- Titulo: Infomadrid/ M.D.Gamazo
- Firma: Carlos Nerón, en sus bodas de plata sacerdotales: «A un joven que quiere plantearse la vocación le diría que no tenga miedo»
- Fin Agenda: 09-05-2024
Este viernes, 10 de mayo, el Seminario Conciliar acogerá los actos organizados por la Vicaría Episcopal del Clero con motivo de la festividad de san Juan de Ávila, patrono del clero español. Entre ellos, un homenaje a los sacerdotes que este año conmemoran sus bodas de oro y plata sacerdotales.
Carlos José Nerón Romero, párroco de Santa Teresa y Santa Isabel, recuerda que «fui ordenado sacerdote, junto con mis compañeros, un 30 de mayo de 1999, en la catedral de la Almudena. Hace justamente 25 años, en una ceremonia presidida por el cardenal Antonio María Rouco Varela». Este era el punto culminante de un proceso vocacional que había comenzado pocos años atrás. «Mi vocación - evoca - surgió cuando yo tenía unos 20 años, después de mi conversión. Yo fui a la universidad en una etapa de mi vida en la que no iba ni a Misa, ni creía, ni nada. Pero unos amigos me animaron a ir a la parroquia, y estando en ella descubrí la vocación. Poro a poco fui descubriendo la presencia del Señor en mi vida. Me iba identificando cada vez más con lo que era la vida cristiana. Yo estudiaba la carrera de Derecho - estaba en cuarto cuando la dejé para entrar en el Seminario -, pero cuando cursaba segundo fue cuando empecé el proceso vocacional, entre mis estudios y la parroquia. Y, al principio, me ilusionaba mucho la idea».
Confiesa que «mi aspiración era estudiar Notarías después de terminar la carrera, pero fui perdiendo la ilusión por el Derecho. Cada vez me iba metiendo más en la vida parroquial, e iba conociendo al párroco que estaba entonces en la iglesia de Nuestra Señora de las Maravillas y Santos Justo y Pastor. Allí, a través de la vivencia cristiana en un grupo con jóvenes, fui descubriendo la llamada del Señor: poco a poco al principio, pues como toda llamada uno se siente sorprendido, siente miedo. Uno piensa que es una locura. Intentas rechazar de la cabeza que el Señor te llama, y piensas: ‘no puede ser que el Señor me llame a mí’. Además, a mí, que antes ni creía, ni practicaba. Y lanzarme a ser sacerdote era algo que ni me lo pensaba. Pero poco a poco el Señor fue tocando mi corazón. Sentía inquietudes, no me encontraba lleno con lo que hacía, ni contento… sentía algo: que el Señor me llamaba a algo más».
Superar los miedos
Para Nerón, el testimonio y la cercanía de los sacerdotes de la parroquia fue fundamental. «Cuando yo veía a los sacerdotes, en el fondo sentía algo que me decía: ‘a mí también me gustaría ser así, como ellos, llevar esa vida’. Hasta que al final, dentro de los miedos y de las incertidumbres, surgió la pregunta: ¿Y por qué no? ¿Por qué no ser sacerdote? ¿No? ¿Por qué no seguir al Señor? Y una vez que me lo planteé, lo fui discerniendo: se lo dije al mi párroco, que se llamaba don Julio. Poco a poco fui discerniendo la vocación, y cuando ya estaba en cuarto de Derecho dejé la carrera y me fui al seminario. Ahora, con el tiempo, dices: ¡Qué locura!, ¿no? ¿Cómo ha sido todo? Y es que el Señor va haciendo las cosas: cuando eres joven, sientes la llamada, y solamente desde una locura se puede seguir al Señor. Y así lo veo ahora: dejar una carrera, con la incertidumbre de si será verdad, si no será una tontería que se te mete en la cabeza, si será una llamada seria, si vas a ser fiel, si no vas a poder, si vas a llegar… Son todo miedos, tentaciones. Pero al final ves que el Señor hace maravillas, que merece la pena fiarse de él. Y así fui discerniendo».
