Madrid

Jóvenes reparten una oración del purpurado en la pradera

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Con motivo de la fiesta de san Isidro, este lunes, un nutrido grupo de jóvenes evangeliza en la pradera. Entre otras cosas, reparten estampas de san Isidro Labrador y santa María de la Cabeza con la siguiente oración del cardenal Osoro:

«Dios Padre Todopoderoso, que llenaste a san Isidro Labrador del Espíritu Santo, dejándose poseer y conducir por Él, viviendo y construyendo una familia cristiana, desde la escucha de tu Palabra, y mostrando en su trabajo diario, como esposo, padre y labrador, que Jesucristo es Camino, Verdad y Vida, y es quien nos hace libres. Sirvió generosamente con su vida a Jesucristo en la Iglesia, animado por un amor fraternal hacia aquellos con los que vivía y se encontraba, proponiendo la dulce y confortadora alegría de evangelizar desde la familia cristiana y desde el trabajo de cada día. Por intercesión de san Isidro Labrador, te pedimos el ímpetu interior que tuvo y vivió toda su familia, irradiando el fervor de la alegría del Evangelio, anunciando el Reino de Dios y sirviendo fielmente a la Iglesia. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén».

Monseñor Martínez Camino: «El mensaje de Fátima sigue abierto y vivo. La Virgen sigue invitándonos a la conversión, a la oración y a la penitencia»

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El pasado sábado, 13 de mayo, la catedral de Santa María la Real de la Almudena acogió una Misa con motivo del centenario de las apariciones de Fátima. Aunque estuvo presidida por el arzobispo emérito de Madrid, cardenal Antonio María Rouco Varela, predicó el obispo auxiliar, monseñor Juan Antonio Martínez Camino, SJ, quien subrayó que «el mensaje de Fátima sigue abierto y vivo. La Virgen sigue invitándonos a la conversión, a la oración y a la penitencia». Al final de la celebración, la imagen de la Virgen peregrina de Fátima fue sacada en procesión por la plaza de la Almudena.



Homilía íntegra

Queridos hermanos todos en el Señor:

«El que cree en mi –dice el Señor– también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre» (Jn 14, 12).

Sí, queridos amigos, el siglo de Fátima es un siglo de grandes obras de Dios a través de sus elegidos, pues Jesucristo es el Señor de la Gloria y el Señor de la historia. Son obras incluso mayores que las que Jesús hizo en el tiempo de su vida mortal. Porque ahora, después de su Cruz y de su Resurrección, Él no se ha marchado a un cielo supuestamente lejano. No. Con su Cruz y Resurrección Nuestro Señor ha vencido al señor de este mundo, vence al pecado del que seguimos amenazados y heridos, vence a la muerte. Esta historia nuestra, la de cada uno de nosotros y la de la Humanidad entera, está en sus manos. Su triunfo es seguro. El triunfo de su Corazón misericordioso; y el triunfo del Corazón inmaculado de su bendita Madre.

En esta Eucaristía damos gracias a Dios por las grandes obras del siglo de Fátima.

1. Obra suya admirable fue que –en 1917, cuando los jóvenes de Europa morían en las trincheras de la Primera Guerra Mundial– el Amor todopoderoso quisiera mostrarse por medio de María para atraer al mundo hacia Él; para llamar de nuevo a la conversión a una Humanidad que seguía –y que sigue– viviendo como si no hubiera sido ya redimida; que seguía viviendo como esclava del pecado y de la muerte. Ahí está ella –la Virgen de Fátima– la Mujer en la que el Altísimo había hecho obras grandes y por la cual, quiso y quiere seguir haciendo obras grandes para que nadie se pierda, para que no olvidemos que hay esperanza. ¡Te damos gracias, Señor!

