Madrid

Poco a poco empezaban a aparecer. Pequeños cuadros, unos más pixelados que otros, nos descubrían unos ojos madrugadores en México, donde estaba amaneciendo, o trasnochadores desde Japón. Un mosaico de rostros, jóvenes todos, inundó la pantalla... Y los auriculares: «Ciao!» , «Kon'nichiwa!», «Bonjour!», «Alo»,«Olá!» saludos y gritos de felicidad en medio del caos y el miedo. Así daba comienzo el primer Ciberencuentro Mundial de Jóvenes sobre el coronavirus para hablar y compartir todo lo que les está pasando a ellos y a sus familias.

En medio de esta inédita situación que atraviesan cientos de países en todo el mundo a causa de la pandemia del COVID-19, y con la convicción de que la «cultura del encuentro» es más necesaria que nunca, jóvenes de 60 ciudades como Miami, Maputo, Santo Domingo, Roma, Madrid, Port-au-Prince, Lisboa, Asunción del Paraguay, Barranquilla, Buenos Aires, Tokio, Ciudad de México, Barcelona, Setagaya-ku, Oporto, La Plata, Nápoles, Tampa, Vigo, Panamá, Bucarest, Cascais, Monterrey, Medellín, entre muchas otras, se dieron cita para generar un espacio de salud mental y aire fresco.

Los jóvenes pudieron conocer de viva voz la realidad que viven sus pares en otros lugares del mundo, y compartir sus sensaciones, no exentas de miedo y confusión, pero contundentes en su llamada a la empatía y a la solidaridad.

«Tenemos que estar en nuestras casas para prevenir y cuidarnos. Aunque el virus no ha llegado del todo aquí, nos tenemos que proteger. Parece que no hubiera conciencia de lo que está pasando, porque hay gente que quiere salir a la calle, pero es porque desconocen la gravedad del virus» decía Celestino, de Mozambique.

Como este, varios de los testimonios compartidos durante el encuentro hicieron un llamamiento a la responsabilidad, sin desconocer las circunstancias de otros contextos y realidades.

Dominique, de Haití, señalaba: «Estamos preocupados aquí, porque si los países que están preparados para soportar mejor este tipo de crisis están sufriendo, imagínense nosotros en Haití; aquí no estamos listos, (por eso) si tienes la oportunidad de ayudar a alguien, hazlo. Este es el momento de ser solidarios».

Demostraciones de empatía y solidaridad, no tardaron en aparecer: «Ha llegado el momento de reivindicar la cultura del encuentro que defiende Scholas,» aseguraba Sergio, de España. «Yo siempre veo algo positivo en todo, y es que estamos comunicándonos; no hemos perdido la red de comunicación, y eso es lo más importante; a pesar de que estamos en un momento de crisis, seguimos en pie; no como amigos o conocidos, sino como la gran familia que somos Scholas». señalaba Brayan, de Panamá. «Podemos seguir trabajando por el bien común».

«Scholas es un soplo de aire en todo esto, es pedazos de corazón repartidos por todo el mundo, es especial. Gracias por seguir haciéndome vivir emociones que nunca puedo transmitir en palabras», apuntaba Sonia, de Palermo (Italia).

Este primer encuentro virtual mundial concluyó con la puesta en común de palabras e ideas alrededor de las cuales seguir generando un diálogo y conversación permanentes. Se pudieron escuchar muchas palabras como fraternidad, sacrificio, coraje, solidaridad, familia, fragilidad, empatía, incertidumbre, desconcierto, comunicación… pero si hubo dos que se repitieron, y se respiraron incesantemente, fueron las de 'esperanza' y 'encuentro'.

En el momento de clausura, donde ninguno de los jóvenes quería desconectarse, José María del Corral, cofundador de la red mundial Scholas junto a Enrique Palmeyro y Jorge Bergoglio, les dijo a los chicos: «Hoy habéis creado la mejor vacuna y le habéis puesto nombre: 'esperanza'».

Acerca de Scholas Occurrentes

Scholas Occurrentes es una organización Internacional de Derecho Pontificio presente en 190 países y que a través de su red integra a más de 446.000 escuelas y redes educativas. Su misión es lograr la integración de todos los alumnos del mundo a través de propuestas tecnológicas, deportivas y artísticas que promueven la educación desde la cultura del encuentro. 

«¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Cómo vivir? ¿Cómo morir? Estas son preguntas duras que seguro que nos vienen estos días», reconoció monseñor Jesús Vidal, obispo auxiliar de Madrid, en la homilía del pasado sábado, sintonizando la realidad que estamos viviendo con el pasaje del Evangelio en el que a Jesús le anuncian que su amigo Lázaro está enfermo. Destacando que Lázaro era amigo amado de Jesús, recordó que «Jesús ama profundamente a todos los que se afligen en el dolor, en el sufrimiento, en la enfermedad. Yo espero que todos los que estéis sufriendo esto podáis experimentar en algún momento, a lo largo de estos días, esta experiencia de amistad íntima con Jesucristo».

Pero el amor de Jesús, observó el prelado, «no le lleva a actuar como nosotros a lo mejor actuaríamos desde nuestra perspectiva», no le lleva a salir corriendo, lo que genera un cierto reproche en Marta. Sin embargo, el Señor, con esa espera, «no manifiesta indiferencia o falta de amor hacia Lázaro o hacia sus hermanas, Marta y María, sino que ve más profundo que los hombres. El Señor conoce una luz que nosotros ni siquiera vislumbramos». De hecho, al principio del pasaje dice a sus discípulos que esa enfermedad será para «la gloria de Dios y para que ellos crean. A través de la muerte de Lázaro el Señor va a dar un paso más hacia su plena manifestación, que se dará en la cruz».

«¿Qué es la vida?», volvió a preguntar el obispo auxiliar. Entre otras, «nuestra vida es conocer, es amar, alegrarse, entristecerse. Pero la vida a la que Jesús se refiere cuando le dice a Marta que Él es la resurrección y la vida es la misma comunión trinitaria. Una plenitud de amor y felicidad que no somos capaces de concebir». Y por tanto, respondiendo a la otra gran pregunta sobre qué es la muerte, el prelado señaló que «es un paso, ciertamente un paso doloroso y oscuro», pero «Jesús ha venido a mostrarnos que él tiene poder sobre este paso, y muestra este poder al traer a Lázaro de vuelta del lugar de los muertos».

Monseñor Jesús Vidal animó a pedir al Señor «que, como al ciego de la semana pasada, también a nosotros nos cure de nuestra ceguera y podamos verle, para que también nosotros podamos reconocer con Marta quién es Él». «Queremos poder decirle al Señor: “Sí, Señor, también nosotros creemos, a pesar de nuestras dudas, en nuestras fragilidades, en nuestros temores, en nuestras oscuridades, creemos en ti porque tú tienes palabras de vida eterna”», concluyó.

El obispo auxiliar de Madrid monseñor Santos Montoya, que presidió este domingo la celebración de la Eucaristía de YouTube en la catedral de la Almudena, explicó, haciendo referencia a aquello que Jesucristo dijo a Marta, «Yo soy la Resurrección y la Vida», que son palabras que anticipan lo que litúrgicamente ocurrirá esta Semana Santa. «Pero en la vida se puede estar produciendo constantemente lo que a lo largo del año vamos celebrando […]. Cuántas personas ya están pasando por el momento cumbre del dolor, del desgarro, viviendo su Viernes Santo particular».

En medio del dolor, qué gran consuelo, según monseñor Montoya, son las palabras de Jesús, «el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá». «Y a su vez –continuó–, “el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre”. Y ante esto, la gran pregunta: “¿Crees esto?”. Los que, por pura gracia, podemos decir, “sí, creo esto”, no tenemos sino que agradecer al Señor el don de la fe». También puede ocurrir que, ante esta pregunta, alguien dijera que no: «Pues ante esto se puede pedir, porque es algo que surge de la gracia de Dios, es un regalo, es un don».

El pasaje del Evangelio contemplado este domingo de la V semana de Cuaresma, el de la resurrección de Lázaro, muestra a una Marta «portavoz de muchos de nuestros sentimientos. En un momento de especial dolor, Marta mezcla la fe en el Señor con un cierto reproche: “Señor, si tú hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Esto también puede brotar en nosotros». Y el Señor permite este reproche, esta duda, que «no es el final, sino el inicio de un diálogo que va a terminar afirmando al que es la Vida», explicó el obispo auxiliar.

«En esta muerte de Lázaro –destacó el prelado–, se produce la resurrección del corazón. Los que han quedado sepultados por el dolor, por la desesperanza, por el desgarro, por el sufrimiento, por la desesperación, son aquellos a los que el Señor, en su fuerza, en su poder, les dice: “Sal afuera”. Por tanto, no bajemos definitivamente a la tumba; se entiende ese abajamiento, se entiende todo lo que cada uno pueda estar viviendo, pero dejémonos también sacar de la tumba».

Recordando las palabras del profeta Ezequiel, «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos, pondré mi Espíritu sobre vosotros y viviréis», monseñor Santos Montoya concluyó afirmando que «el que es la Vida es el que nos dio la vida, es el que sostiene la vida y es el que nos ofrece la vida para siempre».