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El arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, presidió ayer lunes una solemne Eucaristía en Nuestra Señora de Covadonga (c/ Francisco Silvela, 2), inaugurando así los actos conmemorativos del centenario de la parroquia y la apertura del Año Santo Jubilar aprobado por Su Santidad el Papa Francisco.
En su homilía, señaló que “es un gozo venir a esta parroquia que lleva el título de la Señora de Covadonga. Hay un santo mártir beatificado en Madrid, san Pedro Poveda, que vivió en el Santuario de Covadonga durante 7 años, y que escribió: siete años en Covadonga, dan mucho que pensar. Allí concibió, junto a la Santina de Covadonga, lo que tenía que ser una institución hecha por laicos, con compromisos totales por nuestro Señor Jesucristo y al servicio de la cultura y de la educación, como fue la Institución Teresiana”. Monseñor Osoro recordó además que pasó siete años de su vida “como arzobispo de Oviedo, antes de marchar como arzobispo de Valencia. Siete años en los que todas las semanas, desde el Pozón, rezaba el rosario y sentía el cariño de la Virgen María que sigue acompañando mi vida siempre, como pastor de las diversas iglesias a las que he servido. Le pido a la Santina de Covadonga, junto a las advocaciones de la Virgen que aquí tenemos, como Santa María la Real de la Almudena o nuestra Señora de la Paloma, que me siga ayudando a ser ese pastor según el corazón de su hijo Jesucristo. Son muchos los recuerdos y los acontecimientos importantes, en mi vida y en la vida de la iglesia, ligados a Covadonga; en inviernos duros: las conversaciones a altas horas de la noche, yo desde abajo y la imagen de la Virgen arriba, en la cueva, eran algo especiales, tan especiales que fueron mi ánimo y mi consolación en momentos no fáciles de mi vida y de mi ministerio episcopal”.
Para el arzobispo de Madrid, “María siempre nos ofrece un tiempo de gracia, pero también previamente nos ofrece un tiempo de gozo y un tiempo en nuestra vida de fe, de esperanza y de amor. Sobre estos aspectos explicaré y acercaré a vuestro corazón lo que la palabra de Dios nos dice en este Año Jubilar, en esta parroquia que se une al Año de la Misericordia que en diciembre celebrará toda la Iglesia”.
Así, en primer lugar, el arzobispo habló de “tiempo de gozo. La santísima Virgen María fue la primera que experimentó en este mundo la llegada de Dios, el hacerse hombre Dios, para que sepamos lo que tenemos que hacer como hombres y mujeres, qué actitudes, qué comportamientos, qué misión, qué realidades tienen que ser importantes en nuestra vida. Ella es el ser humano más perfecto, pero es el ser humano que ha dicho sin reticencias y con todas las consecuencias: aquí me tienes, hágase en mí según tu palabra”. Por eso, “es normal que este tiempo de gozo sea un tiempo de confianza en el Señor en el que Ella nos ayude a descubrir la gran misericordia que Dios tiene a los hombres. Como nos decía san Juan Pablo II, la misericordia es ese amor que es capaz de extraer de cualquier situación de mal un bien. Sí, hasta de nuestra miseria más absoluta. Dios, cuando entra en nuestra vida, la extrae, la elimina de tal forma que sentimos el gran amor de un Dios que nos dice: sigue adelante pero te basta mi gracia”.
