Madrid

Conferencia sobre los enigmas de la Pasión de Cristo en la parroquia María Virgen Madre

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Este miércoles, 30 de marzo, a las 21:00 horas, dentro del Foro de Apologética de Benedicto XVI, en la parroquia María Virgen Madre (avda. Machupichu, 50) se impartirá la conferencia Crucifixio: una investigación sobre los enigmas de la Pasión de Cristo. Correrá a cargo de uno de los autores del libro del mismo título, Laureano Benítez Grande-Caballero.

Crucifixio: una investigación sobre los enigmas de la Pasión de Cristo es una obra cuya finalidad es desarrollar una exhaustiva investigación que contribuya a esclarecer estos enigmas, analizando minuciosamente todos los episodios del relato de la Pasión en cuanto a su desarrollo, las motivaciones y las conductas de los personajes que los protagonizaron, y las interpretaciones que de ellos hicieron la exégesis bíblica y la teología posteriores.

A lo largo de sus páginas, los autores indagan sobre todos y cada uno de los misterios de dicho relato: ¿Qué motivó la terrible agonía de Jesús en Getsemaní? ¿Por qué Judas traicionó a Jesús? ¿Quién tuvo la mayor responsabilidad en el arresto en el Huerto de los Olivos? ¿Hubo realmente un juicio judío? ¿Quiso verdaderamente Pilatos salvar a Jesús? ¿Es creíble la figura de Claudia Prócula, la mujer de Pilatos? ¿Existió Barrabás? ¿Son reales las figuras de Simón de Cirene y de Verónica? ¿Cuáles fueron las causas clínicas de su muerte? Al final de la obra, se intenta responder al gran misterio del RP: ¿Por qué Jesús tuvo que sufrir y morir en el Gólgota? ¿Qué sentido tiene su sufrimiento y su muerte?, demostrando la trascendencia redentora del sacrificio de la Cruz.

El segundo gran objetivo del libro es desmontar y recusar los postulados de la crítica historicista surgida a raíz de la Ilustración, la cual, utilizando el método histórico-crítico a partir de postulados laicistas, con el objetivo de buscar la verdad sobre el Jesús histórico ha cuestionado al Jesús de la fe, concluyendo generalmente que el relato de la Pasión es una secuencia de hechos profetizados, míticos, simbólicos, o, pura y simplemente, inventados.

Autores

Laureano Benítez Grande-Caballero (Sevilla, 1952), es licenciado en Filosofía y Letras. Es autor de 29 libros, entre los que destacan: El sufrimiento: un camino hacia la plenitud, El corazón dorado, Cuentos cristianos, Tiempo de milagros, El arca de la sabiduría, La vida en luz, y El Padre Pío: hechos extraordinarios del santo de los estigmas.

José Antonio Benítez Grande-Caballero (Sevilla, 1954) es profesor. Con su hermano ha publicado: El Padre Pío: mensajes del santo de los estigmas, El sendero de la felicidad, Semillas de luz y Orar con Juan Pablo II.

Finalizan las celebraciones de Semana Santa en la catedral

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La catedral de Santa María la Real de la Almudena ha acogido las principales celebraciones litúrgicas de la Semana Santa, presididas por el arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro. Finalizan este domingo, Domingo de Pascua de Resurrección, con una solemne Eucaristía que dará comienzo a las 12:00 horas. Al finalizar la Misa, se impartirá la bendición papal. La celebración se podrá ver en streaming en la web del Arzobispado.

Para más información sobre la Semana Santa en Madrid puede visitarse la página web preparada para la ocasión.

«¡El Señor ha resucitado! Toda nuestra fe se basa en la transmisión constante y fiel de esta buena nueva»

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El arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, presidió ayer la Vigilia Pascual en la catedral de Santa María la Real de la Almudena. En su homilía, celebró que «¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» y recordó que «toda nuestra fe se basa en la transmisión constante y fiel de esta buena nueva». Durante la celebración, también se impartieron los sacramentos de iniciación: Bautismo, Comunión y Confirmación a adultos.

Homilía íntegra

La Iglesia comunica hoy a toda la humanidad lo mismo que hicieran hace XXI siglos los primeros discípulos del Señor: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» (cfr. Lc 24, 1-11), y la experiencia vivida por María Magdalena cuando fue al sepulcro y vio la losa quitada y echó a correr, a donde estaba Pedro y el otro discípulo a quien tanto quería Jesús, para decirles: «Se han llevado del sepulcro al Señor». Ellos salieron camino del sepulcro y, entrando Pedro, vio las vendas en el suelo y el sudario con el que le habían cubierto la cabeza enrollado en un sitio aparte; y después entró Juan y «vio y creyó». Desde entonces, la Iglesia canta y anuncia con todas sus fuerzas, en todos los lugares de la tierra, con obras y palabras, así: «¡Cristo ha resucitado, aleluya!». Que este clima festivo, esta realidad y estos sentimientos abarquen el arco de nuestra existencia.

