Este domingo, 28 de mayo, la Iglesia diocesana ha celebrado la solemnidad de la Ascensión, donde Jesús «ha completado el encargo que le ha dado el Padre: que la misión siga viva». Con estas palabras, el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, comenzaba la Eucaristía que congregó a un gran numero de fieles en la catedral de Santa María la Real de la Almudena. El prelado, en su homilía, recordó, de manera especial, a todos los madrileños que «dejaron todo por llevar el Evangelio a los lugares donde la fe no está implantada», o «donde los cristianos no tienen medios para vivir su fe». Fijemos nuestra mirada en ellos, señaló, «y también en aquellos otros cristianos de nuestra archidiócesis de Madrid que quieren ir a la misión».
Con el lema Mira a tus misioneros, la delegación de Misiones ha querido destacar, en la voz del arzobispo, que «los misioneros no van solos» porque «les acompañamos nosotros», y «no solamente con nuestra oración, simpatía y afecto», sino que «también queremos compartir con ellos ayudándoles con los medios necesarios para poder anunciar el Evangelio de Jesucristo». Por ello, animó a los presentes a rezar por aquellos que «dejaron sus hogares y sus seguridades para seguir a Jesús».
La felicidad solo la da Jesucristo
El cardenal, además, destacó que en 25 países de Latinoamérica, en más de 29 países de África y de Europa, y en 15 en Asia y en Oceanía están misioneros de Madrid: «Recemos por ellos, expresemos el agradecimiento a Dios por su entrega y apoyémosles con nuestra oración y con nuestra limosna». Y, para poder mirarlos, continuó, «tenemos que acoger con toda sinceridad la palabra que el Señor hoy nos ha regalado», y que «podríamos resumir en tres realidades que para nosotros son importantes: el Señor nos ha regalado su poder, su misión a todos los cristianos y el arma con el que tenemos que marchar a anunciar a Jesucristo siempre».
Así, en el día de la Ascensión, invitó a todos a «ahondar» en estas tres realidades que «el Señor nos permite vivir a nosotros». Y lo hizo recordando, a la luz de la Palabra, que «el corazón humano quiere ser feliz, busca la felicidad»; y «la felicidad no la dan las cosas, la da una persona, Jesucristo». Por ello, «id y haced discípulos de todos los pueblos, id a todos los hombres», porque «no hay fronteras para un discípulo de Cristo, para aquel que ha acogido su amor»; porque «el amor de Dios no tiene fronteras, no pone límites a nadie, es un amor para todos los hombres».
Los misioneros, junto al pan y al vino
Ese amor de Dios, dijo, «construye, une, reparte, se fija en los que más necesitan y da las medidas auténticas que tiene que tener el ser humano», y «Jesús, de una forma extraordinaria, nos manifiesta en este día de la Ascensión». Y con la mirada puesta en cada uno de los fieles, les alentó a ser como el hombre de la parábola del Buen Samaritano que no pasó de largo y a amar como Él nos amó: «Aceptemos los tres regalos de su poder, su misión y su amor», que «se manifiestan en este altar, en el misterio de la Eucaristía».
Pidamos esto para toda nuestra archidiócesis, concluyó, y «pongamos, junto al pan y al vino, a los misioneros de Madrid que están anunciando a Cristo, a los que puedan marchar y a todos los cristianos de Madrid».