- Titulo: Infomadrid/ M.D.Gamazo
- Firma: Salesas del primer monasterio de la Visitación: «Con nuestra vida escondida cantamos, con la Santísima Virgen María, el Magníficat a Dios»
- Fin Agenda: 26-05-2024
Con el lema Contemplando tu rostro, aprendemos a decir: “¡Hágase tu voluntad!”, la Iglesia celebra este domingo, 26 de mayo, solemnidad de la Santísima Trinidad, la Jornada Pro Orantibus.
La comunidad de hermanas del primer monasterio de la Visitación de Santa María de Madrid, en pleno barrio de Chamberí, nos hablan de la Orden, de su carisma y misión. «Estamos en la calle Santa Engracia, 20. Y muchas personas nos conocen por el nombre de 'Salesas'. Nuestra Orden es francesa, fundada en la ciudad de Annecy en el año 1610 por san Francisco de Sales y santa Juana Francisca Fremiot de Chantal. Y este monasterio en el que vivimos fue el primero de nuestra Orden en España. Fuimos fundadas hace exactamente 275 años, en 1749, por lo que este es para nosotras un año jubilar».
«Nuestra Orden -prosiguen- es de clausura papal, lo que quiere decir que nuestra vida se desarrolla en el interior del monasterio, sin salir a la calle, sino para lo estrictamente indispensable. Tenemos un contacto muy limitado con el exterior, lo que no significa que estemos totalmente desconectadas de las necesidades del mundo, sino que, para poder dedicarnos enteramente a la oración y a la contemplación del rostro de Cristo, pidiendo por todas las necesidades de la Iglesia, necesitamos aislarnos del mundo exterior. Con nuestra vida escondida cantamos con la Santísima Virgen, en su misterio de la Visitación, el Magníficat a Dios; hacemos de nuestra vida un canto de alabanza, y participamos de la gratuidad de su respuesta, de la admiración de su alabanza y de su celo por la salvación del mundo».
Profunda humildad con Dios y dulzura con el prójimo
«San Francisco de Sales -explican-, al fundar la Visitación, y pensando en el banquete celestial al que todos estamos llamados, quiso que en esta Orden no hubiese grandes austeridades exteriores para que pudiesen ser recibidas tanto las jóvenes, fuertes y robustas, como las mayores, débiles y enfermizas, con tal de que “tengan el espíritu sano y bien dispuesto” para abrazar una vida de profunda mortificación interior. El carisma propio de la Visitación es de una profunda humildad para con Dios y de gran dulzura con el prójimo, reconociendo siempre en todos los acontecimientos, tanto agradables como desagradables, su divina voluntad, abrazándola en cada momento».
Además, añaden, «también vivimos y propagamos de forma particular la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Herencia recibida de Nuestro Señor en la persona de santa Margarita María de Alacoque, del monasterio de Paray-le-Monial, en Francia, a quien Él mismo le reveló su gran amor por los hombres y el deseo que tiene de ser correspondido». Por eso, añaden, «este año precisamente es también jubilar para la Orden de la Visitación, pues se cumplen 350 años de las grandes revelaciones que el Señor hizo a la santa. En nuestro monasterio tiene su sede el Centro Nacional de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús, que es una asociación nacida en nuestra Orden en 1863 y extendida por todo el mundo para dar gloria, amor y reparación al Corazón de Jesús».
Beatas mártires
«Para las hermanas que vivimos en este monasterio -continúan- es un honor, y a la vez un compromiso de vida, el tener a siete hermanas mártires que, en 1936, ofrecieron su vida por Cristo y por la salvación de España. Beatificadas en 1998 por san Juan Pablo II, son para nosotras, y para los fieles que frecuentan nuestra iglesia, un ejemplo y un estímulo en el seguimiento de Cristo. Ellas vivieron y se santificaron en este monasterio, llevando la misma vida que nosotras estamos llamadas a vivir, siguiendo las mismas reglas, las mismas costumbres, el mismo ideal; y si ellas pudieron, con la gracia de Dios, nosotras también estamos llamadas a hacerlo», aseveran.
«Actualmente -indican- en nuestra comunidad somos veinticuatro hermanas, entre los 30 y 96 años. Nuestra vida transcurre muy sencillamente, entre la oración y el trabajo; “siete veces al día te alabo” dice el salmo 119, así que, a lo largo del día, suspendemos nuestra labor y acudimos al coro, al toque de la campana, para cantar las alabanzas de Dios, en nombre y por las necesidades de toda la Iglesia. Guardamos silencio a lo largo del día para mejor hablar con Dios, pero después de comer y de cenar tenemos un rato de recreo en el que, haciendo alguna labor, compartimos con nuestras hermanas. Formamos una comunidad muy unida en la que nos ayudamos las unas a las otras, tratando de ser, cada una, prójimo para las otras», concluyen.