Hágase tu voluntad. Todos discípulos, todos misioneros es el lema con el que la Iglesia celebra este domingo, 21 de abril, la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y la Jornada de Vocaciones Nativas.
Una de estas vocaciones de especial consagración al Señor es la del padre Mario Ortega Moya, sacerdote del Instituto Secular Servi Trinitatis. «Di mi Sí al Señor y a la vocación sacerdotal a los 18 años», evoca. «Era el año 1989, concretamente la Jornada Mundial de la Juventud en Santiago de Compostela. Yo ya iba rumiando la idea de entregar mi vida a Dios, aunque al principio no entraba dentro de mis planes. Pero en esa mayoría de edad, cuando tenía que pasar ya a la universidad, decidí ir al Seminario. Provenía de los jóvenes de Acción Católica de Cuenca, donde recibí toda mi formación cristiana. Y mi vocación surgió precisamente en ese ambiente, en concreto por la admiración hacia un sacerdote que se acababa de ordenar. Dios me llamó a través de su testimonio de entrega: al verlo a él, recién ordenado, con toda la ilusión de darse a Dios, de celebrar la Misa, de confesar, entendí que Dios me llamaba a ser como Él. Dios llama de esta manera también. No directamente, con una voz que te dice: ‘tienes que ir por ahí’, sino a través del ejemplo y la admiración por alguien en cuyo testimonio ves que te identificas, que quieres gastar así tu vida».
Institutos seculares
«Conocía el Instituto Secular Servi Trinitatis por su estrecha vinculación con la juventud de Acción Católica de Cuenca -prosigue-. Y no dudé que, llamado al sacerdocio, Dios me indicara que fuese en el seno de este Instituto donde me entregara».
«Servi Trinitatis -explica- nació en la década de los años 80 del siglo XX en Cuenca. Se trata de un instituto de vida consagrada, pero con unas características propias que lo diferencian de los religiosos. Lo forman laicos que quieren consagrar su vida a Dios y no perder su condición laical. La iglesia les reconoce esta posibilidad desde el año 1947, en que fueron aprobados los institutos seculares y fue, por tanto, reconocida la forma de vida de la secularidad consagrada. Es decir, que un miembro laico de un instituto secular sigue siendo 100% laico, como cualquier otro que no esté consagrado a Dios, pero a la vez es consagrado 100% al Señor, como lo pueda ser cualquier fraile o monja, y pertenecer a esta categoría».
«Los miembros de los institutos seculares -añade- siguen el camino de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, pero sin dejar su condición laical. Así se lo reconoce el Código de Derecho Canónico, en el canon 711. También se diferencian, de los religiosos en que no tienen la vida comunitaria como algo esencial de su carisma. Por eso, pueden vivir perfectamente su consagración a Dios viviendo en pequeños grupos de vida fraterna, o permaneciendo con sus familias, o solos».
‘Laboratorios experimentales’
«Algunos institutos seculares -apunta- admiten presbíteros entre sus miembros, o bien están formados solo por sacerdotes. El Código de Derecho Canónico reconoce que, siendo pensados para laicos consagrados, los institutos seculares pueden admitir sacerdotes. Haciendo un paralelismo con los laicos que viven consagrados sin dejar de estar en medio del mundo, los sacerdotes miembros de un instituto secular vivimos en medio del presbiterio diocesano participando de las mismas características que un sacerdote secular, es decir, no religioso, pero llevando a la vez, en la comunión con todo el presbiterio, esa experiencia de la consagración a Dios a través de los consejos evangélicos. Pablo VI, que fue el que más habló de la naturaleza de los institutos seculares, los definió, por su inserción completa en el mundo, pero consagrados a Dios, como ‘laboratorios experimentales’ en los cuales la iglesia puede verificar cómo ha de ser su relación con el mundo. Es una idea preciosa, muy atrevida, que repitió varias veces también san Juan Pablo II, y en la que también el papa Francisco ha insistido, que yo recuerde, al menos en cuatro ocasiones».
«El Instituto Secular Servi Trinitatis -continúa- fue aprobado como tal por el cardenal Rouco en la archidiócesis de Madrid en el año 2007. Se compone de dos ramas -masculina y femenina-, separadas y autónomas. Y contamos con la presencia de miembros en diversas diócesis de España, así como en Argentina, Venezuela y Roma. En Madrid, sacerdotes nuestros llevan la parroquia Santo Inocentes, y la sede central de la rama masculina se encuentra en Pozuelo de Alarcón, donde también miembros laicos, en este caso de la rama femenina, atienden desde hace 22 años una librería religiosa que presta un magnífico servicio, no solo a los habitantes y comunidades cristianas en Pozuelo, sino también del entorno, Majadahonda, Aravaca, Boadilla…».
Comunicación institucional
El padre Mario Ortega Moya recibió la ordenación sacerdotal en 1995. «Hace, por tanto, 29 años. Tras ejercer el ministerio los dos primeros años en Cuenca, mi diócesis de origen, he servido a la iglesia sobre todo en Madrid, y en concreto en Pozuelo de Alarcón desde hace 25 años».
