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En su carta para esta semana, el Arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro, nos recuerda que “Dios quiere transformar el mundo con nuestra conversión” y que “nuestra verdadera conversión comienza con un deseo inmenso y profundo que implora perdón y salvación. De ahí la importancia de la oración cristiana, que es lo opuesto a la evasión de la realidad o a un intimismo consolador. La oración cristiana es fuerza de esperanza, es expresión máxima de la fe en un Dios que es Amor y que nunca abandona al hombre. La conversión es invitación a volver siempre a los brazos de Dios, a fiarnos de Él, a dejarnos regenerar por su Amor. Es una gracia, un don que abre el corazón a la bondad de Dios”.
Para Mons. Osoro, “el templo que Jesús quiere no es un templo construido por los hombres, sino por Dios. Cristo ha venido para enseñarnos a hacer de este mundo un templo de Dios, donde el hombre sea respetado y considerado desde la dignidad con que Dios mismo lo creó. Ha venido para devolver al ser humano su libertad, ofreciéndonos el camino que nos la regala y, así, poder ofrecerla con nuestra vida”.
“Para convertir el mundo en templo de Dios y del hombre, asegura, es necesario saber escuchar y obedecer a Dios. El secreto para tener un corazón que entienda es formarse un corazón capaz de escuchar. Urge tomar en serio escuchar a Dios, oír su Palabra y así, obedecer a Dios que, en Jesucristo, nos ha regalado el modo de ser y vivir del hombre verdadero, el modo de estar junto a los hombres. El mayor pecado del ser humano es la insensibilidad y la dureza del corazón, por eso convertirse a Cristo, hacerse cristiano es recibir un corazón de carne, sensible y con pasión por hacer que todos los hombres sean tratados como imagen y semejanza de Dios. Y, que así, el mundo se convierta en un templo”.
“Tres claves, dice, son necesarias para hacer de este mundo un templo de Dios y del hombre. Yo las llamo con estos nombres: regalar, ofrecer y cambiar. Son llaves que nos abren las puertas para estar presentes en este mundo”:
1. Salir para regalar la libertad: “la libertad que Dios nos da y nos ofrece Jesucristo” y “que nos llama a eliminar cadenas, distancias, descartes, ataduras, es la libertad que nos da Cristo, que nada quita al hombre”. “Es la libertad que elimina el dominio de la corrupción, el quebrantamiento del derecho, la arbitrariedad generalizada en las cuestiones más importantes para la vida humana. Si dejamos entrar a Cristo dentro de nosotros, si nos abrimos a Él, no solamente no perdemos nada, sino que hacemos nuestra vida y la de los demás libre, bella y grande. Cristo no quita nada y lo da todo. Dejemos que nuestra vida la ocupe Cristo, que nos regala libertad” y “no nos dejemos robar” esta libertad que es “la que, haciéndonos libres, desencadena libertad en aquellos con quienes nos encontremos. Globalicemos con nuestra vida esta libertad que nos ha sido regalada por Cristo”.
2. Salir ofreciendo el rostro de Cristo: “Jesucristo es la Verdad hecha Persona que atrae hacia sí al mundo. Su rostro es resplandor de Verdad. Sin Él perdemos la orientación, nos aislamos, nos reducimos a mirarnos a nosotros y a mirar solo por nuestros propios intereses. Sólo Él nos hace vivir y nos ayuda a realizarnos plenamente” y “nos capacita para renovar la sociedad a través de la ley del Amor. Salgamos ofreciendo la Verdad, el rostro de Jesucristo”. “Para ofrecer el rostro de Cristo hay que tener un encuentro con Él”, “hay que salir al mundo y encontrarnos con los hombres desde el encuentro con Cristo, ofreciendo su rostro”.
3. Salir para cambiar el corazón del hombre: “con Cristo se ha abierto de par en par la puerta entre Dios y los hombres. Él sigue llamando a las puertas del mundo” y a las “del corazón de todos los hombres, para que el Dios vivo y verdadero que se nos ha revelado en Jesucristo pueda llegar a nuestro tiempo y cambiar nuestra vida. Os aseguro que la realidad del mundo no se sostiene sin Dios”. “El reino de Dios, señala, se ha querido reemplazar por la esperanza del reino del hombre. Hemos visto que esta esperanza de un reino del hombre se aleja cada vez más. Por eso, salir y ofrecer a Jesucristo, y ofrecer ese cambio del corazón que solamente Él realiza, es la mejor oferta que podemos hacer para mejorar el mundo y hacer posible que se globalice todo lo que construye y cambia el corazón del hombre: el amor, la justicia, la paz, la fraternidad, la entrega, el servicio, la verdad, el don de sí mismo. Para que los demás sean lo que tienen que ser. Cristo rompe el hermetismo de un mundo construido por el hombre y que se cierra en sus propios egoísmos. El mundo es el templo donde los hombres viven como hijos de Dios y por eso como hermanos. Donde se manifiesta la gloria de Dios que es la gloria del hombre”.