Un proceso en el que, asegura, «el sacerdote que más ha marcado mi vida, siendo joven, ha sido el párroco de Nuestra Señora de las Maravillas. Después ha habido otra serie de personas, otros sacerdotes, que también me han ayudado en mi camino sacerdotal. Pero yo diría que, en la primera etapa, cuando sentí la vocación, la persona que me acompañó y me marcó fue mi párroco». «Yo me formé en el Seminario de Madrid - prosigue -, y estudié en San Dámaso. Y la etapa pastoral previa a la ordenación, la viví en la parroquia de La Araucana. Estuve ahí ocho años. El párroco, lo mismo que don Julio, era un santo. Y yo aprendí mucho en esa parroquia: aprendí a ser sacerdote. Fue mi primera parroquia como presbítero, y también fui allí como seminarista, en la etapa final. Y aprendí de él a amar el sacerdocio. Uno, cuando está en el seminario, sale con todos los poderes de la ordenación sacerdotal, pero luego hay que ir moldeando el corazón, convirtiéndolo en un corazón de pastor o un corazón sacerdotal, y ese sacerdote me marcó mucho en este sentido».
Servicios ministeriales
A lo largo de estos 25 años ha desempeñado su ministerio en diferentes servicios. «He pasado bastante tiempo trabajando en el Arzobispado, en la Notaría de matrimonios, algo que compaginé con otras actividades: por ejemplo, fui capellán de las madres Carmelitas de la calle Ponzano. Con ellas estuve nueve años, asistiendo a la comunidad y celebrando la Misa. Las monjas me han enriquecido muchísimo con su espiritualidad, con su relación con el Señor. He aprendido mucho como capellán, como confesor, durante todo ese tiempo». Además, continúa, «al estar más apartado de lo que es la vida parroquial, y más dedicado a la Curia, me he dedicado mucho a la vida consagrada. Tratar con las religiosas en la dirección espiritual, y predicar ejercicios, ha sido todo un enriquecimiento brutal, enorme, que me ha ayudado también a crecer a nivel espiritual, descubriendo cómo la gracia de Dios va haciendo su obra en las personas».
«También he sido secretario de Avelino Revilla - prosigue -, cuando era vicario general. Estuve con él unos seis o siete años, y también me marcó mucho. Le tengo que dar las gracias, por el trato que me dio, y porque viví con él una experiencia muy bonita». Un servicio que compaginó con el de ser «rector de la iglesia de San Antonio de los Alemanes. Desempeñé este cargo durante seis años, con experiencias enriquecedoras. No era parroquia como tal, pero sí era una iglesia de culto». Y, desde hace dos años, ejerce como párroco de Santa Teresa y Santa Isabel, en pleno barrio de Chamberí. «Estoy muy contento - afirma - la actividad parroquial y el contacto con la gente enriquece. Uno va entregando la vida al Señor en donde el Señor nos va poniendo. Todo sirve para bien, y es una fuente de gracia de amor. A veces hay que pasar por sus ‘crucecitas’ en todos los sitios, y por sus pruebas, pero Dios demuestra que es fiel».
No tener miedo
«A un joven que quiere plantearse la vocación - explica -, le diría que no tenga miedo. Que no tenga miedo. La primera sensación que se da es siempre de miedo. De temor. ¿Será verdad? ¿Será mentira? Se ven los contras: si me equivoco, o el qué dirán. Pero hay que lanzarse. En el camino de Dios, hay que ser valiente. Si uno se fía de Dios, Él siempre cumple su palabra. Dios es fiel. Dios no engaña. Y merece la pena entregar la vida al Señor. Es lo más grande que hay: como sacerdote, o en la vida religiosa. En la vida consagrada, cuando Dios llama, lo hace para una misión. Lo que Dios pide es valentía. Es verdad que hay que madurar las cosas, hay que pensarlas, hay que crecer también en una llamada, pero a veces damos muchas vueltas y, al final, uno no se decide por nada. Y, a veces, el camino de Dios es un poco la locura, es: venga, me fío, me pongo en camino y lánzate. Son tiempos difíciles para la fe, pero el Señor sigue llamando».
Considera que ser sacerdote «es un privilegio. Es un honor. Es dar la vida por amor: como servicio, como entrega, como don de Dios. Y Él camina con nosotros. Para mí, estos 25 años han pasado muy de prisa, pero han sido muy intensos. Parece que han sido dos días, pero son un montón de emociones, de cosas, de sentimientos, de experiencias, que van marcando… Todo va marcando. Todo. Pero, sobre todo, la dirección de almas, la dirección espiritual, es una experiencia muy bonita, muy fuerte, que Dios pone en tu vida. Y, sobre todo, ves cómo Dios va haciendo su obra en las personas que, por medio de Él, has casado: han tenido hijos que has bautizado, que has dado la primera Comunión, a los que van haciendo un seguimiento… Ves cómo pasa el tiempo, cómo pasan generaciones, y sigues teniendo contacto. Todo eso es obra de Dios. Todo un regalo», concluye.