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La Cuaresma es el tema que aborda en su carta semanal el Arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, afirmando que es “un tiempo de gracia que elimina de nuestra vida la indiferencia” y “un tiempo privilegiado para realizar una peregrinación interior hacia quien es la verdadera fuente de la misericordia. Nuestro Señor Jesucristo nos acompaña a través del desierto de las pobrezas de nuestra vida que nos hacen caminar por valles oscuros”. “El hombre, asegura, tiene hambre de amor. Un amor que colme su vida, que cuando se acerque a su existencia le llene de felicidad, de gozo y de capacidad para ser lo que es, salir de sí mismo e ir al nosotros”.
“¡El Señor oye el grito del hombre! Es un grito de hambre de amor”. Por eso, Mons. Osoro invita a aprovechar este tiempo de Cuaresma “para volver al amor de Dios y encontrar respuestas para todos los pueblos y todos los hombres”. En Cuaresma, dice, “tenemos la oportunidad y la gracia que nos da al Señor de convertirnos a su favor, es decir, de dejarnos mirar por Él, de mirarlo a Él, y de mirar al hermano como Dios mismo nos mira a nosotros”. “Uno de los desafíos más urgentes de hoy es el de la globalización de la indiferencia; por eso, globalizar el amor de Dios es una respuesta que urge dar y que se ha de convertir en la gran propuesta que los discípulos de Cristo hacemos a todos los hombres. Caminemos acogiendo el amor de Dios en nuestra vida, llenándonos y llenando a los que nos rodean de ese amor” que “puso un límite al mal: la misericordia. Así se ha manifestado el amor divino: es ‘la misericordia’, un amor capaz de extraer de cualquier situación un bien”.
“La Cuaresma, prosigue, nos recuerda que la vida cristiana es un combate sin pausa, en el que utilizamos las armas de la oración, el ayuno y la penitencia. Estas armas nos ayudan a morir a nosotros mismos y a vivir en Dios, a tomar conciencia de nuestro bautismo, a salir de nosotros para abrir el camino del abandono confiado al abrazo misericordioso de Dios. Os animo a vivir esta Cuaresma asumiendo en vuestra vida una estructura eucarística” y “a descubrirla como un tiempo eucarístico en el que nos asomamos y entramos en comunión con el amor de Jesucristo, y aprendemos a difundirlo a nuestro alrededor con cada uno de nuestros gestos, con nuestras obras y con nuestras palabras”. “En esta Cuaresma, prosigue, os invito a vivir cuatro aspectos de la conversión”:
1) Conversión a Jesucristo: “volvamos la vida a Dios tal como nos enseña Nuestro Señor Jesucristo, y como nos recuerda permanentemente la Palabra de Dios. Para ello, escuchemos y meditemos su Palabra, hagamos confesión sincera de nuestros pecados a través del Sacramento de la Penitencia, celebremos y adoremos la Eucaristía, demos la vida con lo que somos y tenemos a los demás. Con estas armas realizaremos la conversión a Jesucristo”, que implica “eliminar ídolos”. “Dios es el sentido último de todo. No podemos escapar a su presencia, ni perder la confianza en un Dios capaz de intervenir en la historia. ¿Qué estoy dispuesto a hacer por Aquel que me ama y desea que el amor que me tiene lo regale a todos los hombres?”.
2) Conversión a su discipulado: “Conocer a Jesucristo y tener su vida es el mejor regalo que hemos recibido en nuestra vida. Seguir a Jesucristo es la raíz y la condición necesaria para toda conversión”.
3) Conversión a la fraternidad y a la comunidad: “Es una dimensión constitutiva del encuentro con Jesucristo y de la conversión a Él. La entrega a Dios no es verdadera y se contradice objetiva, directa y gravemente si no es fraterna y comunitaria. Vivida en una comunidad real, que es diversa y rica en sensibilidades, pero complementaria con todas las vidas de quienes la forman”, donde “son todos de Cristo. Es así como es posible el anuncio del Evangelio”. Esta conversión, dice, “tiene que quitarnos todos los condicionamientos que la vida de gracia desarrolla de un modo luminoso y significativo, potenciando la fraternidad y extendiendo la comunión”.
4) Conversión misionera y social: “Dar a conocer al Señor es el mejor regalo que podemos hacer a los hombres y a la construcción de esta historia. Del encuentro con Jesucristo surge la fascinación” y “la admiración por el Señor, en la que está la raíz de una Iglesia que evangeliza atrayendo”, “como lo hizo el Señor… Solamente entenderemos bien las palabras de Jesús: ‘id por el mundo y anunciad el evangelio’, y las haremos vida siendo discípulos misioneros, si nos dejamos fascinar y entramos en la admiración hacia el Señor. Así iremos por el mundo dando rostro a Cristo y proponiéndole como Camino”.