La vida cristiana tiene su origen en la Pascua. La Resurrección de Cristo funda la fe cristiana, está en la base del anuncio del Evangelio y hace nacer a la Iglesia. ¡Qué fuerza tienen las palabras de Pedro! «Nosotros somos testigos de todo lo que hizo [...] lo mataron [...] Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver [...] Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio» (cfr. Hch 10, 34a. 37-43). ¡Qué hondura adquiere, para esta humanidad, el saber que la vida verdadera tiene su origen en la Pascua, en la Resurrección de Cristo, que nos incorpora a su Muerte y Resurrección!

La Resurrección de Cristo, nos hace ver los siete días de la creación de una manera absolutamente nueva:

  • I) Dios creó todo lo que existe y creó al hombre a su imagen y semejanza y le puso en el centro de toda la creación, todo a su servicio para que sirviese a todos los hombres sin excepción (Gn 1, 1-2,2).
  • II) No podemos reservarnos nada para nosotros, todo es de Dios y para Dios, por eso hemos de decir como Abraham: «Aquí me tienes», o como nuestra madre María: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra»; quiero vivir y hacer lo que tú quieres y cómo tú quieres (cfr. Gn 22, 1-2. 9a. 10-13. 15-18).
  • III) La seguridad del ser humano está en que Dios siempre está con y al lado del hombres, está para liberarlos y darles la salvación mostrada en plenitud en Jesucristo (cfr. Ex 14, 15-15,1).
  • IV) No profanar lo creado: cuando la conducta del ser humano profana lo creado, Dios muestra su santidad recogiéndonos de todas las naciones, reuniéndonos de todos los países, y nos lleva al lugar donde hemos de estar, arrancando nuestro corazón de piedra y dándonos un corazón de carne (cfr. Ez 36, 16-28).
  • V) La absolutamente nuevo: nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, ha destruido nuestra personalidad de pecadores, estamos libre de la esclavitud del pecado, considerémonos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo (Rm 6, 3-11).
  • VI) Hemos resucitado con Cristo y hay que buscar los bienes de arriba, que no es desentendernos de la vida y de los hombres y sus situaciones, sino vivir conforme a lo que nos ha acontecido: habéis muerto y nuestra vida está con Cristo (cfr. Col 3, 1-4).
  • VII) Celebremos la Resurrección de Cristo, la gran fiesta del triunfo del hombre que está en el triunfo de Dios; como los primeros discípulos: vemos y creemos. Ved toda la historia desde quienes fueron los primeros testigos hasta hoy: ofrecemos una Vida, la de Cristo; damos testimonio de ella hoy y siempre. Los santos y los mártires nos lo muestran, por las obras os conocerán: ¡Cuántos lugares! ¡Cuántas personas sin distinción, sobre todo los más pobres, reciben en todas las partes de la tierra el testimonio con obras de cristianos que gastan la vida por acercar con su vida, que se convierte en canto, lo que hoy decimos en la secuencia «ofrezcan los cristianos/ ofrendas de alabanza/ a gloria de la Víctima/ propicia de la Pascua/...muerto es que es la Vida/ triunfante se levanta».

Ser cristianos significa vivir de modo pascual. Significa que tenemos que entrar con todas las consecuencias, implicándonos en el dinamismo originado por el Bautismo, que lleva a morir al pecado para vivir con Dios. ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! Toda nuestra fe se basa en la transmisión constante y fiel de esta buena nueva, que requiere la labor de testigos entusiastas y valientes, con vidas vivas y activas. Cristo es quien nos vivifica y nos hace hacer lo mismo que a los primeros: «Salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con señales que la acompañaban» (cfr. Mc 16,20).

Os invito a asumir el vivir este modo pascual, que tiene como centro a Cristo en tres manifestaciones:

1. Salir de nosotros mismos: Ser cristiano significa seguir a Jesús, recorrer los caminos de nuestra vida permaneciendo con Él, compartiendo su camino y su misión. Hablando a todos los que nos encontremos por el camino sin distinción, a los pequeños y a los grandes, a los ricos y a los pobres, a los poderosos y a los débiles, pero siempre curando, consolando, dando esperanza. En Cristo descubrimos que Dios no esperó que fuéramos a Él, fue Él quien vino a nosotros sin cálculos, ni medidas. Todos los hombres pueden decir «me amó y se entregó por mí». Sí, «por mí», pero para que fuésemos como Él, saliendo a todas las periferias existenciales, hacia los más olvidados y necesitados. Hay que llevar la presencia viva de Jesús misericordioso y rico en amor. Entremos en la lógica de la Resurrección. Por el Bautismo hemos entrado en esta lógica.