2. Obra de Dios –muy típica de Él– es haber escogido a tres pequeños, a tres niños buenos, pero humanamente insignificantes, para hacerlos portadores de sus designios de salvación, de su secreto de Amor. Obra del Señor , que... «derriba a los potentados de sus tronos y enaltece a los humildes»: obra divina por María. Lucía, Francisco y Jacinta asintieron al plan de Dios y colaboraron con Él. Se ofrecieron por entero, como la Virgen les pedía, a la obra de Dios. Sufrieron por ello. Fueron menospreciados e incluso encarcelados. Pero así no hicieron más que traer a nuestra historia aquellas obras mayores predichas por el Señor a quienes creen en Él. Lo acaba de reconocer hoy mismo la Iglesia del modo más solemne posible, cuando el papa Francisco ha declarado y definido santos a Francisco y a Jacinta. ¡Te damos gracias, Señor!

3. Obra de Dios ha sido y es, sin duda, ese ejército incontable de personas de todas partes que, acogiendo la llamada de María, han ofrecido sus vidas al Señor por la salvación del mundo. ¡Tantas almas que han ofrecido y ofrecen sacrificios voluntarios, incluso la ofrenda de la propia vida, consagrándola a Dios y a su obra salvadora como sacerdotes, religiosos y consagrados! ¡Tantos que, movidos por la Virgen de Fátima y sus santos pastorcitos, han comprendido el valor redentor del sufrimiento libremente asumido y unido al sufrimiento de Dios mismo en la Cruz del Hijo eterno! ¡El valor de las pequeñas cruces cotidianas o de otras mayores que tengamos que abrazar con Cristo! ¡Tantos que han orado sin descanso como nos pide el Señor y repite la Virgen del Rosario de Fátima! El siglo de Fátima ha sido un tiempo especial de oración y de penitencia. Es un tiempo en el que –según la palabra del apóstol Pedro que acaba de ser proclamada (1 Pe 2, 4-9)– muchos bautizados, «como piedras vivas» han entrado en la construcción de la Iglesia «como una casa espiritual» ofreciendo «sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo». ¡Te damos gracias, Señor !

4. En fin: obra admirable de Dios es cómo su Misericordia infinita se ha hecho presente en un siglo sin misericordia, en un siglo dramático, marcado por las guerras y las violencias mayores de la historia; jalonado por centenares de millones de inocentes que han sido víctimas del orgullo satánico aduezado del poder y encarnado en sistemas totalitarios que prometieron libertad y progreso y trajeron esclavitud y muerte a Europa e incluso al mundo entero. Esos tiempos sin misericordia humana han experimentado tal vez como nunca la Misericordia divina a través de tantos y tantos testigos del perdón, que han entregado sus vidas con palabras de amor para sus verdugos y para sus enemigos. Son las obras mayores de las que nos habla el Señor: Las obras de millones de testigos, de mártires; obras que comenzaron a producirse enseguida después de la Resurrección –los Hechos nos hablan hoy de Esteban, el primer mártir (Hch 6, 1-7)–. Nunca ha abandonado a la Iglesia la obra de los mártires. Pero el siglo de Fátima ha sido el siglo de los mártires por excelencia. El Señor ha querido estar de ese modo cerca de este tiempo dramático. Así lo vio y así lo anunció san Juan Pablo II, el papa de los mártires del siglo XX, también él mismo testigo de sangre y testigo de la Misericordia, como recuerda la bala que atravesó su cuerpo el 13 de mayo de 1981 y que él mismo dejó en la corona de la Virgen de Fátima. Los gulags y los campos de concentración se han cerrado; los muros han caído. Pero hoy  tenemos más santos. ¡Te damos gracias, Señor!

«El que cree en mi también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre» (Jn 14, 12).

Queridos amigos:

Hoy se cierra el siglo de Fátima. Se cierra con san Franciso y santa Jacinta Marto, los pastorcitos de la Cova de Iría. Pero el mensaje de Fátima sigue abierto y vivo. La Virgen sigue invitándonos a la conversión, a la oración y a la penitencia. Sigue abierto el tiempo de las grandes obras de Dios para nosotros y con nosotros.

Ella es la Madre que nos muestra la luz de la Gloria divina, la cercanía de su Amor infinito por cada uno de nosotros. El mundo sigue necesitado de la oración y de vidas unida al sacrificio redentor de Cristo. No hay otro modo de salvación: solo Él es el camino que nos conduce a la verdad y la vida (cf. Jn 14, 6). Participamos en la Santa Misa, para unirnos a Él, para darle gracias por las maravillas que ha hecho y que hace en favor de su Pueblo y de cada uno de nosotros. Para darle gracias por María y con María. Amén.

