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Confiesa que cuando piensa “en la conversión de San Pablo, veo a tanta gente que después de muchas vicisitudes en la vida, incluso enfrentados con Jesucristo y con la Iglesia, por circunstancias diversas, se encuentran de tal manera con la persona del Señor que tienen la misma experiencia del apóstol ¡Qué admiración me producen! El Señor, de modos diferentes, les dice: ¿por qué me persigues? Y, como el apóstol Pablo, responden: ¿quién eres, Señor? o, lo que es lo mismo: ¿qué quieres de mí?, ¿qué me pides?, ¿qué deseas? Como San Pablo, la respuesta es inmediata. Muchas veces, la dificultad está en los que rodeamos a esas personas que reciben y responden a la llamada del Señor. Tenemos la misma tentación que aquellos cristianos, y que los mismos Apóstoles en el primer momento de la Iglesia: la de la sospecha y difamación, el no creer en la conversión, en esa capacidad que tiene nuestro Señor de hacerlo todo nuevo. Surgen suspicacias y miedos, que en el fondo es no creer en la fuerza y el poder del Señor para cambiar la vida y el corazón de los hombres. Muy a menudo la tentación es, con aires de defender la fe, seguir en la difamación que niega la capacidad que tiene Jesucristo de cambiar la vida del ser humano”. Y se pregunta si “creemos en la versión nueva que da Jesucristo a los hombres cuando nos ponemos en sus manos” o “en el Señor que deposita su confianza en nosotros cuando nos ponemos a vivir desde Él, por Él, y en Él”.
Confianza en el Señor
Por eso, invita a “descubrir esa confianza que el Señor pone en todos los hombres, que nace de la fuerza que tiene el encuentro con Jesucristo, desde la experiencia del amor misericordioso que nos tiene” y anima a “desentrañar el contenido de la Bula del Jubileo de la Misericordia del Papa Francisco”. “La omnipotencia de Dios, asegura, se manifiesta precisamente en su misericordia”, aunque “no es fácil en muchas ocasiones perdonar. Sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras manos para alcanzar la paz del corazón y apartar de nuestra vida la venganza, el rencor, la rabia y toda clase de violencia que muchas veces, con aires de defensa de la pureza y de la verdad, nos hacen permanecer en el enojamiento y no nos permiten vivir esta bienaventuranza: dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia (Mt 5, 7). Como nos dice el Papa Francisco, la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”.
“Los cristianos sabemos que no estamos solos, es más, Dios mismo ha enviado a su hijo Jesucristo a vivir entre nosotros. Él nos quiere y nos cuida. La bondad de Dios está siempre con nosotros”, afirma. Por ello, exhorta “a vivir con obras, esa confianza que ha puesto Jesucristo en nosotros. Él nos ha hecho miembros vivos de su Iglesia y por las obras que hagamos nos conocerán. Nuestras palabras serán creíbles si responden a las obras que hagamos”. Y a dejar “que nuestra vida sea invadida por la confianza que el Señor ha puesto en nosotros” que “nos hace responder con una adhesión inquebrantable a su palabra, sabiendo que Jesucristo puede cambiar cualquier situación en un instante. Confiemos siempre en la gracia del Señor”, dice, ya que “con ella podemos esperar siempre de nuevo que el futuro sea mejor que el pasado”. Se trata “de agradecer la confianza que el Señor ha puesto en nosotros para hacernos miembros vivos de la Iglesia y darnos la misión de hacer presente su vida y su amor en medio de esta historia. Con la fuerza de su gracia y el desbordamiento que realiza su amor en el encuentro de Él con nosotros, todo se hace nuevo”, concluye.