Este jueves, 23 de mayo, la Iglesia conmemora la festividad de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Un día dedicado de manera especial «a dar gracias por los dones de la Eucaristía y del sacerdocio, y a pedir por la santificación sacerdotal». Así lo viven las Siervas Seglares de Jesucristo Sacerdote, como explica su directora general, María José Castejón Giner. «Nuestro fundador, el venerable Juan Sánchez Hernández, fue un sacerdote con un gran celo sacerdotal, enamorado de Jesucristo sacerdote, de la presencia y participación en el sacerdocio de Cristo de todos los bautizados, y de la grandeza del ministerio sacerdotal».
«Por eso -dice-, al hablar de esta fiesta me vienen a la mente muchas cosas que se podrían decir de él, de su persona, de su humanidad, de su calidad de sacerdote, de su conciencia de humildad, de que ha sido redimido y salvado por Jesucristo, de un corazón apóstol constante…. Nacido en 1902, fue hijo póstumo, y su vida estuvo marcada siempre por la figura de su madre, doña Teresa, una mujer sencilla del mundo rural, recia, con una fe tremenda y un amor a Jesucristo, que resaltaba por encima de todo. Al quedarse viuda, tomó la determinación de que no tendría más esposo que a Jesucristo. Y consagró toda su vida al cumplimiento de su deber como madre, y a bendecir y alabar a Dios por el don del sacerdocio. Había nacido el 4 de noviembre, fiesta de san Carlos Borromeo, y estuvo muy marcada por esta figura sacerdotal. En su casa se rezaba todos los días el rosario por la santificación de los sacerdotes». En ese ambiente, continúa, «se crio nuestro fundador: con muchas carencias materiales, pero de una riqueza espiritual tremenda. Recibió la gracia de la llamada de la vocación en su corazón de niño, y desde ese momento entendió toda su vida como vocación».
«Con 22 años, en Salamanca, descubrió la Hermandad de Sacerdotes Operarios, y decidió ingresar. Su vocación se define como apóstol del sacerdocio. A esa edad -apunta- él se dijo: tengo que elaborar una pedagogía del corazón para forjar desde dentro apóstoles del sacerdocio por la gracia de Dios. Y yo mismo tengo que forjarme como apóstol del sacerdocio. Una vocación en la que se mantendrá toda su vida. Fue ordenado en 1925, así que el año que viene celebraremos el centenario. Y dedicó toda su vida a ser apóstol del sacerdocio. A formar el propio corazón según el corazón del maestro, porque no existe nada más valioso que enseñar a los seguidores del Señor Jesús a tener sus mismos sentimientos». «Era consciente -añade- de que tanto al cristiano que ha recibido el bautismo como al sacerdote había que forjarles, acompañarlos, anunciarles, tener en cuenta toda su realidad integral como personas para que, conociendo cada vez más a Jesucristo, se enamoren más de Él y su corazón se fuera transformado, transfigurado, configurado en el amor de Jesucristo sacerdote». María José Castejón le define como «sacerdote humilde, sencillo, del diario vivir, pero un gran apóstol, director espiritual… Durante toda su vida recorrió España y América predicando ejercicios espirituales, y animando a la vocación sacerdotal. Un apóstol anunciador de la Buena Noticia, de todo lo que significa el sacerdocio de Jesucristo».
