Madrid

Habrá belén en Cibeles

  • Titulo: Enraizados

Enraizados entregó este miércoles más 15.000 firmas a la Alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena para pedirle que respete las tradiciones del pueblo español y mantenga los belenes donde han estado tradicionalmente.

Concretamente hablamos del belén de Cibeles que sí se pondrá este año. La campaña lanzada por Enraizados en su web propia y en la plataforma change.org recoge las firmas, los comentarios y el sentir de miles de personas que aseguran que el belén es una tradición, forman parte de la cultura, piden que se respete la libertad de expresión, que el Ayuntamiento es para todos, que es una actividad cultural para vivir en familia, entre muchos otros comentarios.

La Alcaldesa ha dicho que se instalará un belén de 30 piezas cuyo autor es José Luis Mayo Lebrija. Estaremos expectantes para visitarlo porque este año el espacio que ocupará en CentroCentro será de 2,8 por 2,8 metros (el año pasado fueron 50 metros cuadrados y eran 200 piezas).

A pesar de que leímos en La Razón el 28 de octubre que el belén de Cibeles estaba en la cuerda floja y que Carmena afirmaba «que el Ayuntamiento no debe representar sólo el patrimonio de los católicos» en la reunión que mantuvimos nos aseguró que mientras ella siga al frente del Ayuntamiento de Madrid se respetará la tradición de los belenes (incluido el de Cibeles).

Las firmas han sido entregadas por María Isabel Moreno, Vicepresidenta y José Castro, Presidente de Enraizados, quien afirma que los belenes “expresan un mensaje de paz y humildad: un Niño nacido en un pesebre, unos sencillos pastores que son los primeros que reciben la noticia, nada de lo que no podamos aprender todos, especialmente los cristianos pero también todo hombre de buena voluntad.”

Monseñor Osoro reivindica el valor de la fraternidad en la Misa por las víctimas de los atentados de París

  • Titulo: Infomadrid

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El arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, ha presidido esta tarde una Misa en la catedral de Santa María la Real de la Almudena por las víctimas de los atentados de París y por la paz. En su homilía, ha recordado que «una tragedia provocada por manos humanas ha puesto de luto a todos los pueblos de la tierra, después de inundar de dolor la ciudad de París» y ha incidido en que, en la celebración, «recordamos a los fallecidos y los presentamos con todo nuestro cariño a Dios, pedimos por el restablecimiento de los heridos, y no dejamos de rezar por la paz en el mundo, en las guerras conocidas y olvidadas», con una mención especial a los cristianos perseguidos en Oriente Medio.

En este sentido, el prelado ha denunciado de nuevo el uso blasfemo por parte de los terroristas del «nombre de Dios», al cual «las grandes religiones confesamos como el Señor de la Vida, el que es Compasivo y Padre Misericordioso». Y ha reivindicado la fraternidad como camino para conseguir la paz. Esa fraternidad, que «es una palabra sagrada también dentro del imaginario de nuestra nación hermana Francia», proviene de reconocernos hijos de un padre común, tal como se reza en el Padrenuestro, la oración cristiana por excelencia. «Aprendamos a decir y a vivir diciendo Padrenuestro; así vendrá la paz, paz en el corazón, en las relaciones interpersonales, en las relaciones internacionales», ha añadido.

Además, monseñor Osoro ha apelado a la esperanza de la fe ante tragedias para las que, humanamente, «no hay explicación», sin olvidar «nuestra responsabilidad» tras la matanza. «Los actos terroríficos no pueden embotarnos el corazón», ha dicho, antes de asegurar que «la mayor victoria del terrorismo sería que colonizase nuestro corazón con el odio y nuestra razón, haciéndonosla perder, con respuestas creadoras de más violencia». «No podemos confundir a los verdugos con las víctimas. Esta tragedia nos debe llevar a ejercer la sabiduría y la prudencia. Pero ni puede ni debe anestesiarnos ante el dolor ajeno. No podemos permanecer insensibles ante las grandes tragedias humanas que llaman a nuestras puertas, como las personas víctimas del fundamentalismo, de la violencia o del hambre. No dejemos ganar al terrorismo. Su mayor victoria sería enajenarnos el alma; el alma de una Europa construida sobre unos valores de honda raigambre cristiana y que son tan universales y actuales», ha aseverado.

