La trata de personas es una de las violaciones más graves de los derechos humanos, con múltiples formas que afectan a millones de personas en todo el mundo. Desde la explotación sexual hasta la laboral, pasando por el tráfico de órganos o la mendicidad forzada, estas realidades son complejas y a menudo invisibles. Detrás de estadísticas frías —más de 50.000 víctimas en España y millones en el mundo— hay historias de vida rotas por el engaño y la explotación de estas personas, que las despoja de su dignidad y sus derechos. Pero también historias de esperanza y transformación de quienes logran pasar a ser supervivientes.
El pasado 8 de febrero, memoria litúrgica de santa Josefina Bakhita, se celebró la XI Jornada Mundial de Oración y Reflexión contra la Trata de Personas, en esta ocasión con el lema “Embajadores de la esperanza: juntos contra la trata de personas”. Con este motivo, Madrid conmemorará esta Jornada con una Vigilia de oración, organizada por la Comisión diocesana Contra la Trata de Personas, que tendrá lugar este miércoles 12 de febrero, a partir de las 20:00 horas, en la parroquia Nuestra Señora de las Angustias (Rafael de Riego, 16). La celebración estará presidida por el obispo auxliar de Madrid, Vicente Martín.
Elba, de víctima a superviviente
El testimonio de Elba (nombre ficticio) que ha pasado de ser víctima a superviviente, ayuda a comprender la trata desde dentro. La joven, que nació en Esmeraldas (Ecuador) explica que no se sentía querida en su familia y a los 14 años «me enamoré de un chico». La madre de Elba no quería que saliese con él, pero «me trataba muy bien, estaba muy enamorado, me hacía regalos, etc». Un día el chico le propuso viajar a Quito. Elba no se lo dijo a nadie, tampoco a su madre, «porque sabía que no me lo permitiría». En este sentido explica que «la vida con él era más fácil», así que al final huyó a Quito, «un lugar donde nadie me conocía». Al llegar a la ciudad, su novio la trasladó a un piso en el que había más mujeres. «Me convenció para que mantuviese relaciones con él, aunque yo no quería, pero me dijo que era una egoísta que él había hecho todo por mí». Como Elba le quería accedió.
Pasaron los días y su novio le comentó que tenía un compromiso con un amigo y que tenía que mantener relaciones con él. «Me negué y me pegó», repitiéndome que accediese a sus deseos porque «era la única manera de demostrarle mi amor». Con el paso del tiempo ya no era un amigo sino que varios hombres me obligaban a hacer cosas que yo no quería… «Si no les complacía mi novio me pegaba».
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«Me sentía basura»
El sueño de una vida feliz acabó siendo una pesadilla, pero Elba aún le quería y confiaba en que lo que estaba viviendo, un día se acabaría. No fue así porque la situación empeoró. Un día otro hombre llegó a la casa y «me dijo que me había comprado y que se marchaban a Cuenca (Ecuador)». Al llegar a la ciudad la trasladó a un piso en el que vivían tres mujeres. El jefe era un hombre muy violento que «nos obligaba a prostituirnos y nos pegaba en cuanto no le obedecíamos». Allí Elba recibió más palizas. «Nadie me quería» y «me sentía basura».
En esta situación que estaba viviendo, la joven no sabía qué hacer y poco a poco empezó a comprender que su novio no la quería y que le había traicionado. «No podía llamar a nadie, tampoco a mi madre, ni salir del piso…».
«Mi calvario continuó durante un año y medio». Un día, un cliente al ver los moratones y las marcas que tenía en su cuerpo le preguntó quién se las había hecho eso. Elba se sinceró con él. «Parecía buena persona y yo ya no tenía nada que perder». Además, le preguntó si hacía ese trabajo porque quería y ella contestó que no. A los pocos días apareció la policía y ayudó a las mujeres a salir de allí.
«Ahora soy feliz»
A Elba la trasladaron a un centro en el que vivían mujeres que habían sufrido violencia. «Trabajábamos cuidando la tierra». La joven cuenta que «las cuidadoras nos atendían con cariño, nos enseñaban a cuidar las plantas y nos decían que un día llegaríamos a ser mujeres fuertes a pesar de las dificultades y las situaciones tan terribles que habíamos vivido años atrás». En este sentido Elba explica que, con cariño y atención, las cuidadoras las formaban para trabajar. «Las plantas, la tierra y las mujeres de la casa me enseñaron mucho», poco a poco fue «aumentando la confianza en mí misma y también a confiar en las personas que me rodeaban».
La joven soñaba en cómo sería su futuro. Empezó un pequeño negocio para cultivar verduras y frutas, se reconcilió con su madre… Elba cuenta que, aunque no confiaba en los hombres no podía olvidar que uno le había salvado la vida. Un día conoció a un hombre «sencillo y bueno» que, aunque «no me hacía regalos, ni promesas», «era feliz con él», explica Elba. «Nos casamos y tenemos dos niñas».
«Ahora soy feliz». Además, colabora con la organización que «me salvó y que me devolvió la confianza en mí mima». También «ayudo a las mujeres del barrio cuando siento que las están maltratando». En este sentido, Elba afirma que lo que ha vivido le ha servido para ayudar a otras mujeres que están pasando por la situación tan terrible que ella vivió hace unos años. «Para mí son importantes las pequeñas victorias».
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