La Catedral de Santa María la Real de la Almudena acogió ayer por la tarde la celebración de una solemne Eucaristía organizada por la Delegación de Enseñanza con motivo del inicio del curso escolar. Presidida por el arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, y concelebrada por Avelino Revilla, vicario general, durante la misma se procedió al envío de los profesores de Religión de la escuela pública, concertada y privada.
En su homilía, el prelado madrileño recordó a los docentes: «tenéis una misión especial, que es intentar llevar al corazón de los jóvenes esa dimensión trascendente que nos ha revelado Jesucristo nuestro Señor cuando nos dijo de verdad quiénes éramos los hombres, qué misión teníamos, qué capacidad teníamos en nuestra vida, porque él siempre está en ayuda de nuestra debilidad. Qué misión más maravillosa poder decir a quienes están iniciando la vida, y tienen todas las posibilidades del mundo, que hacerles descubrir que lo más grande que se puede hacer en este mundo es estar al servicio de los demás, como Dios mismo se puso, a la manera en que nuestro Señor Jesucristo os enseñó». Y precisó que «si regalamos horizontes a los demás, si les damos unas perspectivas, es porque el Señor, el Salvador, nos hace experimentar en lo más profundo de nuestro corazón su cercanía incondicional a todos nosotros».
A continuación, resaltó la profundidad que «adquiere la vida cuando sentimos: en primer lugar, que el Señor nos hace un encargo; en segundo lugar, que el Señor quiere que hagamos un compromiso; y, en tercer lugar, que el Señor nos propone una tarea que en estos momentos de la historia es una maravilla poder realizarla, cuando quizás, sobre todo en el mundo occidental, se olvida o se está olvidando esa dimensión esencial del ser humano que es la que le hace trascender de sí mismo, la que vino a regalarnos y a hacernos experimentar nuestro Señor Jesucristo».
Misión trascendente
Para monseñor Osoro, «hemos sido encargados de un ministerio no porque tengamos unas dotes especiales, sino por pura misericordia; un ministerio excepcional, queridos hermanos». Por eso, exhortó a los profesores a «tener valentía para no vivir en la clandestinidad vergonzante, para no ver que lo nuestro es una beatería de un grupo de gente que tiene pues una misión... Lo vuestro es necesario, es vital, es trascendente para la vida de los hombres... Lo que entregáis a los niños y a los jóvenes ... No os predicáis a vosotros mismos: habláis de Jesucristo, del Señor, habláis de una luz que cuando se tiene elimina las tinieblas, las personales y las colectivas, una luz necesaria para esta humanidad. Esta tierra en la que nosotros habitamos, esta familia que formamos todos los hombres, será verdadera familia si brilla esa luz que es Jesucristo, que elimina las tinieblas del ser humano. Si resplandece esa luz».
En segundo lugar, «el Señor os pide el compromiso de ser sal y luz. De dar sabor a esta historia, a esta vida, y hacer posible que quien esté a vuestro lado, quien reciba la enseñanza, quienes perciban vuestro magisterio, vean también que el compromiso que el ser humano tiene en la vida es dar sabor, dar luz, iluminar, quitar sombras, quitar desesperanzas, quitar desilusiones, dar la verdadera energía que cambia la vida y el corazón y la historia de los hombres. Es importante, queridos hermanos y hermanas, que caigáis en la cuenta de la misión maravillosa que el Señor os ha regalado», una misión que «no es fácil» ni está «reconocida muchas veces». «Que tengáis la valentía de hacer el compromiso de no ocultar esta luz», insistió, porque «vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo. Asumamos este compromiso. Hacedlo, queridos profesores».
Y, en tercer lugar, «el Señor nos dice: realizad una tarea» que «es preciosa» y que consiste en «ponernos en medio de los hombres, en medio de las gentes que tenemos, al servicio de todos, pero haciendo posible que la luz a través de nuestra vida brille, que nosotros mismos demos sabor, que experimenten los que viven a nuestro alrededor el sabor que tiene la vida cuando estamos abiertos a Dios». Dirigiéndose a los profesores de Religión, les dijo: «no os sintáis nunca como alguien que tiene que pedir permiso para existir en este mundo; no caigáis en esa tentación: tenéis todos los permisos, porque ha sido Jesucristo mismo quien nos los ha revelado. El hombre y la mujer que se dedica a hacer percibir a los demás que la dimensión del ser humano trascendente es esencial: para la convivencia, para vivir junto al otro, para respetarlo, para ver las dimensiones buenas y verdaderas que existen en el corazón del ser humano. Como veis, vuestra tarea es fundamental. Que alumbre vuestra luz».
Aseguró que «es una tarea que requiere preparación» pero «es una tarea esencial y fundamental. El mejor servicio que se puede hacer al ser humano es abrirle a todas las dimensiones que tiene la vida, también a la de Dios». «Sentid que una parte de la misión que el Señor me ha entregado a mí, como arzobispo de Madrid, la tenéis vosotros Yo no puedo llegar a todos los sitios. Acoged este encargo que os hace el Señor, asumid este compromiso, realizad esta tarea... con la espiritualidad que el Concilio Vaticano II nos regala a todos nosotros» que «es la espiritualidad del Buen Samaritano», la que «Jesucristo mismo vivió».
Concluyó recordando que «dentro de unos días vais a recibir una carta pastoral que he escrito con motivo del inicio del Plan Diocesano de Evangelización» que «este primer año nos llama a realizar la conversión pastoral, la transformación misionera en nuestra vida. Lo que deseo entregaros es una forma nueva de hacerse presente la Iglesia en medio de este mundo y en la misión que tiene que realizar». Porque «la Iglesia tiene que provocar en este mundo lo que provocó Jesús con los discípulos de Emaús: quédate con nosotros, que atardece. Acoged esta misión».