Además, “la Santísima Virgen María dio el auxilio de Dios a los hombres, Ella se convirtió en auxiliadora, sintió la alegría y el gozo de un Dios que ama al hombre, que cuenta con nosotros, un Dios que es bien siempre para los demás. Un Dios que ensancha el corazón, que lo hace grande, como se lo hizo a la Virgen María”. “Fijaos si es grande el corazón de la Virgen que lo experimentan hasta gente que no cree, como nosotros, que no es cristiana, pero que se acercan a la santísima Virgen de una forma especial. He visto en países que no tienen tradición cristiana, sino otras tradiciones religiosas, cómo se acercan a la imagen de la Virgen María, a la madre de Dios. Ella nos regala este tiempo de gozo; sintamos el gozo de un Dios que nos dice que hagamos un cántico nuevo, pero no se trata de escribir un pentagrama como una música especial sino de hacer un cántico nuevo dejando que Dios entre de tal manera en nuestra vida que hagamos verdad lo que san Pedro Poveda, en Covadonga, decía de lo que tenía que ser un cristiano o cristiana: es aquel que es capaz de situarse en el camino de los hombres, igual que todos los hombres, pero hacer experimentar a los que se encuentran por el camino lo mismo que Jesús o María”. Por eso, manifestó su deseo de que “a los hombres que nos encontremos por el camino les hagamos vivir este tiempo de gozo. Y que también nosotros, de la mano de María, de la Santina de Covadonga, podamos decir, como Isabel: dichoso tú, que crees, que te sacias de la Palabra del Señor”.
En segundo lugar, señaló que “María también nos regala un tiempo de gracia. Lo habéis escuchado en la carta a los romanos, en la segunda lectura que hemos proclamado. Es un tiempo de gracia, pero ¿qué gracia más grande es saber, todos los que estamos aquí, por mal que estemos, que el Señor nos dice: te quiero, cuento contigo. Tú cuenta con mi vida y tú cuenta conmigo. Dios nos ama”. “Sí, es un tiempo de gracia para que, de la mano de María, descubramos que lo nuestro es interpretar, visibilizar y hacer presente, a través de nuestra vida, de nuestros hechos, de la compañía que hacemos a los demás, del silencio, de la oración, que somos imagen de Jesucristo nuestro Señor”.
Y en tercer lugar, dijo que “María nos invita a vivir un tiempo de fe, de esperanza y de caridad. Qué es un ser humano sin una adhesión a Dios: alguien que va por el mundo a expensas de lo que él mismo decida o de lo que otros decidan por él. María nos invita a algo más”. “Hoy, en este momento de una secularización de la vida, donde parece que Dios es menos importante, que relegamos las cosas de Dios a segundo término, ¡qué maravilla que aparezca la Virgen María, la de Covadonga, en esta advocación para decirnos: sed hombres y mujeres de fe, es tiempo de fe!”. “Hoy, lo que se lleva, lo que hay que poner de moda, lo que necesitan los hombres y mujeres de este mundo es pasear por los caminos de esta historia sabiendo dónde vamos. No hagamos vagabundos. El vagabundo está hoy aquí como en otro sitio, con tal de que le den algo, un sitio para dormir, una manta para taparse. El peregrino que María nos enseña a ser es aquel que sabe que tiene metas, y nuestra meta es la adhesión a Dios. Una adhesión inquebrantable en la claridad, en la oscuridad, cuando encontremos explicaciones o cuando le tenemos que decir: creo en ti, me fio de Ti, como tu madre”. “Creed en Dios, tener esperanza –exhortó-. La esperanza en Dios no defrauda, Dios sale a nuestro encuentro. Esta es la esperanza que la Virgen de Covadonga dio a aquellos hombres que querían defender la fe, la adhesión a Jesucristo que, desde aquel lugar pequeño, desconocido, como nos decía la primera lectura que hemos proclamado, nos hablaba de la aldea de Jerusalén. De allí salió algo grande: esperanza y amor”.
“La Virgen nos invita a dar este mensaje a los hombres: Dios está de nuestra parte, no estamos solos, no abandonemos a Dios. Abandonarnos en Dios es tener vida, abandonar a Dios es tener muerte e instaurar la fuerza del que más puede, pero no la fuerza de Dios que va en búsqueda de los que menos tienen, de los más necesitados”. “Jesús nos dio a su propia madre como madre. Y hoy la invocamos como la Santina de Covadonga, como dicen los asturianos. Nosotros la invocamos como lo que es: la Virgen de Covadonga. Vivid este Año Jubilar como un tiempo de gozo, de gracia, de fe, de esperanza y de amor”, concluyó.
Infomadrid / Sandra Madrid