Entender la vida como vocación
Para la directora general de las Siervas Seglares de Jesucristo Sacerdote, la actualidad de la figura del fundador se manifiesta «en valorar y hacer significativa la vida del ministerio, la vida del sacerdote, y la de todo cristiano y de toda criatura, entendida como vocación. Él no sentía deseo de ser conocido, sino de dar gloria a Dios y, desde ese enamoramiento profundo a Jesucristo, anunciar a toda criatura que no estamos en el mundo por casualidad, sino que hemos venido porque Dios nos ha llamado; que cada uno de nosotros tenemos vocación, lo que implica una misión para hacer un mundo más justo para encarnar el amor de Dios en las criaturas, para pronunciar un 'tú' trascendente de padre y, a la vez, un 'nosotros' de sabernos hermanos. Por eso, su actualidad está en entender la vida como vocación, impulsar la cultura de la vocación, entender que la vida -el ser mujer o varón- es un don, y encierra una luz y una misión que tenemos que derrochar en una entrega incondicional a los hermanos, porque les vas a iluminar con tu vida». E insiste en que «descubrir que el Señor te llama a la vocación sacerdotal, o a la vocación cristiana, es un don y una gracia tremenda, donde el Señor te hace partícipe de su sacerdocio y, por tanto, eres mediador de la salvación de Jesucristo en medio del mundo, en medio de tus hermanos. Hay una vocación implícita de transformación del mundo, de confiar plenamente en que las personas somos capaces de transformar la realidad en el amor, en el servicio, desde la misericordia. Tener un corazón compasivo: eso es vivir el sacerdocio», remarca.
Otro rasgo de la actualidad del padre Juan, señala, «está en la acción de gracias continuada por todo lo que significa el ministerio, gracias al cual celebramos la Eucaristía, tenemos el perdón de los pecados, se acompaña al pueblo de Dios, se hace presente el Amor de Dios en los apóstoles en esa fidelidad y amor al pueblo. Es tanto lo que tenemos que agradecer al ministerio y a las personas que dedican toda su vida a vivir el ministerio sacerdotal desde el servicio… Quizás en esto sera también actual el padre Juan, porque entendió su ministerio siempre como servicio, y un servicio gratuito y totalizante, que te envuelve y marca toda tu existencia».
«Crear esos procesos de formación donde se va forjando el corazón del apóstol desde dentro -comenta- es otra muestra de su actualidad. Él hizo muchos esquemas sobre esa pedagogía del corazón. Todo va a prefigurar en Cristo, a través del servicio e identificarse con el proyecto del reino, que implica toda una transformación social, del mundo; configurar el corazón por gracia de Dios con el corazón de Jesucristo, tener los mismos sentimientos que Cristo Sacerdote: de compasión, de misericordia para con los demás; sentimientos reparadores; es decir, asumir incluso el pecado, cargar con la culpa del otro, ser consciente de la limitación y del propio debilidad, para vivirla como fortaleza, transfigurados en Jesucristo. Repetía muchas veces: ‘Ya no soy yo. Es Cristo quien vive en mí’».
Y también «la actualidad del ser llamados a la vocación. Vocación de la vida, vocación de ser cristiano, vocación de desarrollar ese ser cristiano en las distintas vocaciones y llamadas en la iglesia, y también en el sacerdocio. Porque el padre Juan se forma para vivir el ministerio desde el servicio, desde la humildad, con un deseo constante de ser santo. Descubre la Hermandad como un lugar de aportar a la Iglesia esa espiritualidad sacerdotal, esa preocupación por el ministerio y por todas las vocaciones en la Iglesia. Vivió su ser operario hasta el final de su vida. Esa fue su vocación: vivir como apóstol del sacerdocio en la Hermandad».
Siervas Seglares
«Dentro de esa vocación -recuerda- tiene la gracia y la llamada de fundar un instituto secular femenino y de espíritu sacerdotal. Pasó por dificultades y humillaciones, ya que en el año 53 fundar un instituto preconciliar y pensar en una mujer que vive los consejos evangélicos en la vida secular… Una fraternidad fuerte, evangélica, marcada por un carisma y por la vivencia fuerte de la caridad entre nosotras... Y, además, vivir el espíritu sacerdotal, es decir, ser mediadores del amor de Dios en medio del mundo. Y, por otro lado, una preocupación que comparte su corazón sacerdotal con otras muchas mujeres en ese momento: que en la Iglesia no falten sacerdotes santos. Y preocuparse por el cuidado integral de la persona del sacerdote».
