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Ayer, 30 de noviembre, I Domingo de Adviento, el Arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro, presidió por la tarde una Eucaristía concelebrada, en la Catedral de la Almudena, con la que abrió en Madrid el Año de la Vida Consagrada convocado por el Papa Francisco.
“Con una inmensa alegría, dijo al comienzo de su homilía, os he convocado hoy como arzobispo de Madrid, en el día en que la Iglesia en toda la tierra, unida al Papa Francisco, inicia la celebración del Año de la Vida Consagrada. Sois un don de Dios para el anuncio del Evangelio. Sinceramente, os digo que os necesito y os agradezco vuestra presencia y testimonio”.
“El Papa Francisco”, señaló, “ha querido que toda la Iglesia celebre este Año en el contexto del 50 aniversario de la publicación del decreto Perfectae Caritatis del Concilio Vaticano II, y que lo hiciese con unos objetivos concretos: para dar gracias a Dios por el don de la vida consagrada, especialmente por estos 50 años. También, para abrazar un futuro con esperanza, confiados en el Señor, al cual todos vosotros habéis ofrecido vuestra vida. Y para vivir el presente con pasión, evangelizando y testimoniando al mundo la belleza del seguimiento de Cristo en las múltiples formas en las que se expresa la vida consagrada”.
“Abrimos este Año de la Vida Consagrada en el I Domingo de Adviento, dijo. Es el tiempo litúrgico en el que nos disponemos a acoger al Señor para llevar la alegría a los demás, con la seguridad de que Dios viene y se interesa por nosotros. Desea que salgamos a su encuentro en el anhelo de un mundo mejor. Todos los hombres están pidiendo y deseando este encuentro, aunque quizás no lo manifiesten de forma clara, pero en lo profundo del corazón tienen este deseo. Gracias queridos hermanos y hermanas, por ser vosotros, manifestación concreta de esperanza y de alegría del evangelio, en todos los lugares en los que os hacéis presentes, muchos de ellos nada fáciles, pero de una entrega total y absoluta para hacer vivo el rostro samaritano, misericordioso, de un Dios que se interesa por nosotros, por todos los hombres, en todas las situaciones que vivamos de la vida, en todas las edades de nuestra existencia, desde el inicio de la vida hasta su término”.
Adviento, apuntó, es tiempo de esperanza, “de avivar el espíritu del gozo interior. Por ello, no es extraño que se abra este Año de la Vida Consagrada en este tiempo de Adviento, porque la vida consagrada es en sí misma manifestación del espíritu, es presencia, llegada. Sois, queridos hermanos y hermanas, manifestación de la esperanza y de la alegría del Evangelio”.
La vida consagrada es Adviento, prosiguió, “pues lleva la alegría a todos los hombres, y manifiesta con obras y palabras que Dios se interesa por nosotros. Dios nos regala esperanza y nos compromete a cambiar de vida, a detenernos en lo importante y dejar lo que es secundario, en definitiva a convertirnos. La vida consagrada, aseguró, nos propone un camino de esperanza que tiene tres ejes fundamentales: mirar y contemplar, vigilar y escuchar la llamada fuerte del Espíritu, y velar y remar, mar adentro”.
Así, haciendo alusión al primero de ellos, explicó el “mirar y contemplar”. “El logo de este Año, señaló, puede ser una ayuda clara para contemplar la vida consagrada. Sois páginas vivas del Evangelio, escritas con vidas concretas y en la historia de esta humanidad, con los padecimientos y alegrías de esta humanidad. ¡Cuántas vidas estarían sin haber percibido, en algún momento, la misericordia de un Dios que nos ama entrañablemente!”, dijo, “a veces, en la incomprensión de las vidas que se gastan por acercar en vivo el rostro de Jesucristo en ambientes, en personas muy concretas”. En cuanto a las estrellas que aparecen en el logo, “recuerdan la identidad de la vida consagrada en el mundo, como confesión de la eternidad, como signo de fraternidad, como servicio a la caridad, y lo remiten también a María, patrona de la Vida Consagrada. Es el soplo del Espíritu quien lo sostiene y conduce hacia el futuro. Nos lo ha dicho el Señor: mirad”.
