Uno puede ser de Madrid desde que nació y descubrir, cada día, rincones nuevos de una ciudad poblada de almas. Como esa fila de casas que hay frente a la Dehesa de la Villa, cerca del metro de Francos Rodríguez, en un montículo desde el que se divisa la Ciudad Universitaria y la Casa de Campo. En una de esas viviendas nació, hace casi un año, el Hogar Isaías. Un remanso de paz, exterior e interior, para vidas deterioradas.
Fue en su día casa del IEME (Instituto Español de Misiones Extranjeras) para misioneros que pasaban temporadas de descanso en Madrid. La falta de vocaciones la dejó prácticamente en desudo, y tuvo muchos pretendientes, pero los misioneros quisieron cederla para algún proyecto social de la Iglesia.
Y allí estaba Cáritas Diocesana de Madrid, que trabaja para paliar las necesidades de los más vulnerables y veía, desde hacía tiempo, una carencia de recursos para personas mayores de 55 años, solas, que vienen del mundo de la exclusión. «No pueden acceder a los recursos que hay para mayores de 65 años y malviven en albergues y pensiones de mala muerte», explica Mar Crespo, responsable del área de Mayores y Cuidado de la Vida de Cáritas Diocesana de Madrid.
Seguridad, confianza, paz y tranquilidad
«¿Y no me tengo que ir?». Esta es la primera pregunta que hacen todos cuando entran en el Hogar Isaías. Es el primer paso para ganar en confianza, en seguridad. Aquí no hay fecha de salida, aunque sí se hace un trabajo de motivación con ellos para que cojan las riendas de su vida. Carmen, por ejemplo, la primera residente, acaba de abandonar la casa para irse a un piso compartido.
Al principio, vivir con otras personas les cuesta un poco. «Llevo 22 años desconfiando de todo el mudo», le dijo una vez a Mar un residente. Pero lo van trabajando, empezando, por ejemplo, por las comidas. La idea es que coman todos juntos y para la cena, había un horario más laxo por si alguno tenía otro plan. Pero la realidad es que, ahora, también todos cenan juntos. Y si alguno falta, preguntan. No por controlar, sino por preocupación.
Habla la hermana Deyanila, mujer fuerte, alta, sonrisa abierta y franca, manos delicadas en un cuerpo sólido. Ella es la superiora del equipo de vida que atiende el hogar. Junto a las hermanas Rosa e Iluminada son el alma de la casa, originarias de República Dominicana, religiosas de las Hijas de la Altagracia (la Virgen patrona de su país).
Gracias a las hermanas, los residentes van desmontando dinámicas y esquemas que traen muy incorporados de su vida en su soledad. Por ejemplo, cosas tan básicas como que nadie les va a tocar sus pertenencias o que allí siempre va a haber comida para ellos. No hace falta acumular alimentos por si te los quitan o no te dan más, sino que la nevera siempre está abierta, «eso sí —subraya la superiora—, teniendo en cuenta a los demás».
Capilla, biblioteca, sala de estar...
Armando y Nacho, dos de los residentes, nos enseñan la casa. Lo hacen con orgullo, porque es la suya. En el Hogar Isaías han encontrado un ambiente «de familia», sostiene el último, y como en todas las familias, a veces hay roces. «Nos peleamos los martes y los jueves; el resto del tiempo, bien», ríe Nacho. La realidad es que cada 15 días hacen asamblea y en ella exponen lo que va bien, lo que va mal… Y luego, en el tú a tú, que el roce también hace el cariño.
La visita comienza por la capilla, nada más entrar a la izquierda. Como en la casa se quedó viviendo un misionero mayor, tienen Misa todos los días a las 8:00 horas. Después, el comedor, en el que hay un vinilo que representa un árbol y, en cada rama, están inscritos los cumpleaños de cada residente.
Para celebrar la vida, esa que van recuperando poco a poco cuando llevan ya un tiempo en la casa. Primero, mejoran físicamente y, después, van ganando en paz, en tranquilidad, en alegría. En descanso. En algunos casos, incluso, retoman una relación con familiares que la situación de calle, por vergonzante, había roto.
Subimos a la azotea, bajamos a la biblioteca y a la sala de estar —lo bien que les vendría una tele más grande, suspiran— y vemos las habitaciones. Cada una con su baño, y esto, para personas que han vivido —o malvivido— en pensiones y albergues, no tiene precio. «Son vidas con muchas heridas», sostiene Crespo.
En el sótano tienen la lavandería, el cuarto de la plancha. Cada residente se limpia su habitación y se hace su colada y su plancha. Y de lo que cobran, que suele ser la pensión mínima contributiva, aportan un 20 %. No llega ni de lejos para sufragar sus gastos de manutención, pero les sirve para responsabilizarse, «es una forma de que se sientan parte» de su casa.
Necesitan voluntarios de noche
Para cocinar cuentan con la ayuda de voluntarios, y los residentes hacen de pinches. También arreglan el jardín —en eso Armando y Nacho son expertos— y hacen actividades. Por ejemplo, Nacho les explica cuadros de arte, que de eso sabe. «El primero fue Las Meninas, y al día siguiente un compañero se fue al Prado, por primera vez en su vida, a verlo».
Sus vidas van cambiando gracias también a un programa de acompañamiento: cada residente tiene un voluntario de referencia que fundamentalmente hace una labor de motivación. Han sido personas muy acostumbradas a la soledad, «no querida», matiza Nacho, que «te puede causar enfermedades, te metes en un bucle y no sales». Y Armando apuntala: «Cuando uno ha vivido mucho tiempo solo llegas a creer que es la mejor opción, y no, porque te deprimes: no tienes con quién hablar y a quién escuchar».
Ahora tienen compañeros y «a estas princesas», que es como Armando se refiere a las hermanas, que tanto les cuidan. A ellas les vendría bien, eso sí, voluntarios de noche que pudieran darles un poco de descanso.
En la casa sueñan ya con sus primeras vacaciones juntos: se irán en julio a la casa que Cáritas tiene en Cercedilla. El Hogar Isaías responde así a eso que decía Dios a través del profeta: «Consolad, consolad a mi pueblo». Y también: «No temas, porque yo estoy contigo». Es, resume la hermana Deyanira, un «hogar de esperanza, de dignidad; que las personas se sientan personas».
El proyecto es una de las novedades que presenta Cáritas Diocesana de Madrid en su Memoria 2023, hecha pública este martes, 28 de mayo, de cara al Día de Caridad-Corpus Christi que se celebra precisamente con el lema Juntos abrimos camino a la esperanza.