El sacerdote misionero madrileño Rodrigo Hernández lleva un año en la misión. Partió como miembro de la OCSHA, la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana, que tantos sacerdotes diocesanos ha enviado como misioneros a América en los últimos setenta años. Su destino: Santo Domingo, la capital de la República Dominicana, en la que son muchas las tareas, responsabilidades y oficios que desempeña, pero que se resumen en un «estar siempre a disposición de los demás».
Su hogar es la Casa de la Anunciación. Es la casa madre de la comunidad carismática Siervos de Cristo Vivo, un centro de espiritualidad en la calle Padre Emiliano Tardif, precisamente el fundador de esta comunidad. Una casa de espiritualidad en sentido muy amplio: «Atendemos a miles de personas que vienen con todo tipo de necesidades. Muchos vienen con enfermedades del cuerpo, otros con problemas espirituales… Hay que salir al paso de las necesidades de todos, confesar, tener momentos para escuchar», cuenta Rodrigo. Y también hay retiros y cursos de evangelización para formar evangelizadores dominicanos, que sean misioneros y líderes de sus comunidades.
El arzobispo de Santo Domingo le pidió que fuera el director de Obras Misionales Pontificias en la diócesis y Rodrigo también dedica parte de su tiempo a la animación misionera. Colaborando con el obispo auxiliar, monseñor Jesús Castro, se está poniendo en marcha el grupo de Universitarios Misioneros. De hecho, la pastoral universitaria de esta diócesis tiene un fuerte carácter misionero, animando a los chicos a misionar por el país y en sus propios ambientes.
La diócesis de Santo Domingo tiene casi tres millones y medio de católicos por lo que cobra todo sus sentido lo de «la mies es mucha y los obreros pocos». Rodrigo también es director espiritual de secundaria y bachillerato en el colegio bilingüe ‘Follow me Jesus’, además de dar clases de religión. La infancia y la juventud son la esperanza de Santo Domingo, a pesar de que hay muchísimos niños y jóvenes que viven en la pobreza. Rodrigo habla de la increíble labor que los mercedarios realizan en su dispensario con los niños de la calle y los «limpiabotas». Y es que la Iglesia está volcada con ellos.
La gente será pobre, pero, como cuenta Rodrigo, profundamente religiosa. Tiene gestos conmovedores. Recuerda cómo a una señora se le murió su marido. Cuando acudió a la misa de funeral nadie supo que para echar en la colecta había pedido que le fiaran 10 pesos en el colmado cercano a su casa. También cuenta cómo unas hijas le llamaron para que administrase el sacramento de la Extremaunción a su padre. Tras hablarle del significado del dolor para el cristiano, como miembro del Cuerpo Místico de Cristo, Rodrigo le habló de la Unión de Enfermos Misioneros y de la posibilidad de unirse a la misma. Cuando las hijas volvieron a entrar en la habitación vieron al enfermo alegre: «Es que el padre me ha hecho un regalo. En 7 años que tengo de cáncer es la primera vez que me siento útil».