“Misioneros en el mundo del trabajo con la alegría del Evangelio” es el título de la XXXII Jornada Diocesana de Pastoral del Trabajo que se celebrará el sábado 7 de marzo. Organizada por la Delegación de Pastoral del Trabajo, la primera ponencia, con el mismo título que la Jornada, será impartida por Mons. Antonio Algora, Obispo de Ciudad Real y responsable de la Pastoral Obrera en la CEE. A continuación se podrá escuchar el testimonio de Francisco Jesús Clavijo, trabajador en Siemens, miembro del Comité de empresa por CCOO y militante de la HOAC. El trabajo por grupos y la puesta en común completarán la mañana de trabajo, que concluirá con una Oración.
Los objetivos de la Jornada son: tomar conciencia de la situación que vivimos, ayudar a hacer una lectura creyente de la situación, aportar la esperanza y la alegría del Evangelio en estos tiempos de gracia del Señor. Está dirigida a todos los miembros de las parroquias y comunidades cristianas de la diócesis, agentes de pastoral, miembros de ONGs y colectivos sociales, miembros de Movimientos Obreros Cristianos, Religiosas en barrios, Equipos Parroquiales de Pastoral Obrera (EPPOs), y trabajadores y trabajadoras inmigrantes y españoles en general.
Se desarrollará en los locales de la Parroquia Nuestra Señora de las Angustias (c/Rafael de Riego, 16 – Metro: Atocha y Palos de la Frontera – Cercanías: Atocha) desde las 9,15 hasta las 14,00 horas.
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Ayer por la tarde, el Seminario Conciliar (c/San Buenaventura, 9) acogió el Inicio de la Campaña del Día del Seminario organizado por la Delegación de Pastoral Vocacional. Presidido por el Arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro, el acto comenzó con el Encuentro de la Cadena de Oración por las Vocaciones. A continuación, se presentó la Campaña del Día del Seminario, que este año tiene como lema “Señor, ¿Qué mandáis hacer de mí?”.
En su intervención, Monseñor Osoro hizo alusión a los testimonios que habían ofrecido algunos jóvenes, contando su vocación, explicando que eran “sinceros, porque nos han dicho lo que han vivido y lo que viven. Lo que estamos viviendo es una cosa del Señor, no de los hombres”, aseguró. Y es que, a su juicio, “no nos acabamos de creer” que “venimos al mundo por la gracia de Dios. Y los que somos conscientes, por la fe que tenemos, de que nuestra vida es una gracia, no podemos dudar de que el Señor nos puede llamar en cualquier momento y a cualquier edad”. Así, agradeció los testimonios presentados, en especial “porque me habéis recordado a las Oblatas, congregación fundada por José María García Lahiguera, a las que quiero de una manera especial, porque las conocí en mi tiempo de seminarista”.
Para el Arzobispo de Madrid, “está naciendo y estamos viviendo una nueva época. Algo nuevo nace, y de ello depende lo que hagamos. El Señor, cuando salía por los caminos, veía a la gente extenuada, abandonada, sin pastor… Uno se lleva a la gente, pero a veces para engañarles y no para hacerles persona en todas las dimensiones de la vida, también en la trascendente, en la que entra Dios, en la que hace posible que Dios nos haga exclamar: ‘Qué mandáis hacer de mí’, como decía Santa Teresa”. En toda época histórica nueva, apuntó, “la gran aportación de la Iglesia es la de ofrecer grandes santos. Este año se celebra el V centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús. En la época en la que vivió Teresa de Ávila estaba surgiendo algo nuevo, había una serie de santos que aportan a la Iglesia la presencia viva de Dios. El santo se hace presente a través de su vida: este es el programa que tenemos nosotros en esta época que está naciendo”.
Programa de santidad Se preguntó cómo se puede “realizar ese programa”. Y respondió que con el “compromiso” de “poner la vida entera en manos de Dios”. Resaltando la figura de Santa Teresa, dijo que “si te pones en manos de Dios y mantienes esta fidelidad al Señor, la respuesta es segura. Pero hace falta tener esta experiencia que, a veces hoy, nos falta a los seres humanos. Una experiencia necesaria y fundamental”. “Hoy, prosiguió, vamos a hacer el programa al que San Juan Pablo II nos invita: un programa de santidad. Pero haciéndolo como santa Teresa: experimentando el amor de Dios y poniendo nuestra vida en sus manos. Cuando esto se hace, el ser humano se tiene que hacer la misma pregunta que Teresa de Jesús se hizo: ‘¿Qué mandáis hacer de mí? Lo que tú quieras, hago’. Y habrá muchísimos jóvenes que escucharán esta palabra del Señor”, aseguró.
“Este momento que estamos viviendo”, manifestó, “es un momento de gracia singular para toda la iglesia de Madrid, porque aquí late y se experimenta la presencia del Señor, que sigue llamando. Hay muchos jóvenes que están en el Seminario… Esto quiere decir que en nuestra iglesia diocesana hay vida. Y podemos experimentar esa vida si entramos en el programa del Tercer Milenio que nos decía San Juan Pablo II: el programa de la santidad. Una santidad que hay que aprender siempre en una escuela, que es la que Teresa de Ávila nos regaló: el arte de la oración, del diálogo con Dios”.
Manifestó su deseo de que “todos, los sacerdotes y los que se preparan, estén llenos del gozo de Dios, que sean alegría, porque eso es lo que hace posible que otros digan, como la primera comunidad cristiana: ‘yo voy con ellos, me apunto, porque quiero amar a nuestro Señor, mostrando ese amor en medio de los hombres y comunicar la alegría del Evangelio’”.
