Guillermo Cruz Fernández-Castañeda es uno de los presbíteros que reciben este viernes, 10 de mayo, el homenaje organizado por la Vicaría episcopal del Clero para aquellos sacerdotes que conmemoran sus bodas de oro y plata. Ordenado un 30 de mayo de 1999 en la catedral de la Almudena, confiesa que «celebrar los 25 años de sacerdote es, en primer lugar, una memoria agradecida. Recordar este paso de Dios en mi vida, también en la vida de tantos con los que he estado viviendo a lo largo de estos años. Y reconocer cómo Él ha sido fiel, cómo Él me ha enseñado que su promesa se cumple».
Evocando los inicios de su vocación, la define como «una promesa que nació en mi familia, que nació también en el ambiente religioso de mis padres, de mi casa. Una promesa que nació también en la vida de la parroquia. Una parroquia que me enseñó la alegría de la vida cristiana, en primer lugar. En ella descubrí que fui llamado a responder al Señor en la vida con la vocación. Mi primera idea fue la de laico. Pero poco a poco fue naciendo una llamada, que no venía tanto de mí, sino una llamada de una entrega total y de servicio en el sacerdocio. Esta entrega y esta alegría es posible por los sacerdotes que estuvieron a mi lado: en primer lugar, dos tíos míos, jesuitas misioneros, uno en Perú, otro en Japón, y también la cercanía de mi párroco y de los sacerdotes de la parroquia de Nuestra Señora de La Araucana. Don Deogracias de la Cruz era un ejemplo de vida sacerdotal. Y, junto a él, tantos sacerdotes que íbamos conociendo en los campamentos, en los ejercicios… que nos fueron enseñando a vivir este amor a Dios, esta fidelidad a Dios que llenaba la vida».
Sacerdocio ligado a la cruz
Asegura que «esta vocación me llevó a descubrir un sacerdocio unido a Cristo Siervo que se ofrece en el sacrificio: en el sacrificio de la cruz, en su muerte y resurrección. Mi lema sacerdotal, Sus heridas nos han curado, me recuerda que el sacerdocio tiene más que ver con la cruz que con la gloria y el éxito. Y así, en los distintos sitios donde he estado, en la parroquia de San Blas en el barrio de Hortaleza, en la parroquia de Virgen del Castillo y San Isidoro, en el Seminario y en la Hospitalidad de Lourdes, he visto el paso del Señor en medio de los sacramentos, del acompañamiento a las personas y, sobre todo, de esta experiencia de la Iglesia como pueblo que vive en medio del mundo».
«Y así -prosigue- he podido descubrir que Dios sigue actuando. Que Dios sigue salvando. Nosotros, en el lugar de Cristo sacerdote, en el lugar de Cristo Siervo, actuando en su persona, no somos dueños de nuestro sacerdocio: al contrario, somos servidores». En este sentido, reconoce que «siempre me marcó la expresión, el título de un libro con las homilías del cardenal Joseph Ratzinger cuando era obispo en Alemania, de sus ordenaciones. El título del libro, muchos lo recordarán, era Servidores de vuestra alegría. Pues, en medio del dolor, en medio del sufrimiento, en medio de los pecados, al celebrar los sacramentos y al vivir juntos la experiencia de la Iglesia, he podido descubrir cómo realmente somos servidores de una alegría. De una alegría que es más grande que mi pobreza».
Servidores de la alegría
«Celebrar estos 25 años -añade- me ha hecho descubrir a un Dios que es más grande que los sueños que tenía cuando me ordené. Hoy me encuentro más feliz viviendo como sacerdote que lo que me hubiera imaginado cuando me ordenaba. He descubierto que Dios incluso ha cubierto mi infidelidad, que a lo largo de estos años también se me ha manifestado, y que Él me ha levantado». Una experiencia, apunta, «que se ha hecho real en mi vida» y que «también la descubro en el caminar de tantos hermanos nuestros. Por eso, celebrar los 25 años es un agradecimiento a la obra de Dios. Es también pedir perdón por reconocer mi pobreza, mi pecado, mi limitación. Y, sobre todo, una acción de gracias a la Iglesia, el pueblo que nos salva, en donde podemos vivir esta experiencia salvadora».
Para Guillermo Cruz, esa experiencia salvadora «se ha hecho concreta en los Papas que nos han servido a lo largo de estos 25 años: Juan Pablo II, Benedicto XVI y el papa Francisco. ¡Qué gran suerte hemos tenido! También en los obispos que han llevado la diócesis de Madrid: nuestro cardenal Antonio María Rouco, que fue quien me ordenó, y del que tanto cariño y cuidado he tenido por su parte; don Carlos Osoro, que a lo largo de todos estos años también he podido disfrutar de su cercanía; y ahora con don José Cobo, con nuestro nuevo obispo, con el que también empezamos a caminar». «Pero -apunta- la experiencia de la Iglesia es también la experiencia de la comunión con otros hermanos sacerdotes: sacerdotes amigos a los que nos une a veces un mismo carisma, un mismo ideal de vida. Los sacerdotes del arciprestazgo, los sacerdotes de nuestra Iglesia Diocesana de Madrid… Y también con todos los laicos: los laicos con los que fui viviendo a lo largo de los años, en las parroquias, en el Seminario, en la Hospitalidad, son los que me han hecho vivir el sacerdocio al modo y a la manera en como lo estoy viviendo ahora», concluye.