«San Isidro nos recuerda que la caridad de Cristo es lo más importante»

  • Titulo: Infomadrid / Fotos: José Luis Bonaño

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La diócesis se vuelca hoy en las celebraciones en honor a san Isidro Labrador. El cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, ha presidido sendas Eucaristías en la colegiata y la pradera, animando a cambiar la ciudad con el ejemplo del santo patrón.

Como hizo él, hay que ver que los otros son «imágenes de Dios» que «custodiar», es decir, hay que «hacer crecer a todos los que se acercan a nosotros». A ellos, los cristianos, les deben aproximar «una palabra y una vida nuevas, el lenguaje y la vida del Resucitado: Cristo ha vencido a la muerte». «Estamos para dar vida y aliento, para dar el abrazo de Dios a todos los hombres, para buscar la paz por todos los medios, la reconciliación, el vivir en verdad. Suscitemos esperanza, sanemos los corazones», ha aseverado.

En esta línea, el cardenal Osoro ha subrayado la necesidad de pedir siempre «la caridad de Cristo». «Acogida con corazón abierto, nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de amar no según la medida humana, siempre limitada, sino según la medida de Dios. ¿Cuál es la medida de Dios? ¡Sin medida! ¡Todo! No se puede medir el amor de Dios, es sin medida, pues da hasta la vida misma. Y así llegamos a ser capaces de amar también nosotros. No es fácil. Pero debemos amar a quien no nos ama. Hay que oponerse al mal con el bien. Perdonar, compartir, acoger, crear puentes, derribar muros», ha detallado.

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Después de la MIsa en la colegiata, el arzobispo de Madrid se ha ido a la pradera de San Isidro, donde miles de madrileños celebraban la fiesta de su patrono. En una multitudinaria Eucaristía al aire libre, en la que han participado la alcadesa de Madrid, Manuela Carmena, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, ha reiterado la necesidad de construir la cultura del encuentro. Luego se ha acercado a la carpa instalada por la Vicaría VI para compartir la comida, al tiempo que un nutrido grupo de jóvenes repartían estampas de san Isidro y santa María de la Cabeza con una oración suya.

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Homilía íntegra

Queridos hermanos:

Un año más nos reunimos para celebrar la fiesta de nuestro santo patrón, san Isidro. Un santo que está presente en todas las latitudes de la tierra, en comunidades pequeñas rurales y en grandes ciudades. (Hace muy pocos, días dos obispos de América Latina, de dos países diferentes, me pedían ayuda para sus parroquias de san Isidro, uno de ellos tiene 17 parroquias dedicadas al santo).

San Isidro es un santo que nos lleva a entender mejor el salmo 1 que juntos hemos recitado. Queridos hermanos, ¿no os dais cuenta cómo la Palabra del Señor nos muestra lo que está como deseo nuestro en lo más profundo de nuestro corazón? Es normal, pues el ser humano es un diseño divino. Nosotros deseamos ser dichosos. Y por eso no seguimos cualquier consejo, propuesta, o teoría. No  vamos  por cualquier senda. Nuestro gozo quiere ser el que nos propone el salmista y el que asumió en su vida san Isidro: vivir y gustar esa Palabra del Señor, y meditarla día y noche. Es Palabra que nos da vida, nos alienta, nos une a todos, y nos hace buscar siempre lo que une. Es Palabra que se hizo carne en Jesucristo, a quien san Isidro contempló, amó y anunció con su vida. Nosotros, como san Isidro, tenemos la seguridad de que, igual que el árbol debe ser plantado en la tierra y necesita agua para dar fruto y no secarse, así le ocurre al ser humano. Necesitamos volver a emprender siempre caminos que llevan a un buen fin. ¿Cuál? El camino del amor al prójimo. Creando comunión en las diferencias.