En segundo lugar, “vigilad y escuchad. El lema del Año de la Vida Consagrada tiene la fuerza de mantenernos siempre a la escucha del Señor, en vigilancia permanente, contemplando el rostro crucificado y glorioso de Cristo, y testimoniando su gloria al mundo, acogiendo ese amor y regalándoselo a quienes nos encontramos en el camino de la vida. En la vigilancia y en la escucha discernimos todos los acontecimientos y nos abrimos al misterio de la misericordia y de la paz, convirtiéndonos en cauces que hacen llegar esa misericordia y esa paz, que es la del mismo Jesucristo. ¡Qué vocación mas extraordinaria!”. “¿Cómo no vamos a vigilar y a escuchar?”, se preguntó. “Habéis sido llamados a dar fuerza a la dimensión profética que tiene la vida en Cristo y a poner la propia existencia al servicio de la causa del Reino de Dios, dejándolo todo e imitando más de cerca la forma de vida de Jesucristo entre los hombres. Os convertís, convertís vuestros carismas, en pedagogos para todo el pueblo de Dios, que necesita saber que lo mas importante es Jesucristo, que Él es el tesoro más grande”.
En tercer lugar, les exhortó a velar y remar. “Haced presencia vivificante de la caridad de Cristo en medio de los hombres, caminad por las huellas de Jesucristo. Los hombres y mujeres de este mundo esperan de la vida consagrada el reflejo concreto del obrar de Jesús, de su amor por cada persona, sin distinción, sin adjetivos calificativos. Sólo hombre, ser humano, que es imagen y semejanza de Dios. Sin más calificativos”. “Velad y remad, prosiguió, para hacer verdad la segunda parte de la vida consagrada: evangelio, profecía, esperanza. El Evangelio nos indica la norma fundamental de esta vida, como es el estar siempre en la escuela de Cristo. Profecía indica el carácter profético que tiene la vida consagrada; es posible hablar de un auténtico ministerio profético que nace de la palabra y se alimenta de la palabra de Dios, acogida y vivida en diversas circunstancias de la vida. A través de vosotros, Dios quiere emprender nuevos caminos. Esperanza en tiempos de incertidumbres como los que vivimos, escasez de proyectos cuando parece haberse perdido el rostro de Dios… ¡Qué importante es cuando la esperanza se convierte en misión para que el Reino se haga presente… qué importante es salir a este mundo como consagrados! Regalando la presencia viva de un Dios que ama, que da la vida por los hombres. La vida consagrada tiene que hacerse cercanía y misericordia, palabra de futuro y libertad de toda idolatría”, afirmó.
El Arzobispo de Madrid recordó a los presentes que era la primera vez que se reunía con todos los miembros de la vida consagrad. Vosotros, dijo, “oráis y tiene más fuerza de Dios que nadie, porque queréis amar con el amor del Señor y deseáis entregar la vida como la entregó el Señor. Gracias. El Señor llama a la puerta de nuestro corazón y nos dice, una vez más: ¿estás dispuesto a darme tu carne, tu tiempo, tu vida? Es el mismo Señor que nació en Belén, que murió en la cruz y resucitó, quien nos hace esta pregunta. Él quiere entrar en la historia humana a través de nosotros”.
“El tiempo de Adviento que hoy comenzamos, y el Año de la Vida Consagrada, son un derroche de gracia para aprender, una vez más, que mientras el Señor viene definitivamente en su última venida, quiere y desea venir ahora a través de nosotros. Vamos a recibirle. Prestemos la vida para que muestre su rostro lo más claramente posible. Prestemos la vida, mostremos su rostro, atrevámonos a ser adviento; es decir, a ser presencia, llegada y venida de Jesucristo”, concluyó.