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La Catedral de Santa María la Real de la Almudena acogió ayer por la tarde la celebración de un solemne Funeral por los Obispos difuntos de la diócesis Madrid. Presidida por el Arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro, la Eucaristía fue concelebrada por Mons. Fidel Herráez, Obispo Auxiliar de Madrid, y vicarios episcopales, entre otros sacerdotes.
En su homilía, Mons. Osoro explicó que “celebramos la Eucaristía, oramos y la ofrecemos por quienes fueron obispos de esta Archidiócesis de Madrid, por quienes quisieron anunciar a nuestro Señor Jesucristo y hacerle creíble en estas tierras y entre estas gentes. Damos gracias a Dios porque hemos recibido una herencia inmensa que, a través de sus vidas, se manifestó en obras concretas y, sobre todo, en personas concretas que nos han transmitido la fe y que han hecho posible que esta comunidad cristiana creciese, se desarrollase y asumiese cada día con más fuerza a Nuestro Señor Jesucristo”.
En este recuerdo de los obispos fallecidos de Madrid, prosiguió, “quiero deciros lo que ellos intentaron decir con sus vidas y con su ministerio apostólico, con las características peculiares que a cada uno el Señor les concedió, en las circunstancias concretas en las que el Señor permitió que desarrollasen su misión”. En concreto, se centró en tres cosas “que ellos predicaron”.
Así, afirmó que “quisieron hacer ver a los hombres y mujeres que eran ciudadanos del cielo, o que podrían llegar a ser ciudadanos del cielo si abrían su corazón y su vida a la vida de Cristo”. En segundo lugar, “quisieron anunciar que el único Salvador que existe es Jesucristo, nuestro Señor. Y, en tercer lugar, quisieron alimentar a los hombres y mujeres con los que vivieron con el único alimento que sacia, que llena el corazón del hombre, que es Jesucristo en el ministerio de la Eucaristía. Con la conciencia de saber que igual que el Señor vivió sabiendo que le enviaba el Padre, que vivía por el Padre, ellos también sabían que vivían y que su misión tenía sentido y hondura, capacidad de transformación, desde Jesucristo”. “Quisieron decir, aclaró, que somos ciudadanos del cielo, y que todo hombre puede llegar a serlo en la medida en que deje que la vida de Jesucristo entre en su existencia”. Por eso, aseguró, “qué maravilla, para los que celebramos la Eucaristía, poder saber que la vida eterna no es algo que se nos da después de que morimos, sino que la tenemos porque el Señor, por el bautismo, entró en nuestra vida. El Señor nos hace saborear esa conciencia de ser ciudadanos del cielo, hombres y mujeres que tenemos la vida eterna en nosotros porque tenemos la vida de Jesucristo en nuestra vida”.
Ellos, continuó, “quisieron hacer ver a todos los hombres que tenían la vida del Señor, y que podían mostrar la eternidad con su vida y con sus obras en medio de los hombres. Y ayudar, a los que no creían, a ver que podían tener otro horizonte y otras dimensiones de la vida si acogían la vida del Señor en su corazón”. En este sentido, manifestó: “cuántas gentes, a través de su ministerio, de su acción apostólica, de la colaboración con ellos en el anuncio de Jesucristo, tomaron conciencia de esta ciudadanía”.
Jesucristo, único salvador
Monseñor Osoro recordó que los obispos de Madrid difuntos vivieron circunstancias históricas diversas, “situaciones a veces difíciles para la vida de la Iglesia… Pero en todas, predicaron que el único salvador es Jesucristo”. En este sentido, evocó el episodio de la muerte de su amigo Lázaro, y la conversación con su hermana Marta: ‘Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?’. “Esta, dijo, es la misma pregunta que el Señor nos hace cuando yo os he afirmado que tenemos un salvador, que es Cristo. ¿Creemos esto?, ¿vivimos conforme a esto que creemos?, ¿le acogemos con la intensidad que requiere tener la sabiduría de que el único salvador, el que nos ofrece caminos y salidas verdaderas, solamente es Él?, ¿creemos que la vida verdadera, en toda la densidad, sólo nos la ofrece nuestro Señor? Los obispos que hoy recordamos, y por los que oramos, lo creyeron, y gastaron su vida, con el deseo inmenso de hacer verdad y de hacer ver a los hombres que el único salvador es Jesucristo”.
A través de su ministerio, apuntó, “hicieron creíble esa ciudadanía y ese saber que el único salvador es Jesucristo, haciendo que la Iglesia sea una gran familia, que se sienta alrededor de una mesa, que se alimenta del único y verdadero alimento, que es Jesucristo... Porque nosotros sabemos que lo que comemos en la Eucaristía es el mismo Jesucristo”. Resaltó la misión de los obispos fallecidos, advirtiendo que “la urgencia en que estos pastores hicieron ver la necesidad de vivir y celebrar la Eucaristía, y enseñar todo el proyecto de nuestra vida, todo lo que hacemos y vivimos desde aquí, fue intensa y grande… Ellos sabían que habían sido enviado por Jesucristo, y que sólo tenían vida y daban vida a los demás si comían del Señor. Con esta conciencia vivieron y realizaron el ministerio”, aseguró.
“Jesucristo, nuestro Señor, se va a hacer presente aquí, en el ministerio de la Eucaristía, recordó…. Recojamos la herencia de estos hombres de Dios, pastores que anunciaron y tuvieron la misión de regalar la presencia de Jesucristo. En su ministerio y en su misión tomemos conciencia, junto al Señor, de ser ciudadanos del cielo, de que Él es el único salvador, y de que solamente si nos alimentamos de Él regalaremos también aquello de lo que nos alimentamos, que es el mismo Jesucristo”, concluyó.