- Titulo: Infomadrid
Ayer, lunes 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Niño Jesús en el Templo (la Candelaria), se celebró la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, este año con el lema “Vida consagrada. Amigos Fuertes de Dios”. Con este motivo, los consagrados y consagradas de la diócesis asistieron en la Catedral de Santa María la Real de la Almudena a la celebración de una solemne Eucaristía presidida por el Arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra. La Misa, que fue concelebrada por el Vicario Episcopal para la Vida Consagrada, Joaquín Martín Abad, y numerosos sacerdotes, comenzó con una procesión de las candelas hasta el altar mayor.
En su homilía, Mons. Osoro comparó a los consagrados con “la luz de Nuestro Señor: presentes en tantos lugares, en tantas situaciones que viven los hombres, en modos de acompañar tan diversos pero que enriquecen la vida de la Iglesia y que, esta noche, en esta Jornada de la Vida Consagrada, convierten esta Catedral en un gran ramo de flores que dan el olor de Jesucristo a tantas situaciones y en tantas circunstancias en las que viven los hombres”. Por eso, les dio las gracias “por vuestra vida, y porque sabéis hacer las cosas de una manera distinta, que es la que nos enseña Jesucristo, y que tiene un colorido especial según el carisma con el que cada uno de vosotros y vosotras habéis sido enriquecidos”.
En alusión al lema de la Jornada, explicó que había sido escogido para unir “el Jubileo Teresiano y la dedicación a la Vida Consagrada en la Iglesia universal. El lema es una expresión de Teresa de Jesús: ‘Amigos fuertes de Dios’. Amigos fuertes de Dios son todos los consagrados. Este es el deseo que tiene Cristo y quienes han tenido la gracia de recibir la vocación y la llamada del Señor en las diversas manifestaciones que la vida consagrada tiene para que, cada uno de nosotros, seáis en medio de este mundo presencia de Cristo. Seamos amigos fuertes de Dios viviendo siempre con espíritu evangélico, eclesial y apostólico, como lo hicieron todos vuestros fundadores, que presentaron el rostro auténtico de Cristo, que siempre vivificaba a todos los que se acercaban a ellos. En las vidas de vuestros fundadores no hubo mediocridad, pues tenían clara la advertencia de Jesús: hay dos caminos en el Evangelio, el estrecho -que lleva a la vida- y el ancho –que suele llevar a la perdición-. Y con ellos, vosotros y vosotras escogéis el camino estrecho, y por eso acogéis al Dios vivo y verdadero mediante un servicio y entrega obediente”.
“Vuestra riqueza, aseguró, solamente es Jesucristo”. “Habéis hecho una opción valiente, a nivel personal y comunitario. Pertenecéis al Señor, y vivir como amigos fuertes suyos es vuestra gran misión y vuestra pasión: ser totalmente de Cristo para transformaros siempre en una confesión de fe, en proclamación de la verdad que es Cristo, que es la única que nos hace libres, manteniendo ardiendo en el corazón esa llama viva de amor que se alimenta de la adhesión total a Cristo, a pesar de las dificultades y del sufrimiento. Vuestra gran vocación, pasión y misión es, precisamente, ser amigos fuertes de Dios, siguiendo las huellas de vuestros fundadores, que comenzaron esta amistad”.
Cauce del amor de Dios
Animó a los consagrados a vivir “como hombres y mujeres que sois, en el fondo un pentagrama que se hace música y canto. La dignidad se da cuando se acerca con todas las consecuencias el amor infinito e inquebrantable que Dios tiene al hombre, y vosotros sois cauce de ese amor. Nos apremia el ser amigos fuertes de Dios: que allí donde estemos, trabajemos, habitemos, con las personas con las que nos relacionemos, seamos ese rostro de entrega que es tan necesario para este mundo. La vida consagrada nos invita a llenarnos del amor de Dios para entregarlo y ser expresión suya con toda nuestra vida. ¡Qué maravilla cuando os miro!”, aseguró.