«La Iglesia -advierte- necesita sacerdotes santos, pero la comunidad eclesial tiene responsabilidades con la persona del sacerdote, y tiene que tener un agradecimiento profundo porque haya hombres que, escuchando la llamada de Dios, y dejándose llevar y empapar por la gracia de Dios, quieran responder al Señor en Su Iglesia ejerciendo el ministerio. Una acción de gracias profunda porque presiden la Eucaristía, convocan al pueblo de Dios, anuncian el Evangelio, animan a cada cristiano a discernir los carismas y vocaciones dentro de la Iglesia, acompañan, ofrecen el perdón y la misericordia en los sacramentos de la reconciliación… ¡Hay tanto que agradecer al Señor por mirar a estos hombres para que acompañen a su pueblo, para que sean pastores según el corazón de Dios! ¡Es tanta la responsabilidad que tiene toda la comunidad cristiana!». En este sentido, inidca que «los obispos también tienen que acompañar a la persona del sacerdote. Acompañar la vocación que surge y que emerge en los seminarios. Y ahí el padre Juan descubre la aportación importantísima de la mujer como vivencia personal de la espiritualidad sacerdotal, en esta sensibilidad hacia el cuidado integral del Ministerio y esa preocupación porque no falten sacerdotes santos».
María José Castejón matiza que «no es que nuestro instituto tenga que cubrir todas las necesidades, ni mucho menos: eso es imposible. Pero sí sensibilizar a los bautizados y a toda la comunidad creyente que participamos todos del sacerdocio común, que somos enriquecidos por esa gracia recibida en el bautismo y que, a la vez, somos responsables también de los sacerdotes y de las personas que el Señor ha llamado a vivir el ministerio. El Sínodo nos dice ahora que caminamos juntos, que somos todos pueblo de Dios y corresponsables de la vocación de todos. Pero un instituto así lo soñó él como un ideal grande, y así lo expresa en el primer artículo de nuestros estatutos, para cantar y alabar y bendecir a Dios por el gran don del sacerdocio de Jesucristo, y de la vivencia del sacerdocio en su iglesia, tanto por el bautismo como por el Ministerio».
Inmersas en la Pascua
«Nuestro fundador -confiesa- invita a vivir el sacerdocio de Jesucristo tanto desde el bautismo como desde el ministerio. Es tener un corazón como el de Cristo, misericordioso, compasivo y fiel. Y es amar a la iglesia profundamente, en todas sus vocaciones, en todos sus carismas. Es acompañar a cada criatura para que descubra a qué ha sido llamada en esta vida, y que cada persona tiene una misión que cumplir: anunciar constantemente a Jesucristo. Y acompañar a la persona para vencer aquello que le impida ser la figura que Dios ha soñado para ella, quitar todo aquello que le sobra para ser esa figura. Eso es tener un corazón sacerdotal misericordioso, compasivo, fiel: descubrir también en los rostros sufrientes hoy a Cristo Sacerdote, porque no podemos vivir el sacerdocio sin descubrir en los rostros sufrientes al Cristo que sigue caminando hoy por la historia».
«La invitación del padre Juan a las Siervas -puntualiza- es que vivamos inmersas en la Pascua. Que cada semana, cada jueves, volvamos a hacer memorial del Jueves Santo, del Viernes Santo, del Sábado Santo y del Domingo de Resurrección. Y todo de la mano de María, primera Sierva». Por eso, «al poner en marcha el Instituto, tiene en su mente las mujeres del Evangelio. Las que acompañaron en la evangelización a Pablo. Las grandes mujeres sacerdotales en la Iglesia, como son las que acompañaron a san Jerónimo, o santa Teresa de Jesús, santa Catalina de Siena, santa Teresita de Lisieux. Grandes mujeres, de gran espíritu sacerdotal. Que esa cadena iniciada en el Evangelio continúe hoy mujeres al servicio al Evangelio, para quienes la evangelización y el cuidado de los evangelizadores es prioritario; que entonen un canto continuado de acción de gracias por el don del sacerdocio y de la Eucaristía. Mujeres comprometidas en este mundo, en esta sociedad, en el hoy, desde su profesión, desde el apostolado, desde la caridad profunda, descubriendo cuáles son los rostros sufrientes que hoy están en nuestra sociedad. Y acompañarlos».