Junto al arzobispo de Madrid, han concelebrado el nuncio de Su Santidad en España, monseñor Renzo Fratini, y varios obispos, entre ellos un prelado en representación del episcopado francés, monseñor Michel-Marie Calvet, arzobispo de Numea (Nueva Caledonia); el arzobispo de Urgel y copríncipe de Andorra, monseñor Joan-Enric Vives; el arzobispo de Malabo, monseñor Juan Nsue Edjang Mayé; el secretario general de la Conferencia Episcopal, José María Gil Tamayo; así como los vicarios episcopales y el Cabildo de la catedral. Han participado también varios representantes de las Iglesias ortodoxas, evangélica y anglicana.

Entre las autoridades, han estado presentes el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes; la delegada del Gobierno en Madrid, Concepción Dancausa; la presidenta de la Asamblea, Paloma Adrados; el presidente del Consejo de Estado, José Manuel Romay Beccaría, y la defensora del Pueblo, Soledad Becerril; además de varios representantes diplomáticos, entre ellos el embajador de Francia en España, Yves Saint-Geours, a quien muchos asistentes a la celebración se han acercado para mostrarle su solidaridad y apoyo.

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Se pueden ver todas las fotos de la celebración en esta galería.


Homilía integra

«Hermanos y hermanas:

Juntos hemos cantado en el salmo 26: “el Señor es mi luz y mi salvación”. Y lo es porque gozamos con su luz y su amor cuando parece que todo está perdido; lo es cuando sentimos la dicha de su cercanía y del regalo de su triunfo sobre la muerte, conquistado también para nosotros. Experimentamos que Él nos defiende, nos invita a hacer y a vivir en este mundo como lo que es: su casa. A gozar ya de la dulzura de su amor, de su gracia y de su fuerza. A contemplar el rostro de Dios que se nos muestra en Jesucristo y que nos dice que Él ha venido a este mundo para que ninguno se pierda. Entremos por unos momentos en esa luz y en esta experiencia de salvación.

Hermanos, una tragedia provocada por manos humanas ha puesto de luto a todos los pueblos de la tierra, después de inundar de dolor a la ciudad de París. Han sido manos humanas las que nos han hundido en dolor a todos, quitando la vida a tantos hombres y mujeres que gozaban de libertad y que, en esos momentos, disfrutaban de la convivencia entre todos. Ha sido la mano humana, empuñando armas fratricidas, la que nos ha despeñado por la senda del terror indiscriminado, utilizando blasfemamente el nombre de Dios, a quien las grandes religiones confesamos como el Señor de la Vida, el que es Compasivo y Padre de Misericordia. Hoy aquí venimos a hacer esa confesión, la que nos dejó Jesucristo de una vez para siempre: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, “amaos los unos a los otros”, “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus hermanos”. Eliminar la vida de otros, sean quienes sean, instaura el odio y la violencia en esta tierra.

Hoy nosotros, como la comunidad cristiana a la que san Pablo se dirige, tal y como hemos escuchado en la primera lectura, estamos perplejos y abatidos, estamos desconcertados ante la terrible expresión del mal. Pero, por otra parte, acogemos de buen grado las palabras que, en nombre de Jesucristo, acerca a nuestras vidas: “no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que nos os aflijáis como los hombres sin esperanza”. La fe, lejos de hacernos sentir menos conmovidos ante el sufrimiento, nos impulsa a la fraternidad, a la solidaridad. Cristo nos empuja a la fraternidad, que es una palabra sagrada dentro del imaginario de nuestra nación hermana Francia, donde la fraternidad tiene unas resonancias especialmente emotivas.

Ante la situación de dolor que hemos vivido, no queremos quedarnos paralizados por el miedo o la aflicción. El Evangelio nos invita a la vida; el Evangelio es la Buena Noticia, es Jesucristo mismo que nos convoca a descubrir que en verdad el otro es un hermano por muy diferente que sea. El fundamentalismo es la pretensión idolátrica de sustituir el Misterio inefable y siempre amoroso de Dios por las propias ideas que se pretenden imponer de manera absoluta e intolerante a los demás. Supone la relativización de la vida –de la ajena y de la propia– al servicio de un fanatismo errático.

La palabra de Dios que hemos escuchado nos ha hablado fundamentalmente de tres ejes que deben sustentar nuestra vida y que yo llamo así: 1) el eje de nuestra suerte; 2) el eje de nuestra dicha, y 3) el eje de nuestra responsabilidad.