Hermanos, el Señor protege a quienes ven en los demás una imagen de Dios mismo que nunca se puede romper o estropear. San Isidro vivió de modo concreto esta realidad. Hoy, de nuevo, nos lo entrega a los madrileños. Esta es una fiesta de todos, para todos y con todos. El Amor de Dios que acogió san Isidro, y que Dios regala en gratuidad a todos los hombres, es nuestra arma.

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Os indico tres modos de vivir y construir con este Amor mismo de Dios:

1. San Isidro es maestro en custodiar: ¿Qué significa custodiar tal y como lo entendía San Isidro? Custodiar es hacer crecer a todos los que se acercan a nosotros. Para ello, hay que dar nombre a cada uno que se acerca, como lo hacía san Isidro. Daba el nombre verdadero que tiene todo ser humano. ¿Sabéis vuestro nombre, hermanos? ¿Qué sería Madrid y qué sería este mundo si todos fuésemos custodios al estilo de san Isidro? Él hizo crecer siempre todas las dimensiones que Dios puso en el ser humano, respetó todas. Creció su familia, haciendo posible que se hiciese realidad la Palabra que hemos escuchado: «en el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común […] daban testimonio de la resurrección de Jesús con mucho valor [...] ninguno pasaba necesidad». Os puede parecer imposible hacer esto, pero es posible con la gracia y sabiduría de Dios. San Isidro entendió perfectamente lo que un día Jesús dijo cuando le preguntaron: «¿Quién es Dios?». Y Él respondió: «Dios es amor». ¿Qué quiero deciros? ¿Qué tiene que ver esto con nosotros? Mucho. Mirad, el ser humano sabe que es imagen y semejanza de Dios. Si esto es así y si Dios es amor, nuestro nombre verdadero es amor. Nuestro nombre verdadero es Amor, pues somos imágenes de Dios. ¿Somos y vivimos con este nombre Amor? ¿Amamos de verdad, pensamos y sentimos con este nombre que tenemos? ¿Experimentamos que este nombre es el alma de toda convivencia y de toda buena relación entre las personas? Con este nombre somos capaces de perdonar y de perdonarnos.

Cuando vivimos así, estamos dispuestos a poner todo lo que somos y tenemos la servicio de los demás. Vivir con este nombre abarca y afecta a la persona humana, a la familia, a las relaciones sociales, a la construcción de esta sociedad. Es verdad que esto no se consigue inmediatamente, dejemos trabajar al Señor en nosotros como san Isidro. Nos lo ha dicho el apóstol Santiago: «Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor». San Isidro creyó en estas palabras: «El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca». Custodiar es hacer crecer, saber perdonar, dejarnos perdonar y saber pedir perdón, y es  orar los unos por los otros. Vivir con este nombre Amor, supone dejarnos curar.

Solo con este nombre se puede hacer la cultura del encuentro, que es la que, en nombre del Señor, desea, promueve y hace la Iglesia. Os convoco a todos los madrileños, a los que creéis y a quienes buscáis siempre lo mejor, a poneros manos a la obra y hacer esta cultura en este momento de la historia. Es una cultura que responde a aspiraciones radicalmente humanas. En esta época de cambio, hemos  de generar espacios y relaciones para acertar en las  transformaciones que hay que hacer. No son cuestiones de técnicas, sino cuestiones de fondo ético, de saber cuál es el nombre de cada ser humano, sus necesidades fundamentales y no recortarlas nunca. Hacer la cultura del encuentro es un desafío social; yo diría que el más importante. Es el que hizo Dios, viniendo a nuestro encuentro en la Encarnación, y el que imitándolo hizo posible san Isidro en este campo de san Isidro en el que estamos.  Aquí una familia sencilla abrió caminos de esperanza, de comunión, conversión y solidaridad. ¿Tendremos la osadía y valentía de ser custodios, de hacer crecer y no de recortar las relaciones entre los hombres? Desde este campo de San Isidro os convoco a todos los madrileños a entregarnos a esta misión: hagamos la cultura del encuentro.