Exhortó a los consagrados a presentar “un rostro de la Iglesia que siempre está con las puertas abiertas, una iglesia en la que pueden entrar todos los hombres, que no se encierra en sí misma, que sale hacia todos... Vivid en la presencia de Dios siempre”, animó. “Vivid acogiendo y abrazando a Jesucristo Nuestro Señor. Nadie da lo que no tiene. Si acogemos otros intereses en la vida, eso será lo que daremos”, advirtió. Y “vivid según lo que sois, con la luz y con la salvación que nos ha entregado Nuestro Señor. Sed esa luz y esa salvación para los hombres que en definitiva es lo que el Señor ha puesto en vuestra vida y en vuestra consagración”. Para Mons. Osoro, “vuestra presencia requiere que imaginemos espacios de encuentro con Dios y con los hombres, espacios de oración y comunión que sean significativos para todos los que viven en esta ciudad y, especialmente, para aquellos que tienen urgencia: que el amor de Dios se acerque a sus vidas, para liberarles y hacerles crecer. Hay que alcanzar con la palabra de Dios los núcleos más profundos del lugar que habitamos. La Iglesia es servidora de un diálogo que a veces es difícil de hacer. Todo eso lo tenemos que convertir en espacios de encuentro, de solidaridad. Vivamos a fondo lo humano, tal y como lo vivió Jesucristo, introduzcámonos en el corazón, con todos los desafíos que la vida y que la historia tiene, y respondamos a ellos con el carisma que el Señor os ha regalado y que siempre crea una cultura del encuentro”.
“El amigo fuerte de Dios”, prosiguió, “canta con su vida el Magníficat, y entrega alegría y buen humor. Por eso, Santa Teresa de Jesús decía: si haces cruces vivirás crucificado. Hagamos cruz de lo que merece la pena. Aquella que hizo Jesucristo para dar vida. Santa Teresa lo entendió muy bien. Nunca olvidéis que vuestra vida es un don de Dios y que es el Señor quien la lleva a buen fin con sus proyectos. No estamos a merced de nuestras fuerzas. Esta certeza nos preserva de la tentación del desaliento y nos hace valientes para salir a los desafíos que tengamos en cualquier momento. Cooperemos con esa salvación que ha traído Cristo. Él no nos abandona nunca. Cada una de vuestras familias ha dado un colorido a una página del Evangelio, o incluso la misma pero con un color diferente. Seguid presentando con vuestras vidas esa página. El Señor viene para animarnos y hacernos descubrir que tenemos un mundo por delante, que tenemos cantidad de hombres y mujeres, niños y jóvenes que esperan que se les acerque el amor de Dios, que necesitan el amor de Dios”.
“Esta fiesta, afirmó, es el proyecto más bello que la Iglesia presenta día a día, hora tras hora, en todas las partes de la tierra, a través de este don que es la vida consagrada. Que así lo creamos y vivamos, para que con Nuestro Señor Jesucristo, como nos decía el Evangelio, vivamos con alegría en su presencia, acojamos su persona en nuestro corazón y cantemos con nuestra vida su luz y su salvación”, concluyó.
Durante la celebración, los consagrados y consagradas de la archidiócesis renovaron sus votos o compromisos sobre los consejos evangélicos.
En su homilía, Mons. Osoro comparó a los consagrados con “la luz de Nuestro Señor: presentes en tantos lugares, en tantas situaciones que viven los hombres, en modos de acompañar tan diversos pero que enriquecen la vida de la Iglesia y que, esta noche, en esta Jornada de la Vida Consagrada, convierten esta Catedral en un gran ramo de flores que dan el olor de Jesucristo a tantas situaciones y en tantas circunstancias en las que viven los hombres”. Por eso, les dio las gracias “por vuestra vida, y porque sabéis hacer las cosas de una manera distinta, que es la que nos enseña Jesucristo, y que tiene un colorido especial según el carisma con el que cada uno de vosotros y vosotras habéis sido enriquecidos”.
En alusión al lema de la Jornada, explicó que había sido escogido para unir “el Jubileo Teresiano y la dedicación a la Vida Consagrada en la Iglesia universal. El lema es una expresión de Teresa de Jesús: ‘Amigos fuertes de Dios’. Amigos fuertes de Dios son todos los consagrados. Este es el deseo que tiene Cristo y quienes han tenido la gracia de recibir la vocación y la llamada del Señor en las diversas manifestaciones que la vida consagrada tiene para que, cada uno de nosotros, seáis en medio de este mundo presencia de Cristo. Seamos amigos fuertes de Dios viviendo siempre con espíritu evangélico, eclesial y apostólico, como lo hicieron todos vuestros fundadores, que presentaron el rostro auténtico de Cristo, que siempre vivificaba a todos los que se acercaban a ellos. En las vidas de vuestros fundadores no hubo mediocridad, pues tenían clara la advertencia de Jesús: hay dos caminos en el Evangelio, el estrecho -que lleva a la vida- y el ancho –que suele llevar a la perdición-. Y con ellos, vosotros y vosotras escogéis el camino estrecho, y por eso acogéis al Dios vivo y verdadero mediante un servicio y entrega obediente”.
