Laura Martín (45 años) ha empezado el cole dos veces: la primera, la normal, a los 6 años. La segunda, cuando lo hizo su hija, Elo. Y ambas, en el colegio diocesano San Eulogio, en Villa de Vallecas, donde Laura ha vivido toda la vida. «Fuimos a este colegio los tres hermanos; éramos del barrio y mis padres querían un colegio que estuviera cerca de casa». El colegio lo han vivido en familia; tanto, que «en cuanto tuve a la niña, volví y empecé a dar la tabarra para que la admitieran». Y en esta decisión de Laura tuvo un peso decisivo el ser antigua alumna: «Yo conozco el colegio, a los profesores, los que más años llevan allí también te conocen a ti... Quería un colegio en el que conocieran y cuidaran a los niños, que no fueran un número».
El paso de Elo por el colegio ha llegado este curso a su fin al concluir 4º de ESO. No hay oferta de Bachillerato en el centro aunque «podían tenerlo…», expresa a modo de deseo Laura. Han sido unos años muy buenos, como lo fueron para la madre cuando pasó por las aulas, aunque Elo diga, medio en broma medio en serio, que «la tenían muy controlada» por conocer a la madre. «Es que una de las tutoras que tuvimos mis hermanos y yo, Paloma, también la ha tenido ella, y decía que era su nieta pedagógica», ríe Laura.
En la fiesta de graduación de Elo, su madre leyó una carta en nombre de los padres de los alumnos en la que hacía memoria del paso de los niños por el colegio, pero también del suyo. «¿Os acordáis de cuando traíamos a nuestros hijos cogiditos de la mano […], con sus uniformes nuevos?». Los dejaban en el colegio con los nervios propios de esos primeros días pero «a la vez tranquilos, porque sabíamos que habíamos tomado la mejor decisión, apostando por una educación que les haría crecer como personas, desde los principios, virtudes y valores más genuinamente cristianos».
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«¡Sed alegres y amad!»
Con el paso del tiempo, los niños «hicieron muchos amigos» y aprendieron a leer, escribir, sumar… Pero no solo eso, «también a rezar, compartir, ayudar a los demás». Laura se acordaba también de esas funciones de Navidad, «en las que las madres nos afanábamos en confeccionar los vestidos de san José, la Virgen, los Reyes, estrellas, pastores…». El tiempo fue pasando y los niños «iban aprendiendo y adquiriendo conocimientos nuevos y completando ese proyecto educativo, católico y humano». En la fiesta, Laura los animó a custodiar todo aquello que han ido metiendo en sus maletas durante todos estos años: los conocimientos, los valores, los recuerdos, los buenos amigos. «¡No lo desaprovechéis! ¡Sed vosotros mismos! Trabajad, sed constantes. Luchad. Mostrad entusiasmo e ilusión por la vida y por las cosas. ¡Sed alegres y amad!».
Laura concluía dando gracias, en primer lugar, a Dios «por estos hijos que nos ha dado, que son la alegría de nuestras vidas». También «a nuestro querido colegio diocesano San Eulogio», a los profesores y a todo el personal del centro «por su dedicación, entrega y cariño, por fomentar los valores humanos y por participar en este proyecto personal de vida que ha hecho de nuestros hijos personas fuertes, responsables y maduras intelectual y anímicamente, con capacidad de amar, con compromiso solidario, con fe, esperanza, caridad y sentido de la vida».
Por último, daba las gracias a las familias y, sobre todo, a los abuelos, «que con su sabiduría y experiencia de vida nos dan fuerzas, nos ayudan, nos quieren y nos acompañan en este camino difícil de la educación». A las puertas de la celebración del Día de los Abuelos, este año por primera vez de forma oficial convocada por el Papa, Laura reconoce: «Necesitaba hacer mención a todos los abuelos que echan una mano. Yo, si no hubiera sido por ellos…», concluye.