2. San Isidro anima a la Iglesia a dejarse sorprender: ¡Qué bien nos viene escuchar lo que el Evangelio nos decía! «Yo soy la verdadera vid [...] Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante». Aquí está la cuestión en dar fruto, pero para ello hay que dejarse sorprender. La Iglesia en Pentecostés, momento que marca su nacimiento y manifestación pública, es una Iglesia que sorprende y turba. En el mismo inicio de la Iglesia, Dios sorprendió. Se verificó un hecho extraordinario e inesperado que suscitó admiración. La gente quedó turbada. Seamos una Iglesia que suscita estupor. Aproximemos una palabra y una vida nuevas, el lenguaje y la vida del Resucitado: Cristo ha vencido a la muerte.

Estamos para dar vida y aliento, para dar el abrazo de Dios a todos los hombres, para buscar la paz por todos los medios, la reconciliación, el vivir en verdad. Suscitemos esperanza, sanemos los corazones. Hermanos, la Iglesia está viva cuando sorprende acercando a las vidas de los hombres a Dios, y dando la posibilidad de que todos los hombres y mujeres de este mundo se acerquen a Dios. Este es el lenguaje de Dios. Vayamos a las periferias, es decir a los caminos y a las existencias humanas, sociales y personales, a darles su verdadero nombre. A san Isidro, Jesús le sorprendió, le dijo: «Yo soy la vid y tú eres mi sarmiento». Sorpresa. A nosotros nos dice lo mismo. Pero sorpresa sanadora y dadora de misión. Preguntémonos, ¿me dejo sorprender por Dios o me cierro en mis seguridades materiales, económicas, ideológicas, intelectuales? Creamos al Señor que nos dice: «El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante». Hermanos, dejaos sorprender en este campo, donde san Isidro se sorprendió y donde tantas sorpresas alcanzaron quienes aquí venían. ¡Sorprendeos!

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3. San Isidro nos recuerda que la caridad de Cristo es lo más importante: Señor, quiero que nos recuerdes lo que con tanta intensidad vivió san Isidro con su familia. Tener la caridad de Cristo supone buscar y pedir siempre más caridad. Así entendemos lo que nos dice el Señor: «Y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto», «el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante». Siempre podemos hacer más y más. Dejemos que nos pode el Señor. La caridad de Cristo, acogida con corazón abierto, nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de amar no según la medida humana, siempre limitada, sino según la medida de Dios. ¿Cuál es la medida de Dios? ¡Sin medida! ¡Todo! No se puede medir el amor de Dios, es sin medida, pues da hasta la vida misma. Y así llegamos a ser capaces de amar también nosotros. No es fácil. Pero debemos amar a quien no nos ama. Hay que oponerse al mal con el bien. Perdonar, compartir, acoger, crear puentes, derribar muros. Como Jesús, tenemos que llegar a ser pan partido para nuestros hermanos. Hemos de vivir la alegría de convertirnos en don, hacernos don. Jesús se hace para nosotros don, se nos da, hagamos lo de Él.

Custodiar, dejarse sorprender y vivir la caridad de Cristo: un reto que nos propone hoy san Isidro Labrador. Que todos los madrileños tengamos un poco de san Isidro. Preguntaos: en esta gran ciudad, ¿qué aporto yo de san Isidro, nuestro patrono? Cambiemos la ciudad. Jesucristo se va a hacer presente en la Eucaristía. Acogedlo como san Isidro. Así no tendremos la tentación de quitar a nadie de nuestro lado; al contrario, somos como Jesús y con Jesús. Tenemos su mismo nombre: Amor. Dejémonos podar por Él para dar más fruto. Amén.

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Puede ver una galería completa de las celebraciones en honor a san Isidro en este enlace.

La parroquia Santa María Josefa del Corazón de Jesús celebra su fiesta anual

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Este lunes, 15 de mayo, la parroquia Santa María Josefa del Corazón de Jesús (Avda. de la Gavia, 25) celebrará su fiesta anual. A las 11:30 horas se celebrará una Misa de familias. A su término, hacia las 12:30 horas, darán comienzo distintas actividades, como un castillo hinchable para los niños, aperitivo para todas las familias y comida. En este enlace se puede conocer la biografía de santa María Josefa del Corazón de Jesús.