«La fiesta de la Divina Misericordia se celebra el domingo siguiente a la Resurrección del Señor, dentro de la Octava de Pascua, en el llamado ‘domingo in albis’» nos explica Enrique Abánades, párroco de Virgen del Mar y del santuario diocesano de la Divina Misericordia.
«Fue instaurada por Juan Pablo II el 30 de abril del año 2000 coincidiendo con la canonización de santa Faustina Kowalska, el apóstol de la Divina Misericordia. Y se celebra en esta jornada, y no el 30 de abril, porque así se lo pidió el Señor a santa Faustina a través de distintas revelaciones, junto al hecho de que el atributo de la Divina Misericordia, que es el corazón de Dios, sea aún más querido por los fieles». A su juicio, «el objetivo es que la Iglesia tome conciencia de que Dios es misericordia. Por eso es una gran fiesta, en la cual se invita a los fieles a reconciliarse con Dios y a celebrar de manera agradecida los dones que el Señor nos da a través de su Divina Misericordia».
«El Señor - prosigue el sacerdote - le dijo a santa Faustina que en ese día Jesús abriría las puertas de su Divina Misericordia de una manera especial, con muchas gracias para aquellos que se acerquen a la fuente de la Misericordia. Por eso, es un día para tener conciencia del gran amor que Jesús nos tiene, y para experimentar que celebrar su misericordia ayuda a que la gente tenga más facilidad para perdonarse. Una fiesta para resaltar la gran misericordia, el perdón, el amor, la ternura y la bondad de Dios».
«San Juan Pablo II - añade -, gran devoto de la Divina Misericordia, vio que esa revelación a santa Faustina era cierta cuando la canonizó. Y, al instaurar la fiesta, está confirmando que esas revelaciones son reales. Una celebración para experimentar la misericordia de Dios de una manera concreta, real, pero sobre todo un momento para pararnos, reflexionar y dar gracias a Dios por esa bondad y esa misericordia».
Santuario de la Divina Misericordia
«El santuario diocesano de la Divina Misericordia - señala - fue erigido el 28 de septiembre de 2010 por el entonces arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela. Se ubica en la capilla de la parroquia Virgen del Mar, perteneciente a la Unidad Pastoral del Gran San Blas. Y nosotros celebramos la fiesta abriendo las puertas a todos los peregrinos de la diócesis de Madrid que quieran venir».
Un santuario, apunta, que «está situado en San Blas, un barrio humilde, sencillo, trabajador, donde existen realidades que marcan de alguna manera; situaciones muy duras y dolorosas, sobre todo desde el estigma que viene de los años 80 y 90, con la droga, también la situación de pobreza, la vulnerabilidad de las familias que viven en el barrio, y otras circunstancias que son muy, muy duras… Pues en esa realidad doliente y sufriente es en la que se centra el santuario de la Divina Misericordia. Pero no solo en este momento, con motivo de la fiesta, sino durante todo el año». Y es que, «todos los martes, a las 6 de la tarde, tenemos la hora de la Divina Misericordia, con el rezo de la Coronilla y lectura de textos del Evangelio y otros que tienen que ver con la Divina Misericordia, desde Juan Pablo II o el propio papa Francisco, que convocó el Año de la Misericordia. Y después celebramos la Eucaristía».
«El día de la fiesta de la Divina Misericordia - afirma - es muy especial, porque vienen peregrinando fieles desde diferentes parroquias, y grupos de la Divina Misericordia que celebran con nosotros esta jornada». Pero, advierte, «llegan también muchos fieles que tienen devoción a la Divina Misericordia, pero que no solo vienen a rezar, sino a practicar la misericordia. En ese sentido, colaboran en el barrio en diferentes actividades que se organizan a través de las parroquias de la Unidad Pastoral».
Practicar la misericordia
«En la Unidad Pastoral - indica - hemos entendido desde hace ya tiempo que la Divina Misericordia no es una devoción vacía, o una devoción simplemente piadosa, porque se corre el riesgo de que se convierta en una devoción intimista. Por eso, se intenta que sea una devoción práctica, es decir, que no se quede solo en la oración, sino que se centre también en la acción, en tocar con nuestras manos las llagas de Cristo en la realidad sufriente de nuestro barrio».
«Por eso - asegura -, en el triduo de preparación invitamos a personas que han encarnado la Misericordia en sus vidas. En concreto, este año contaremos con Agustín, párroco de la Cañada Real, que también estuvo de sacerdote en el barrio de Usera, trabajando con la realidad de la drogadicción. El segundo día intervendrá Teresa, cofundadora del hogar Jesús Caminante, que atiende la realidad sufriente de personas sin hogar, donde el Señor les llama a rescatar desde la calle y a restaurar a estas personas y ayudar a que tengan una vida digna, y que también ellos puedan convertirse en vehículos de misericordia, es decir, que atraigan a más gente que está en la calle para que pueda salir de esa situación. Y, por último, nos hablarán del Hogar Mambré. Lo hará Gabriel, un laico que se está preparando para ser diácono permanente en la diócesis de Madrid, y que es una inspiración de Dios para acoger a jóvenes en situación de vulnerabilidad. Mambré es un hogar familiar en el que estos chicos puedan restaurarse como personas, crecer como personas. Y ese mismo movimiento se está convirtiendo en una forma de apostolado, porque los propios chavales, después de verse rescatados y restaurados desde una experiencia de Dios, se acercan a la realidad del dolor de otros chavales y anuncian el Evangelio con la experiencia de su propia vida».
Misericordia hecha vida
«Esos tres son como los tres perfiles elegidos este año con los que intentamos mostrar a la Divina Misericordia - continúa -. Una misericordia encarnada en la vida, y echa vida. Es decir, que no se quede solo en una devoción vacía o individualista, sino en una devoción que me ayuda a amar a Dios y a encontrarme con su misericordia, que me empuja a salir a la calle, a la realidad, y tocar las llagas de Jesús en la realidad sufriente de la humanidad».
Para el párroco de Virgen del Mar, «ese es el modo en el que hay que vivir la misericordia. Y gracias a eso la devoción a la Divina Misericordia se va extendiendo: a través de la experiencia de tocar las llagas del Resucitado en la humanidad sufriente uno descubre que la misericordia es un modo de vida propio del cristiano, que debe estar atento a las diferentes situaciones y realidades donde se manifiesta el Resucitado. Esa experiencia, que parte siempre de la propia vida para después hacerlo con los demás, es el modo en el cual se va extendiendo la devoción y el cariño a la Divina Misericordia».
Considera que «cuando uno ve que Dios ha tenido misericordia de uno mismo, de sus fallos, de sus errores, de su sufrimiento, pero también de sus alegrías, de sus gozos…, puede dar lo que ha recibido. Porque cuando recibimos la misericordia de Dios nos damos cuenta de que lo que tenemos. Por eso lo devocional, tener la imagen de Jesús, nunca viene mal. Pero eso se queda vacío si yo no doy lo que he recibido». «Lo propio de la devoción a la Divina Misericordia es tener confianza en Jesús. Tener confianza en que Jesús siempre está en el camino de nuestra vida, que nos cuida, que nos abraza, que nos perdona, que tiene misericordia de nosotros. Y, desde esa confianza, vivir el día a día», concluye.