Durante ese tiempo, indica, «hubo un paréntesis de 7 años, durante el que fui destinado a Roma, para estudiar Comunicación institucional y servir a una parroquia de la periferia. Fueron años preciosos, de 2011 a 2018. Y de esa época destaco precisamente una de mis vivencias más gozosas como sacerdote en cuanto a la vivencia del misterio de la Iglesia se refiere: en Roma, y durante mis años de estudiante de Comunicación, viví muy de cerca la renuncia de Benedicto XVI y la elección y primeros años del papa Francisco. Pude colaborar en la Oficina de Prensa de la Santa Sede, y como corresponsal de Radio María en Roma. Esto me ha permitido regresar a España con un horizonte, digamos, más universal, más católico, valorando y gozando más esa diversidad y unidad de carismas dentro de la iglesia y la riqueza que esto supone», asegura.
Coordinador de la vida consagrada
«Desde mi regreso de Roma -comenta- he colaborado más intensamente en la pastoral de la Iglesia de Madrid. Sobre todo, cuando me encargaron la coordinación de la vida consagrada en el arciprestazgo de Aravaca-Pozuelo y, más tarde, la coordinación de los demás coordinadores de vida consagrada en los otros siete arciprestazgos de la Vicaría VII de la archidiócesis». Y manifiesta que está «contentísimo con esta labor que, además, considero que viene como anillo al dedo para un sacerdote que es miembro de un instituto secular, ya que hago un poco de puente entre el presbiterio diocesano -parroquias, etc.- y las comunidades de vida consagrada que se encuentran en un número abundantísimo en esta Vicaría, tanto en la zona urbana, integrada por los tres arciprestazgos situados más al noroeste de la capital, como en los tres de la zona metropolitana -Pozuelo, Aravaca y Las Rozas- y los dos de la zona de la sierra oeste, a ambos lados de la A6: Villalba-Cercedilla a la derecha, y El Escorial a la izquierda de la autovía».
Reconoce que «es una presencia muy potente de la vida consagrada en todas sus formas. Hay varios monasterios de vida contemplativa, y sobre todo muchísimas órdenes y congregaciones de vida activa, que atienden todo tipo de pastorales: educativa, de la salud, penitenciaria, de ancianos, de acción social y caritativa… También hay varios institutos seculares, nuevas formas de vida consagrada y varias mujeres pertenecientes al Orden de las Vírgenes. Trabajamos muy coordinados, como no puede ser de otra manera, con los encargados de la Pastoral Vocacional y Juvenil de la Vicaría».
Llamadas de Dios
Para el padre Ortega Moya, «hay vocaciones, porque hay llamadas de Dios. Tantas vocaciones como personas hay. Pero hace falta que la persona se dé cuenta de que está llamada por un camino que Dios le ofrece, y que responda a él con generosidad». A su juicio, «el problema principal está en la crisis del relativismo y de la falta de compromiso con un proyecto verdadero, totalizante y de por vida, que es el que propone el Señor, sea a nivel de vocación matrimonial como de vocaciones de especial consagración, como pueden ser la vida consagrada o el sacerdocio. Como vocación es sinónimo de proyecto vital estable, seguro y de por vida, cuando un joven conoce de verdad al Señor y se fía de Él, se ve fascinado y atraído por vivir la vida así, vocacionalmente; por sentirse llamado por Dios personalmente a realizar un proyecto único e irrepetible, del cual se convierte en protagonista activo, como colaborador de Jesús. Y eso es tremendamente atrayente».
Confiesa que, «en medio de esa crisis occidental, especialmente de materialismo, relativismo y pasotismo que afecta a nuestros jóvenes, hay luces muy esperanzadoras. Son los nuevos movimientos y pastoral parroquial que, lejos de prejuicios y visiones ‘aguachadas’ del Evangelio, plantean los retos a los jóvenes con toda radicalidad evangélica. Lo son también las iniciativas de retiros de impacto, como pueden ser los Emaús, Effetá o Bartimeos así como la pastoral musical con canciones que llegan, y llegan con mensajes fuertes y claros, a nuestros jóvenes cristianos. Y les inician también así en la oración. Es verdad que no podemos quedarnos solamente ahí, en ese plano emotivo, o de ‘subidón’ del momento, pero indudablemente es una 'chispa' que no podemos despreciar y sí aprovechar bien para que prenda fuerte la llama del amor personal y vocacional que Dios ofrece a cada joven», afirma.
La pastoral juvenil no es ajena a este sacerdote que ejerce también como capellán de una de las comunidades religiosas de la Congregación de San José de Cluny, en Pozuelo. «Las quiero mucho, y las acompaño y animo en su difícil labor educativa de cientos de niños y jóvenes por medio del colegio», sonríe. «Además, soy consiliario diocesano de los jóvenes de Católicos en Acción, estoy adscrito a la parroquia de la Asunción de Pozuelo, y también soy encargado de los niños de Primera Comunión en el colegio de San Luis de los Franceses, también en Pozuelo. Estoy convencido, por mi experiencia, y porque así fue mi despertar vocacional personal, que la pastoral vocacional es sobre todo que los jóvenes te vean convencido y contento de lo que eres. Les entusiasma cuando les dices, porque así lo crees, -aquí no hay posibilidad de mentir o disimular- que, si mil vidas tuviera, mil le daba al Señor. Porque no hay nada más hermoso y bello que gastar la vida por el Señor y por las almas», concluye.