Este domingo, 2 de junio, la capilla del monasterio de las Concepcionistas Franciscanas de La Latina acogerá la solemne ceremonia en la que sor María Kathia de la Inmaculada Jama Intriago realizará su profesión religiosa.
Ecuatoriana de nacimiento, confiesa que «mi vocación nació a los 7-8 años de edad. Comenzó como una de tantas preguntas que te hacen cuando eres pequeña: qué quieres ser cuando seas grande. Yo, a mi corta edad, sin haber recorrido la vida, y sin conocer muchas cosas, respondía sin titubear: cuando sea mayor, quiero ser monja. Ahí comenzó esa ‘carrera’ de lo que el Señor me estaba preparando. En casa éramos creyentes, pero no practicantes, y no estudié en un colegio religioso. Íbamos a Misa, pero como una cosa más de las que se hacían los domingos. Con mi abuela paterna, que era muy religiosa, las cosas eran distintas: rezábamos de vez en cuando el rosario juntas. Ella fue la que me enseñó, desde muy pequeña, a tener amistad con Jesús. Pero, con la madurez de los años, vino la tentación: un compromiso con las exigencias sobrenaturales del amor al Señor, frente a las de nuestra personalidad como adultos. Era una etapa en la que tenía que efectuar una vez más la elección entre Jesús y el mundo, la familia. Pero mi corazón seguía echando algo en falta. Y, una tranquila mañana en la que mi corazón estaba dividido, escuché una voz interior que respondió a mi incertidumbre, haciendo resonar las palabras: ‘no tengas miedo’. Desde ese momento, desapareció cualquier sentimiento de pérdida de tiempo, de confusión o de duda. Por eso, animo a todos a arriesgarse a amar a Jesús», exhorta.
Oración y contemplación
Su naciente vocación desembocó en el madrileño convento concepcionista ubicado en el centro de la capital. «Una de las personas que contribuyó a que yo conociera a las concepcionistas -comenta- fue mi tía, que ya había profesado en este monasterio de la Orden de la Inmaculada Concepción. Después de mucho tiempo sin verla, vino de visita a Ecuador, y eso me ayudó a comprender de una forma clara lo que Dios quería de mí. Por medio de ella, pude conocer y convivir con las monjas, haciendo una experiencia de vida de entrega a Dios en el monasterio de Cuenca, en mi país natal. La convivencia de las hermanas en la comunidad, su forma de orar, lo que hacen diariamente, su vestimenta… todo me llamaba la atención, sobre todo el carisma, basado en la oración y la contemplación. Así empezó mi travesía: cambié de continente por amor al tan amado esposo que me esperaba. E ingresé en este monasterio de las Concepcionistas Franciscanas de La Latina» en el que el domingo realizará su profesión solemne.
«“Cuando uno sale para hacer algo, no debe regresar sin haberlo hecho”. El todo no consiste en dejar la barca y las redes para seguir a Jesús durante algún tiempo, sino más bien en ir hasta el Calvario, recibir su lección y su fruto, y marchar con la ayuda del Espíritu Santo hasta el final de una vida que debe consumarse dentro de la perfección de la caridad divina», asegura. «Ingresé en este monasterio con 18 años. Mi preparación vocacional y mi iniciación en la vida religiosa tuvo lugar el 1 de junio de 2016, momento que disfruté con profunda alegría, un sentimiento compartido también por mis hermanas. ‘No tengas miedo’. Esa voz de Cristo que un día escuché en mi interior, con gran disponibilidad y alegría, comencé a vivirla en un camino que me llevaba a descubrir la voluntad de Dios en mi. Nuestra madre María Santísima, fiel compañera de camino, me ha guiado en mi etapa de postulantado, la cual he vivido con total disponibilidad para la escucha del amor de Dios. Aprendí a franquear generosamente las etapas sucesivas del crecimiento de Cristo en mi vocación. Es algo tan importante -advierte- como haber empezado bien, abandonándolo todo para seguir a Jesús en el momento de la primera llamada. Durante la solemnidad de Pentecostés se llevó a cabo el rito de iniciación al noviciado, momento que viví de manera entrañable, por medio de los signos externos, como la entrega del hábito, de la Santa Regla y de las Constituciones Generales, y del libro de la Liturgia de las Horas, signo de lo que interiormente deseo vivir, preparándome poco a poco y en cada momento».
Gratitud y generosidad
«El primer Sí -explica- fue en el momento en el que pronuncié por primera vez mis votos, en la profesión simple, a la espera del Sí definitivo que daré este domingo. Lai profesión solemne es la confirmación muy discernida y acompañada de la primera llamada que recibí de Dios. La que me hizo al principio. Aquel primer Sí que pronuncié. Es Jesucristo quien me ha llamado definitivamente. Ese es el camino que emprendí con ilusión, y con el gran deseo de seguir entregando la vida en la contemplación por la humanidad».
Reconoce que «elegí esta fecha de la solemnidad del Corpus Christi para realizar mi profesión solemne porque, acordándome de lo que he estudiado en Patrística, me di cuenta de que en la iglesia primitiva, ya desde el siglo I, las primeras vírgenes cristianas, como santa Inés y santa Cecilia, consagraban su virginidad en honor de la Sagrada humanidad de Cristo que, al encarnarse, asumió nuestra naturaleza humana para llevarla a Dios. Entonces, el Corpus, solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, que es la misma humanidad de Cristo ya glorioso, pero que se queda entre nosotras y se nos da en este sacramento para que podamos alcanzar la vida divina, la vida del cielo, era una fiesta ideal para ratificar mi consagración religiosa, como esposa que responde con gratitud y generosidad a tanto amor como nuestro Señor Jesucristo nos ha dado».
Blanco y azul
«Un distintivo de la Orden de la Inmaculada Concepción -apunta- es el hábito blanco y azul que la Virgen Inmaculada mostró a nuestra fundadora, santa Beatriz, y que era el hábito que debían vestir sus hijas concepcionistas. El blanco representa la pureza de la Virgen Inmaculada. Y el manto azul celeste, el azul del cielo, que es donde Dios habla, donde Dios mora. En la Inmaculada, la llena de gracia, Dios habitó realmente en la Encarnación. Y en nosotras puede habitar si estamos en gracia por el don de la inhabitación. La vocación concepcionista es imitar la vida y misión de la Inmaculada Virgen María, que siempre vivió para la persona y la obra de su Hijo Jesucristo en la Iglesia, cuerpo místico de Cristo».
«La vocación -afirma- es una llamada, es un don del Espíritu que nosotras no podemos adquirir por nosotras mismas, pero sí se puede pedir al Señor y a la Santísima Virgen». Por eso, concluye con esta invitación: «si alguna joven siente la llamada del Señor, o alguna inquietud interior de seguir al Señor, que sea generosa ante ese don de Dios. Y si alguna quiere conocer mejor nuestro carisma y misión, puede visitarnos. Con mucho gusto aclararemos sus dudas. ‘No tengáis miedo. ¡Ven y Sígueme’!».