Madrid

Oración por el mundo del trabajo en Hermandades del Trabajo

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Hermandades del Trabajo organiza una Oración por el mundo del trabajo. Cada último viernes de mes, a las 20:30 horas, la Capilla de la sede de Hermandades (c/Raimundo Lulio, 3) acoge este encuentro de oración con el objetivo de “poner ante Dios los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias que viven los trabajadores” y “aprender a contemplar el mundo del trabajo con los ojos de Dios y descubrir en Él la acción salvífica de Cristo, el Evangelio del Trabajo’, aseguran desde Hermandades.

Se trata de un espacio abierto para todos aquellos que quieran participar en estos encuentros.

La oración de este mes se realizará el viernes 31 de octubre.

Eucaristía en honor a San Pantaleón en el Monasterio de la Encarnación

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La Iglesia del Real Monasterio de la Encarnación, donde se venera la reliquia de San Pantaleón, celebra cada 27 de mes una Misa en memoria litúrgica del santo mártir. Así, la Eucaristía dará comienzo a las 19,30 horas de esta tarde.

El Monasterio de la Encarnación acoge dos reliquias de San Pantaleón: un hueso, y una ampolla con la sangre del mártir, que en la fiesta de su martirio, el 27 de julio, todos los años –sin faltar uno- aparece en estado líquido mientras que durante el año permanece en estado sólido.

San Pantaleón, médico, murió mártir el viernes 27 de julio del año 305.

Concierto de Manos Unidas en la Parroquia de los Jerónimos

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Este jueves 30 de octubre, a las 20 horas, Manos Unidas organiza un Concierto en la Iglesia de San Jerónimo el Real (c/ Moreto, 4), con motivo de la acción @24horas que mueven el mundo.

Será interpretado el Réquiem en Re menor K626 de W. A. Mozart por el Coro de San Jerónimo el Real, la Orquesta IUVENTAS y Solistas de la Escuela Superior de Canto.

La entrada es libre hasta completar aforo.

Cardenal Rouco Varela: “Espero seguir sirviendo a la Iglesia”

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Esta mañana, el Cardenal Antonio María Rouco Varela, Arzobispo Emérito de Madrid Administrador Apostólico, ha intervenido en El Espejo de Madrid, de la Cadena COPE, donde ha recordado que “los que fuimos jóvenes sacerdotes en las vísperas y durante el Concilio Vaticano II, estuvimos muy implicados en el primer periodo del proceso de aplicación del Concilio, en la década de los años 70: unos desarrollando su ministerio, su vocación sacerdotal en marcos directamente pastorales (la parroquia, la acción pastoral diocesana), otros, como es mi caso, en el mundo de la universidad, y de la aplicación del estudio teológico y canónico de lo que el Concilio enseñaba. Buscando el bien de aquella Iglesia, en ese momento de su historia en que quería abrirse al mundo y al hombre para llevarle la luz del Evangelio, como lo había pedido y deseado San Juan XXIII, como lo había impulsado el beato Pablo VI y como lo estaba diciendo la parte más sana y más entregada de la Iglesia”.

Ha señalado que, a pesar de confiar en la voluntad del Señor, le asustó venir a la capital: “Madrid tenía fama de ser una de las diócesis donde, lo que podría llamarse la inquietud, por un lado, y el dinamismo post conciliar, por otro, se daban con mayor fuerza, con mucha complejidad, y con mucha interacción en relación con lo que era el momento de la España de entonces. Pero con la elección de Juan Pablo II, de algún modo, todo cambió; sobre todo desde el punto de vista del entusiasmo interno del alma, de la ilusión de los jóvenes sacerdotes. Y ya se pudo ver que del Concilio había nacido un impulso y un dinamismo de renovación de la Iglesia hondo y riquísimo, de gracia y de posibilidades evangelizadoras, que había que aprovecharlo, guiados por ese gigante de la historia de la Iglesia que fue San Juan Pablo II”.

En alusión a las visitas pastorales que ha realizado durante estos 20 años a residencias, hospitales, cárceles, etc., ha dicho que “siempre queda algo por visitar; en cualquier realidad diocesana, pero en la de Madrid, con más de 3 millones de habitantes en una diócesis que se ha expandido de una forma prodigiosamente dinámica hacia las nuevas unidades urbanísticas que rodean la ciudad, seguro que me ha quedado algo por visitar. Lo que sí me ha dado siempre pena es no haber podido estar con más frecuencia en los hospitales de Madrid. Y también no haber podido visitar más a domicilio a enfermos”.