2. Caminar y evangelizar: Formamos parte de un pueblo en camino; camina por la historia y lo hace junto al Señor y con la vida del Señor. No somos islas, no caminamos solos, vamos con todos los que han acogido a Cristo y mueven su vida con su Vida. No puede haber cerrazón de unos a otros, sino la apertura a Dios que nos abre a todos. Caminamos juntos, colaboramos unos con otros, nos ayudamos mutuamente, sabemos pedir disculpas, reconocemos nuestros errores y las divisiones que provocamos y hacemos que el pueblo se rompa, pero sabemos pedir perdón. Somos un pueblo que caminamos unidos, sin evasiones hacia delante o hacia atrás, sin nostalgias del pasado. Y mientras caminamos nos conocemos, nos conocen, nos contamos, compartimos, crecemos como una gran familia. ¿Cómo caminamos? ¿Qué hago para caminar juntos? En el camino no estéis tristes, ni desanimados. Tomad conciencia de la presencia del Señor, va con nosotros. Nos pide que miremos a todos y que veamos las heridas, que llevemos su vida en nosotros para curar a todos. Él y su Vida en nosotros, nos hace abrazar con amor a todos.

3. Con la fe, la alegría y la intercesión de María: La fe de María desató el nudo del pecado: «Hágase en mi según tu Palabra». Lo que ató a Eva por su falta de fe, lo desata María con su fe. La fe de María trae a la Alegría, trae a Jesucristo verdadera Alegría, le da rostro humano. Conocemos y nos hemos encontrado con Jesucristo, verdadera Alegría, por la fe de María. La fe siempre lleva a la alegría, por eso María es la Madre de la Alegría, nos hace ver dónde está el triunfo del hombre. Nos acogemos a la intercesión de María, deseamos caminar con quien convierte aquella cueva de Belén en hacer ver a los hombres el inicio de la ternura y de la misericordia que culmina en la Resurrección de Cristo. Tengamos el estilo mariano de salir de nosotros, de caminar y de vivir la fe y la alegría.

Quien dijo: «Yo hago todas las cosas nuevas”, se hace realmente presente ahora en el Misterio de la Eucaristía. El Resucitado entre nosotros. Acogedlo hermanos. Amén.

El arzobispo de Madrid en el Viernes Santo: «La Cruz es la inclinación más profunda de Dios al hombre»

El arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, ha presidido hoy la celebración de la Pasión y Muerte del Señor en la catedral de Santa María la Real de la Almudena. «La Cruz es la inclinación más profunda de Dios al hombre, es el amor de Dios dado sin límites», ha dicho ante un templo repleto.

Homilía completa

El Viernes Santo contemplamos a Jesús en su rostro lleno de dolor, despreciado, ultrajado, desfigurado por el pecado del hombre. Pero el Viernes Santo es el día de la esperanza más grande, la esperanza madurada en la Cruz. Os invito a que os pongáis ante la Cruz para ver las tres necesidades más urgentes de la humanidad:

1. Necesidad de poner la vida en manos de Dios: ¿En manos de quién estamos en todas las dimensiones que tiene la vida? Contemplemos y conozcamos al Señor, sepamos quién es y qué nos da a nosotros los hombres. Mientras muere, exhala su último suspiro clamado con voz potente: «Padre a tus manos encomiendo mi espíritu». Pone su existencia en manos del Padre. Sabe que dar la vida para mostrar a los hombres todo lo que Dios nos quiere, se convierte en fuente de vida. ¡Contemplad qué fuerza tienen las palabras del profeta Isaías: «Mirad, [...] asombrará a muchos pueblos [...] enmudecía y no abría la boca [...] quiso entregar su vida como expiación»! (cfr. Is 52, 13-53, 12). Mirad al Señor en la Cruz: «Ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado, [...] acerquémonos con seguridad a Él, al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia». ¿Sabéis lo que nos hace descubrir? Que Él es la salvación, esa que todos los hombres buscan y que se identifica con felicidad. Por eso se nos dice que «se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna» (cfr. Hb 4, 14-16; 5, 7-9). ¿Pones la vida en manos de Dios? En sus manos todos los proyectos de los hombres son diferentes: ni descartan ni enfrentan, crean comunión fraternidad y puentes ¿La tienes en tus propias manos o en manos de otros parecidos a ti?