El acto concluyó con la celebración de la Eucaristía, en la que participaron los miembros de la Cadena de Oración por las Vocaciones y los seminaristas.
“Siempre me ha impresionado -dice el Arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro, en su carta semanal -el deseo incansable de San Agustín de encontrar la verdad, descubrir qué es la vida, saber cómo vivir, conocer al hombre. Fue esta pasión por el hombre la que le hacía buscar necesariamente a Dios. Él comprendió muy pronto que sólo a la luz de Dios puede manifestarse plenamente la grandeza del hombre y tomarse como tarea ineludible la gran aventura de ser hombre. Por eso, en este itinerario cuaresmal que estamos viviendo, pienso en voz alta lo que el Evangelio de este domingo pasado nos decía. Se nos hablaba del hombre y de Dios. Se nos revela un Dios que se ha hecho hombre, empujado por el Espíritu Santo al desierto, y que nos manifiesta cómo el desierto… se puede convertir en vergel, y cómo podemos hacer que nuestra vida sea una aventura bella, porque tomamos con empeño el globalizar el amor en vez de la indiferencia. Pero no un amor cualquiera, sino el amor mismo de Dios”.
“El desierto, apunta, es un lugar sin belleza cuando está ausente la presencia de Dios”. Pero puede ser “un lugar para vivir envueltos por la Belleza, para descubrir la Belleza, para proyectarnos desde la Belleza. Cuando Jesús marcha al desierto, lo convierte en lugar de presencia de la Belleza, hace del desierto un vergel. En el desierto percibimos el valor relativo de todo cuando se nos hace patente la presencia de Dios”. “Allí, en el silencio, en la ausencia de sonidos y de estímulos visuales, nos hace percibir la presencia del Reino de Dios, pues Jesús, en sus palabras, en sus gestos, en su vida, en lo que dice y en lo que hace, está haciendo presente el Reino de Dios”.
“¡Qué fuerza adquiere todo, afirma, cuando es ocupado por Dios! Esto lo descubrió de una manera admirable San Agustín” que “en Jesucristo” descubrió “el amor que le abrazaba, que le seguía y que daba sentido a su vida personal y a la historia. De tal manera que de una vida planteada como búsqueda pasa a una vida totalmente entregada a Jesucristo y a los demás. Y nos hace descubrir que convertirse a Cristo significa” vivir “para estar al servicio de todos, regalando el amor mismo de Dios, haciéndole presente en todos los hombres. En el desierto, lugar de combate y de presencia de las fuerzas del mal, se hace presente Dios y el bien. En el desierto, el ser humano percibe la pequeñez de lo que es y la grandeza de lo que puede ser cuando escucha la voz de Dios. Dejarse empujar por el Espíritu al desierto significa el impulso para asumir la gran tarea de vivir según la condición humana, la que se nos revela en Jesucristo”.
“Es en el desierto, prosigue, donde nos encontramos con la Verdad de nuestra vida”. Y “el encuentro con Dios nos impulsa a salir a todos los lugares donde no está aún la luz del Evangelio, a todas las periferias existenciales y geográficas”. “Es la globalización del amor mismo de Dios, que hace posible que este mundo sea ese vergel del inicio de la Creación. Es la gran conversión a la que estamos invitados”.
Por eso, invita a convertirse “en ‘memoria viviente’ del modo de existir y de actuar de Jesús. Los cristianos tenemos que convertirnos, con obras y palabras, en anuncio de un modo alternativo de vivir, que sea una terapia espiritual para los males de nuestro tiempo. Hemos de ser, en el corazón y desde el corazón de la Iglesia, una bendición y un motivo de esperanza, de purificación, de comunión, de fraternidad, de ayuda, de cambio, de transformación de todo lo que nos ayuda para vivir una globalización del amor mismo de Dios. Necesitamos hombres y mujeres que, siguiendo la llamada de Cristo, identificándose con Él y viviendo en comunión con Él, vivan apasionadamente la forma de vida de Cristo, afirmando la primacía de Dios y, por tanto, la primacía de quien es imagen y semejanza de Dios, el hombre”.
En concreto, invita “a vivir” tres dimensiones de la conversión. “Convertirnos hacia el sí de la fe y del bautismo. Caminemos desde Cristo” siendo “‘memoria viviente’ del modo de existir y de actuar de Jesús... Dios se interesa por nosotros, conozcamos, tengamos familiaridad real y firme con Jesucristo, digámosle sí con todas las consecuencias”. Convertirnos a vivir para los demás. “Sólo es posible convertirse a los demás si vivimos para Jesucristo”. Y Convertirnos para vivir en la humildad. “Sepamos decir siempre: ‘perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden’. Necesitamos a este Dios que perdona y que nos enseña a hacernos semejantes a Él”.
Concluye asegurando que “la conversión del corazón solamente viene de Aquél que es la fuente de toda bondad, de todo amor y bien. Acudamos, escuchemos sus palabras, estemos con Él, alimentémonos de Él, vivamos de su misericordia. Nunca nos apartemos de su mirada”.
A las 20,00 horas de esta tarde, el Excmo. Sr. D. José Manuel Otero Novas, exministro de Educación, impartirá la conferencia “Las políticas educativas en 100 años”.
Enmarcada dentro de la programación del Foro San Juan Pablo II de la Basílica de la Concepción de Nuestra Señora (c/Goya, 26), la disertación se podrá escuchar en el Aula San Juan Pablo II del templo parroquial.