En cuanto a lo que ha impulsado y puesto en marcha en la diócesis de Madrid, ha asegurado que, lo que se ha realizado, “no va a poyado por planes, procesos, análisis sociológicos o estrategias mediáticas. El objetivo era estar muy cerca de tus diocesanos, de sus sacerdotes, de los más consagrados a la vida de la misión de la Iglesia, de la gente, de sus problemas, de las angustias y los dolores que les sangran por las heridas del alma y del cuerpo. Todo ello, dejándote llevar por el espíritu del Señor, que en la oración se hace muy activo. Y siempre en comunión con la Iglesia, sobre todo con el Pastor Supremo de la Iglesia. A mí me ha tocado la inmensa gracia de que casi toda mi vida episcopal coincide con el Pontificado de San Juan Pablo II. No era difícil llevar ese ritmo conectando con él”.

Tras la Jornada Mundial de la Juventud de 1989, la celebrada el año 2011 y lo que ésta supuso, ha manifestado que “la Iglesia en Madrid se siente confirmada en la dirección del camino de su vida, que marcaban o que marcan dos palabras: comunión y misión. También se sienten más animadas las comunidades parroquiales, que es donde más comúnmente el cristiano vive su vida. Y que la evangelización de nuestro mundo, tan completa y aparentemente alejado de Dios, y tan secularista y secularizado, no sólo no era imposible, sino todo lo contrario: era una oportunidad llena de gracia y, por lo tanto, que llenaba el alma de gozo y alegría. Ese gozo del que habla tanto el Papa Francisco. Así que, de algún modo, conectábamos con su forma y su sensibilidad pastoral sin saber que iba a venir el Papa Francisco. Y eso lo pudimos experimentar en la JMJ de Madrid de 2011”.

Respecto a la urgencia pastoral y evangelizadora de la Iglesia en Madrid, el Cardenal ha dicho que lo ha comprobado “hacia dentro y hacia fuera, porque los misioneros madrileños fuera de la diócesis son muchos, y la tradición es muy rica y admirable. Pero también se puede comprobar en relación con la propia vida de la sociedad y de la comunidad humana madrileña, en sus aspectos ordinarios: en los problemas del trabajo, de la familia, los relacionados con la pobreza material, psicológica, espiritual… Hemos podido ver cómo la savia de lo cristiano ha ido fecundando mucho todo ese desarrollo de la vida de las personas y de la sociedad madrileña, de una forma no impositiva ni arrolladora, sino viva y cordialmente penetrada por el espíritu del amor fraterno; es decir, del Evangelio. La evangelización llegó también a la sociedad madrileña y a los madrileños”.

En Madrid, ha proseguido, “hemos vivido cómo el Señor no da a su Iglesia nunca, no solo en términos de vida cristiana y pastoral común, sino a través de las gracias y los carismas extraordinarios con los que enriquece a personas, a grupos y a movimientos dentro de la Iglesia, no para contraponer y que se contrapongan cristianos y realidades de la iglesia, sino para enriquecer a la comunión de la Iglesia. De tal manera que de ella salga fuerza misionera y apostólica, verdaderamente dinámica y transformadora del corazón del hombre, de la realidad de este mundo y con la vista siempre puesta en el fin último, que hay que colocarlo más allá del tiempo, y que es la gloria del Señor”.

En cuanto a las despedidas realizadas por los distintos arciprestazgos y vicarías, el Cardenal se queda con todas, “pero hay una que, ciertamente, te marca el alma: el que hayan sentido que en el ministerio pastoral de su obispo había paternidad, fraternidad, cercanía y una intención, una voluntad y una manera de hacer que querían transmitir la presencia salvadora del Señor, su acción salvadora sobre las personas y sobre la realidad de la Iglesia, sobre la realidad del mundo, y siempre acompañados de la cercanía de la Virgen, nuestra Señora de la Almudena”.

Respecto a los posibles consejos que ha dado al nuevo arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro, ha confesado que “le he dicho cosas en términos generales y concretos, de tareas pendientes que me parece que hay que llevar adelante; le he dicho que era una Iglesia, una comunidad eclesial en la que la comunión, ciertamente, es vida, donde iba a ser revivido un espíritu de fe, de obediencia en la caridad y en la esperanza muy hondos, y que puede contar con su presbiterio, con sus consagrados, con sus seglares, para poder desarrollar y continuar la labor del sucesor de los apóstoles en plenitud y en funciones de responsabilidades en la archidiócesis de Madrid”.

Por último, el Arzobispo Emérito de Madrid ha concluido explicando que “ahora tendré más tiempo para rezar, para estudiar y para hacer el bien de una manera imperceptible. Eso es lo que espero: seguir sirviendo a la Iglesia a través de la nueva situación canónica en la que me encuentro, y con los dones y las gracias que he recibido del Señor, sobre todo la del sacerdocio, la del episcopado y la de esa especial vinculación que a algunos obispos nos pide el Papa a través del cardenalato, de ser miembros del colegio cardenalicio”.