2. Necesidad de buscar la verdad: «¿A quién buscáis?» La humanidad necesita buscar la verdad. Aquellos que iban a prender a Jesús lo dijeron claramente: «Buscamos a Jesús, el Nazareno». Y la respuesta fue tajante: «Soy yo». La verdad molesta, interpela, nos juzga, nos saca de la mentira. ¿Buscamos a Jesús de verdad? ¿Creemos que Él es la verdad? Creemos lo que de sus labios salió? «Tú lo dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz». Pedro negó incluso conocerlo cuando le preguntaron si era discípulo suyo; mientras Jesús dice «Yo soy», Pedro dice «no lo soy», nada tengo que ver con Él. ¿Tiene que ver con nosotros? Con Pilato nada tenía que ver, por eso lo entregó y prefirió soltar a un bandido, ridiculizando a Jesús poniéndole una corona de espinas, poniéndole un manto, abofeteándolo. Lo entregó para que lo crucificaran. ¿Cuándo entrego yo al Señor? Cuando vivo en la mentira, desde lo que no soy. Ello corrompe todas las relaciones entre los hombres. Para buscar y vivir en la verdad mete en tu vida a la Madre de Jesús, pues Ella metió en este mundo a la Verdad que es su Hijo. Jesús, que nos quiere en la verdad, dice a María: «Mujer, ahí tienes a tu hijo», y a Juan, y en él a nosotros: «Ahí tienes a tu madre».

3. Necesidad de vivir mostrando el rostro del amor misericordioso aprendido junto a Jesús: Seamos valientes y atrevidos; llenemos nuestra vida de la gracia y del amor mismo de Jesús. La parábola del hijo pródigo, que a mí me gusta llamar mejor la parábola del Padre misericordioso, nos revela cómo es el amor de Dios revelado en Jesucristo. Para que entendamos este amor, el Señor nos da tres personajes: el padre, el hijo mayor y el pequeño. El padre, que representa a Jesús, ama incondicionalmente. El hijo menor pide marcharse y vivir por su cuenta fuera del amor de Dios. Su vida termina siendo un desastre. Lo reconoce y vuelve a Dios. El hijo mayor se ha quedado en casa, pero tampoco ha vivido del amor de Dios; se constata cuando viene su hermano y lo rechaza. Todos tenemos algo de hijo menor y mayor. Pero Dios nos quiere incluso así y sigue regalándonos su amor, abriendo su vida y corazón. La Cruz es la inclinación más profunda de Dios al hombre, es el amor de Dios dado sin límites. La parábola lo expresa de una forma plástica extraordinaria. Muestra el rostro de Dios contemplado y acogido en la Cruz.

Entregar este amor es comenzar una verdadera revolución, la revolución que da siempre vida, cambia el corazón y rompe fronteras, crea lazos de unidad, diluye y destruye el egoísmo. Comencemos esta revolución; se necesita, las ramas no son caras: Dios se encarga de dárnoslas y meterlas en nuestro corazón. Abre nuevos caminos para la humanidad. El sacerdote san Pedro Poveda, un santo que vivió en Madrid, al que hay dedicado uno de los altares laterales de la catedral y al que la UNESCO ha reconocido como alguien que puede enseñar esta revolución, decía así: «Dios se inclina hacia el hombre; el hombre propende hacia Dios. La humanidad fue tomada por el Hijo de Dios para no dejarla jamás, y esa humanidad adorable, en la persona divina, fue elevada a su mayor perfección. Lo humano perfeccionado y divinizado, porque fue henchido de Dios. La Encarnación bien entendida, la persona de Cristo, su naturaleza y su vida dan para quien lo entiende la norma segura para llegar a ser santo, con la santidad más verdadera, siendo al mismo tiempo humano, con el humanismo verdad. [...] Mirar y obrar. Mirar el crucifijo y obrar según el crucifijo. Tienes una duda, pues mira a tu crucifijo y conocerás lo que Dios quiere; te asalta alguna perplejidad para obrar, ajústate a lo que te enseña con su ejemplo Jesucristo. Para todo cuanto se te pueda ocurrir tienes enseñanza y remedio en Cristo crucificado». (cfr. Pedro Poveda: Obras I: Creí, por esto hablé, pg. 315 (74); 779 (257)). Hoy un santo en Madrid nos habla del Amor de Dios. Acojamos este amor que se nos da dando la vida por nosotros. Amén.