1. Nuestra suerte: Nos ha dicho san Pablo: “No ignoréis la suerte de los difuntos”. Es cierto que la muerte hay que llorarla. Sentimos la marcha de los nuestros de este mundo y mucho más cuando es provocada por otros como nosotros, que tenemos la misión de cuidarnos y de responder siempre a la pregunta “¿dónde está tu hermano?”. Pero al mismo tiempo que lloramos, debemos pensar la muerte. Desde nosotros no tenemos salidas, no hay explicación. Sí que la hay desde Jesucristo, que nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida”. Esta afirmación fue la que dio a Marta, hermana de Lázaro, cuando le dijo: “Si hubieras estado aquí, no habría muerto tu hermano”. Y el Señor le respondió: “Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?”. Aquí está la dicha y la luz; tal y como nos dice san Pablo: “si vivimos, vivimos para Dios, si morimos, morimos para Dios, en la vida y en la muerte somos de Dios”.

2. Nuestra dicha: Hemos escuchado en el Evangelio: “dichosos los criados a quienes el Señor, al llegar, encuentre en vela”. Es decir, dichosos los que deciden construir ámbitos de vida, tal y como Jesucristo nos ha enseñado. La oración del Padrenuestro, que salió de sus labios, es el gran ámbito que el Señor nos ofrece a nosotros. No son unas palabras, es un modo de ser y de situarse en la vida: sabernos una familia, sabernos hijos de Dios y, por ello, hermanos de todos los hombres, ha de ser la gran pasión de nuestra vida. Hoy recordamos a los fallecidos y los presentamos con todo nuestro cariño a Dios, pedimos por el restablecimiento de los heridos, y no dejamos de rezar por la paz en el mundo, en las guerras conocidas y olvidadas. En este instante viene a nuestro corazón, por ejemplo, lo que desde hace tiempo rezamos por tantos cristianos perseguidos y masacrados en diversos países de Oriente Medio. Demasiada sangre, demasiados intereses espurios inundan nuestra tierra. Anhelamos una paz basada en la justicia, en la igualdad de oportunidades para todos, en el respeto a lo que nos diferencia y en el empeño por acabar con cuanto nos desiguala. Aprendamos a decir y a vivir diciendo Padrenuestro; así vendrá la paz, paz en el corazón, en las relaciones interpersonales, en las relaciones internacionales. Es verdad que esa paz es una tarea permanente, pero también, y sobre todo, es un don de Dios que hay que pedir sin cesar y que hay que saber acoger. Nuestra dicha está en saber vivir diciendo que, porque tenemos un Padre único, todos somos hermanos.

3. Nuestra responsabilidad: ¡Qué palabras tan profundas nos acaba de decir el Señor en el Evangelio! “Dios nos puso al frente de todos sus bienes”. Y el bien más preciado, el que tiene que estar en el centro de todo y todo y todos a su servicio, es la persona humana. No defraudemos a Dios y a los hombres. Los actos terroríficos no pueden embotarnos el corazón. La mayor victoria del terrorismo sería que colonizase nuestro corazón con el odio y nuestra razón, haciéndonosla perder, con respuestas creadoras de más violencia. Libertad es enseñar a vivir como hermanos. Y esta es nuestra responsabilidad. No podemos confundir a los verdugos con las víctimas. Esta tragedia nos debe llevar a ejercer la sabiduría y la prudencia. Pero ni puede ni debe anestesiarnos ante el dolor ajeno. No podemos permanecer insensibles ante las grandes tragedias humanas que llaman a nuestras puertas, como las personas víctimas del fundamentalismo, de la violencia o del hambre. No dejemos ganar al terrorismo. Su mayor victoria sería enajenarnos el alma; el alma de una Europa construida sobre unos valores de honda raigambre cristiana y que son tan universales y actuales. Esos valores tienen un nombre: “todos los hombres somos hermanos”, “la vida es de Dios y nos la da Él”. Nunca olvidemos que, sabernos hermanos, viene de la realidad de “ser hijos de Dios”. Nuestra responsabilidad es hacer posible que los corazones de los hombres sean invadidos por la fuerza de quien nos enseña esto, como antes cantábamos: “el Señor es nuestra luz y nuestra salvación”.

Quien nos enseñó el Padrenuestro, nos reveló y nos dijo con su vida que somos hijos de Dios y hermanos de todos los hombres, se hace presente en este altar dentro de unos momentos en el Misterio de la Eucaristía. Es Él quien nos impide vivir en la ignorancia de quienes han muerto víctimas del atentado terrorista y quien nos dice a todos nosotros: “Yo soy la resurrección y la vida”. Al mismo tiempo que nosotros le pedimos: “Señor que descansen en tu paz”. Amén».