«Nacido en Madrid -evoca-, estamos desde hace 70 años presentes en la archidiócesis viviendo la vocación de ser Instituto Secular con esta espiritualidad tan marcada: sacerdotal, eucarística, reparadora y apostólica. Somos y han sido muchas las siervas que, en Madrid, desde nuestras profesiones, muy variadas, hemos vivido y vivimos con un apostolado de entrega desde nuestro propio trabajo, anunciando el Evangelio con el testimonio de vida: en nuestras familias, en nuestros lugares de trabajo, y viviendo la Iglesia desde las comunidades parroquiales y la entrega. Un apostolado implicado en la iglesia de Madrid, con presencia de siervas en las actuales vicarías», afirma. «Estuvimos en el origen de lo que son grandes focos de espiritualidad o de parroquias, como la de los Dolores. Allí trabajaron muchas siervas en distintos apostolados. También hemos estado al lado de los Operarios, en la parroquia de San Cristóbal. Y en las residencias donde ellos vivían. Actualmente, además de las que están trabajando o estudiando, o las que residen en nuestra enfermería, hay como tres focos donde se encarna el carisma y el servicio».
Cenáculo sacerdotal y librería Ars
«Uno de ellos -reconoce-, muy importante y muy amado, es el Cenáculo sacerdotal Juan Sánchez Hernández, que está muy cerca de la Casa de la Iglesia, en San Juan de Ávila, 2. Es un lugar de acogida para los sacerdotes que vienen, también con laicos para las distintas vocaciones. Un espacio de oración, de encuentro, de hospitalidad por el que pasan muchos sacerdotes y muchas personas. Es también un lugar para mantener viva esa espiritualidad, ese amor al sacerdocio. Creo que, en cuanto se entra, se respira todo lo que significa el carisma y la vocación sacerdotal en la iglesia».
»Otro punto importante es la librería que abrimos hace seis años, en colaboración con la Orden del Carmen, en Ayala, 35. Desde el año 60, el padre Juan impulsó la apertura de librerías llamadas Ars (Agencia religiosas sacerdotal), porque empezaba el Concilio y la renovación eclesial, y vio la importancia de hacer este servicio en la Iglesia: acercar a las comunidades, a los sacerdotes, el material y los textos teológicos y del pensamiento cristiano, para que pudieran actualizar la liturgia, la teología, la filosofía y todo lo que estaba ocurriendo en ese año 1960, con el inicio del Concilio. Por eso, las librerías tienen vocación de recrear, de renovar, de servicio. Favorecer la lectura, el estudio de la teología más actual; proporcionar el anuncio del Evangelio a toda persona. Que los sacerdotes encuentren los textos especializados. En Madrid tenemos la suerte de contar con dos personas que trabajan con nosotros y que son grandes especialistas en este tema del libro religioso. Además, se cuida mucho transmitir la fe a través del arte. Por tanto, siempre estamos buscando artistas que puedan favorecer esa comunicación de la fe a través de imágenes, mediante el arte religioso. Y cosas muy sencillas que se necesitan en la pastoral: objetos, cruces… Un lugar de transmisión de la fe, de evangelización, y que se abre lugares que están en la calle transmitiendo y anunciando el Evangelio».
Además de esta librería en Madrid, el Instituto Secular cuenta con otras en «Salamanca, Logroño y Zaragoza, y una librería virtual. Junto a esto se crearon unas becas, Juan Sánchez Hernández, para enviar libros a los seminarios con bajos recursos. Este año se han mandado a tres: a un seminario de Guayaquil (Ecuador), a un centro de estudios de Paraguay, y a un centro de estudios de México, en León (Guanajuato). Estamos convencidas de que es importantísimo tener sacerdotes santos, pero también sacerdotes bien formados, que anuncian el Evangelio desde una formación actual y de gran fidelidad. Por eso nos parece muy importante la formación, y se promocionan estas becas».
