. Qué alegría le dio, exclama, cuando el pasado domingo vio la Misa en la La2 de TVE, oficiada por el cardenal Cobo precisamente en la iglesia parroquial de esta localidad madrileña. Ahora, de nuevo en Zamora, ha venido en el día para el encuentro. «Esto rejuvenece», y sonríe abiertamente.
El arzobispo de Madrid ha reconocido que le «imponía este encuentro» porque estos sacerdotes han sido sus mayores. «Desde que uno entra en el seminario vosotros siempre habéis estado». «Y estáis» actualmente, les ha trasladado como uno de los mensajes clave. También ha habido otros: «Dios envejece con nosotros», «cada momento de la vida nos explica esta oportunidad de ser cura de otra manera», «la diócesis os necesita».
La sabiduría y la experiencia
Les ha pedido también «que nos enseñéis» en este momento de cambio; «hay una gran sabiduría que tendréis que dar a la Iglesia de Madrid, nos tendréis que decir cómo se hacen los cambios». En segundo lugar, «que mantengamos la oración sacerdotal, que os relacionéis entre vosotros y con el resto del presbiterio». Y que su experiencia, «las cosas, necesitan ser contadas».Y, por último, «enseñadnos a acoger la fragilidad; que pidáis ayuda, queremos estar cerca». En esos momentos de fragilidad «es cuando más testimonio se da».
Antes de dar paso a la Eucaristía, los ha animado: «Tenéis una misión: nacer de nuevo en cada momento, sin cansarse. Nos os canséis de ser curas». Ya en la homilía, les ha insistido en que «sois parte necesaria de nuestra diócesis». «No escatiméis —les ha pedido— en regalar reuniones, cafés o cañas; que enseñéis la necesidad de buscar siempre caminos para anunciar el Evangelio de Jesucristo».
Un Jesús que «nos salvó también por sus 30 años de vida oculta en Nazaret». Por eso, «vuestro obispo cuenta con todos para la evangelización de este Madrid; necesito vuestra memoria, vuestra oración y vuestra entrega actual». «Gracias por vuestra fidelidad», ha concluido. En ese momento, algunos le han aplaudido. Impulsivos e ilusionados.
El encuentro concluye con una comida fraterna en los comedores del Seminario.