María Yela, delegada de Pastoral Penitencia: «Delante de un preso, veo un sagrario abierto, sangrando, viviendo»

  • Titulo: Infomadrid / Carlos González

Este sábado, 21 de noviembre, el Seminario Conciliar de Madrid acoge la VI Jornada Social Diocesana, que se celebrará de 9:30 a 20:00 horas. Con el lema La Iglesia servidora de los pobres, el encuentro ha sido convocado por la Delegación de Apostolado Seglar, Cáritas, Migraciones, Pastoral del Trabajo, Pastoral Gitana, Penitenciaria, Turismo, Tráfico, Comisión de Justicia y Paz, Hermandades del Trabajo, HOAC y JOC.

Entre los participantes, estará presente la delegada de Pastoral Penitenciaria, María Yela. Junto a ella, Raúl Oreste, expresidiario, quien ofrecerá su testimonio a todos los asistentes.

A la luz del Año de la Misericordia

En la antesala del Año de la Misericordia, convocado por el papa Francisco, Yela asevera que esta Jornada Social adquiere un sentido especial para los internos, ya que «son personas que han hecho daño» pero ellos «también están muy heridos, han tenido heridas muy grandes que a saber cómo sería nuestra respuesta si hubiéramos tenido esas condiciones». Otros, continúa, «aunque no hayan tenido esas condiciones, también se dan cuenta que el haber hecho daño a las victimas es vivir con una carga, a veces muy dolorosa, y necesitan ser perdonados». Reconoce que, tal vez, no tienen acceso a esa víctima pero, en su interior, «sentir la misericordia del Padre y de la sociedad, cumplir la condena, poder hablar con las personas y tener responsabilidades futuras con hijos y no volver a hacer ese daño, es algo que les da un futuro, les reconforta y les da un sentido a su vida». Por ello, «la misericordia es la palabra que está flotando todo el día en la cárcel, en sus vidas y en su futuro, y para cerrar heridas del pasado».

Desde su experiencia, asegura que «el tema de las capellanías y el voluntariado de Pastoral Penitenciaria funciona muy bien»; es más, «cualquier Iglesia, no solo la nuestra, tiene derecho a estar dentro de las cárceles, aportar, acompañar... Y la nuestra, desde luego, hace muchísimo bien». Y los propios presos «son los primeros que lo dicen».

La Iglesia servidora de los pobres

Rodeada de historias donde la ternura y la compasión de Dios afloran de un modo asombroso, Yela declara que, de niña, «le preguntaba a mis padres si los que tenemos para comer, no somos iglesia, no somos los favoritos del Padre». Y ellos «me decían que ser pobre no es solo cuestión de dinero, es cuestión de apertura, de reconocerse pequeño, de necesitar al otro, de saber que entre todos nos enriquecemos». Yo creo que la Iglesia, reconoce, «tiene que abrir sus brazos –y, de hecho, lo hace– con el que más lo necesita, en esa actitud de decir: “Padre, aquí estoy, soy pequeñito, ayúdame, no puedo yo solo”». En la prisión «hay muchos pobres económicos, pero muchos pobres a otro nivel; en la prisión y en la calle».

El sábado, durante la Jornada, acompañará a Raúl Oreste, quien «contará la oportunidad que tuvo de encontrar al Padre y de convertirse». Por eso, manifiesta la delegada, «es importante la ocasión que nos brinda este interno de explicar su conversión, la oportunidad que tuvo entre rejas de parar su vida, de saber que era perdonado». Los delitos son diferentes, asegura, y algunos nunca se pueden recuperar: «piensan que les perdonan Dios y la comunidad, pero ellos no se lo van a perdonar nunca». Así te das cuenta de que «lo importante es que puedan vivir esa misericordia, que tengan esa experiencia del perdón de Dios y de todos nosotros».

«Jesús es cada uno de los internos»

Cuando muchos se preguntan si es posible encontrar a Jesús dentro de la cárcel, Yela asevera que «está presente en cada uno de los internos». Reconozco que «es ponerme delante de uno y veo un sagrario puro y duro, abierto, sangrando, viviendo...». Jesús está dentro, «como dentro de los hospitales, como dentro de todas las situaciones extremas». Y está muy vivo, ya que «se encuentra uno con Él continuamente, y sobre todo en los presos, que en la prisión son los protagonistas».