Puente de Vallecas
«Por último -declara- tenemos otro enclave en el Puente Vallecas. Se abrió hace 25 años. Es una casa donde situamos el Cenáculo de formación vocacional. Tiene como ideal promover todas las vocaciones, y a la vez sirve también para formar a las vocaciones que surgen para el Instituto. Actualmente viven seis personas. Además, el barrio ha sido también un lugar donde encarnar ese Corazón misericordioso, compasivo, de Jesucristo sacerdote».
«Vivir al lado de la gente -asegura-, compartir su realidad, nos ha hecho un bien inmenso a nosotras, y también a las personas con las que nos hemos relacionado. Llegamos en los años 90, y había una realidad de inmigración muy fuerte. Así que estuvimos trabajando con la delegación de migración de entonces en la parroquia San Pablo. Hoy estamos vinculadas, y seguimos trabajando en la Vicaría IV, y en la parroquia del Patrocinio de San José, para la acogida e integración del inmigrante en la sociedad española. Es una experiencia riquísima -confirma-. Cuando empezamos, acogíamos a las primeras generaciones que llegaban, con todas las problemáticas de trabajo, vivienda o de dejar a sus familias, de corazones muy tocados por la lejanía de sus países y la dificultad de integrarse en esta sociedad; ahora, después de unos años, trabajamos con las segundas generaciones, es decir, con tantos niños y jóvenes que llegaban y que parece que no eran de ningún sitio… Era un reto importantísimo: desde el corazón del sacerdocio, ser esa mediación, favorecer esa interacción con los niños y los jóvenes. Y ahora mismo estamos en ello. Ellos son los que han llevado el Evangelio a sus familias, y ahora el trabajo consiste en estar con las familias. Durante el Covid fue una tarea muy hermosa, llevando iconos a las casas para que se reunieran en torno a la Palabra, para que el Señor sostuviera sus vidas en la dificultad, además de compartir solidariamente con ellos lo que tenemos».
«La acogida y la hospitalidad en el Cenáculo sacerdotal -resume-, la preocupación por la formación integral del sacerdote y de las comunidades cristianas de todos los bautizados, poner el mensaje evangélico al servicio de toda la sociedad, y esa encarnación en Puente Vallecas acompañando a familias, niños y jóvenes que la inmigración ha hecho que salieran de sus tierras, que afrontaran dificultades, a los que hay que acoger y compartir hasta que se sitúen… Palpar la misericordia y la compasión de Jesucristo, y descubrir que Dios es el Dios de los pobres… Esa es nuestra presencia actual en Madrid, y nuestros tres servicios significativos. Además, muchas siervas trabajamos, cada una en nuestra profesión: en el mundo de la salud, como médicos o enfermeras, o en el campo del servicio social, o como funcionarias. Todas con el deseo de llevar el Evangelio, de evangelizar todos los ambientes y en todas las realidades. Y con esa memoria constante de ser Iglesia, en especial iglesia doméstica, y de crear cenáculos familiares. El padre Juan tenía el ideal de que cada familia fuera un cenáculo donde se hace presencia de iglesia, donde se ora y donde se vive la Eucaristía».
Concluye recordando que, «en el Cenáculo sacerdotal tenemos una planta dedicada a la atención de las siervas dependientes, que necesitan todo tipo de cuidados. Una atención integral: física, espiritual, pero también vocacional. Es extraordinario cómo estas mujeres viven el ideal del instituto hasta el último momento. Seguir ofreciendo, entendiendo que el primer apostolado es la ofrenda y la oración de la vida por la santidad de los sacerdotes. Porque donde hay sacerdotes que se entregan, y apóstoles y santos, hay una iglesia santa, una comunidad que crece, una sociedad que se transforma y una iglesia con corazón misericordioso».