“Vuestra riqueza, aseguró, solamente es Jesucristo”. “Habéis hecho una opción valiente, a nivel personal y comunitario. Pertenecéis al Señor, y vivir como amigos fuertes suyos es vuestra gran misión y vuestra pasión: ser totalmente de Cristo para transformaros siempre en una confesión de fe, en proclamación de la verdad que es Cristo, que es la única que nos hace libres, manteniendo ardiendo en el corazón esa llama viva de amor que se alimenta de la adhesión total a Cristo, a pesar de las dificultades y del sufrimiento. Vuestra gran vocación, pasión y misión es, precisamente, ser amigos fuertes de Dios, siguiendo las huellas de vuestros fundadores, que comenzaron esta amistad”.
Cauce del amor de Dios
Animó a los consagrados a vivir “como hombres y mujeres que sois, en el fondo un pentagrama que se hace música y canto. La dignidad se da cuando se acerca con todas las consecuencias el amor infinito e inquebrantable que Dios tiene al hombre, y vosotros sois cauce de ese amor. Nos apremia el ser amigos fuertes de Dios: que allí donde estemos, trabajemos, habitemos, con las personas con las que nos relacionemos, seamos ese rostro de entrega que es tan necesario para este mundo. La vida consagrada nos invita a llenarnos del amor de Dios para entregarlo y ser expresión suya con toda nuestra vida. ¡Qué maravilla cuando os miro!”, aseguró.
Exhortó a los consagrados a presentar “un rostro de la Iglesia que siempre está con las puertas abiertas, una iglesia en la que pueden entrar todos los hombres, que no se encierra en sí misma, que sale hacia todos... Vivid en la presencia de Dios siempre”, animó. “Vivid acogiendo y abrazando a Jesucristo Nuestro Señor. Nadie da lo que no tiene. Si acogemos otros intereses en la vida, eso será lo que daremos”, advirtió. Y “vivid según lo que sois, con la luz y con la salvación que nos ha entregado Nuestro Señor. Sed esa luz y esa salvación para los hombres que en definitiva es lo que el Señor ha puesto en vuestra vida y en vuestra consagración”. Para Mons. Osoro, “vuestra presencia requiere que imaginemos espacios de encuentro con Dios y con los hombres, espacios de oración y comunión que sean significativos para todos los que viven en esta ciudad y, especialmente, para aquellos que tienen urgencia: que el amor de Dios se acerque a sus vidas, para liberarles y hacerles crecer. Hay que alcanzar con la palabra de Dios los núcleos más profundos del lugar que habitamos. La Iglesia es servidora de un diálogo que a veces es difícil de hacer. Todo eso lo tenemos que convertir en espacios de encuentro, de solidaridad. Vivamos a fondo lo humano, tal y como lo vivió Jesucristo, introduzcámonos en el corazón, con todos los desafíos que la vida y que la historia tiene, y respondamos a ellos con el carisma que el Señor os ha regalado y que siempre crea una cultura del encuentro”.
“El amigo fuerte de Dios”, prosiguió, “canta con su vida el Magníficat, y entrega alegría y buen humor. Por eso, Santa Teresa de Jesús decía: si haces cruces vivirás crucificado. Hagamos cruz de lo que merece la pena. Aquella que hizo Jesucristo para dar vida. Santa Teresa lo entendió muy bien. Nunca olvidéis que vuestra vida es un don de Dios y que es el Señor quien la lleva a buen fin con sus proyectos. No estamos a merced de nuestras fuerzas. Esta certeza nos preserva de la tentación del desaliento y nos hace valientes para salir a los desafíos que tengamos en cualquier momento. Cooperemos con esa salvación que ha traído Cristo. Él no nos abandona nunca. Cada una de vuestras familias ha dado un colorido a una página del Evangelio, o incluso la misma pero con un color diferente. Seguid presentando con vuestras vidas esa página. El Señor viene para animarnos y hacernos descubrir que tenemos un mundo por delante, que tenemos cantidad de hombres y mujeres, niños y jóvenes que esperan que se les acerque el amor de Dios, que necesitan el amor de Dios”.
“Esta fiesta, afirmó, es el proyecto más bello que la Iglesia presenta día a día, hora tras hora, en todas las partes de la tierra, a través de este don que es la vida consagrada. Que así lo creamos y vivamos, para que con Nuestro Señor Jesucristo, como nos decía el Evangelio, vivamos con alegría en su presencia, acojamos su persona en nuestro corazón y cantemos con nuestra vida su luz y su salvación”, concluyó.
Durante la celebración, los consagrados y consagradas de la archidiócesis renovaron sus votos o compromisos sobre los consejos evangélicos.