Preguntada sobre nuestra mirada y nuestro corazón ante los nuevos retos de la pobreza, afirma que «es normal que la gente», en un principio, «tengamos actitudes de recelo», pero «tenemos que superarlo y darnos cuenta que hay que llegar al hermano, al que lo necesita, porque todos somos pobres y necesitados y tenemos que apoyarnos en los demás». Y la cárcel, reconoce, «es uno de los lugares clarísimos donde la Iglesia está respondiendo y ha de seguir haciéndolo siempre».

Las palabras de Jesús,«cuando decía “Estuve en la cárcel y fuisteis a verme”, resumen la actitud que tenemos que tener: asomarnos a las cárceles, no solo de las rejas físicas», sino también de «las rejas mentales y psicológicas que tenemos todos, y visitarnos y abrirnos unos a otros». Valoremos y seamos capaces de «vencer ciertas actitudes de pereza porque es el verdadero camino para sentirnos vivos», concluye.

La Almudena acoge hoy una Misa por las víctimas de París y por la paz

  • Titulo: Infomadrid

Con motivo de los atentados terroristas de París, a las 20:00 horas de esta tarde, la catedral de Santa María la Real de la Almudena acoge una Eucaristía «para pedir al Dios de la vida y de la paz por el eterno descanso de las personas fallecidas, la pronta recuperación de los heridos, el fin de los actos fratricidas, la conversión de los asesinos, el cese de la violencia y el odio, para que la paz y la justicia se hagan presentes en todos los lugares de la tierra», como explicaba el arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, en un mensaje hecho público el pasado sábado.

El prelado presidirá la Misa, que será concelebrada por el nuncio de Su Santidad, monseñor Renzo Fratini. Asistirán representantes de la sociedad civil, del cuerpo diplomático, y de las distintas Iglesias y comunidades eclesiales presentes en Madrid, así como todas aquellas personas que quieran sumarse a la celebración. «La archidiócesis de Madrid se siente fraternalmente solidaria con sus víctimas y con el inmenso sufrimiento de sus familiares y de toda la nación francesa. Condenamos el uso blasfemo de Dios como excusa para la barbarie y convocamos a la comunidad católica y a cuantos quieran unirse a la celebración de la Eucaristía», remarcó el arzobispo el sábado.

«Blasfemar a Dios y profanar la dignidad del hombre»

En esta misma línea, monseñor Osoro titula su nueva carta semanal «Blasfemar contra Dios y profanar la dignidad del hombre». En el texto, que se puede consultar íntegro en este enlace, subraya que «para nosotros los cristianos, el terrorismo, que no duda en atacar a personas sin ninguna distinción o en imponer chantajes inhumanos que provocan el pánico y obligan a menudo a grupos a favorecer sus planes, no tiene justificación ninguna». «Nosotros nos llamamos el "pueblo de la vida" y, por ello, ninguna circunstancia justifica esta actividad criminal, que llena de infamia a quien la realiza y que, siendo siempre deplorable, lo es aún más cuando se apoya en una religión; pues rebaja la verdad de Dios y la reduce a la propia ceguera y a la perversión moral de quienes realizan esta actividad criminal», asevera.

«La paz está en peligro cuando el terrorismo intenta organizarnos con sus amenazas. El Papa san Juan Pablo II decía que “quien mata con atentados terroristas cultiva sentimientos de desprecio hacia la humanidad, manifestando desesperación ante la vida y el futuro; desde esta perspectiva, se puede odiar y destruir todo”. Es terrible querer estar en este mundo imponiendo a los demás la destrucción y teniendo como arma el odio. ¡Qué sociedades y qué pueblos y naciones podemos hacer imponiendo a otros con violencia lo que se considera como verdad! Lo que se hace cuando actuamos así es violar la dignidad del ser humano y ultrajar a Dios, pues el hombre es imagen de Dios», continúa

«Tenemos el deber de condenar el terrorismo de forma absoluta, ya que manifiesta un desprecio total de la vida humana y ninguna motivación puede justificar esto, en cuanto que el hombre es siempre fin y nunca medio. El terrorismo hiere de la manera más fuerte a la dignidad de la persona humana y es una ofensa a la humanidad. Instauremos un estilo educativo en este mundo para saber mirar como Dios mismo mira: contemplativamente. Desde el mismo inicio de la creación, Dios quiso tener esta mirada contemplativa y, al hacerse hombre, Jesucristo nos enseñó cómo podíamos llegar a tener esta mirada», concluye.