El arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, confirmó en la homilía del viernes de la IV semana de Pascua, al hilo del salmo proclamado «Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy», que se nos pide «servir al Señor, rendirle homenaje, como lo estamos haciendo al finalizar el día aquí», en la Eucaristía que se retransmite diariamente por YouTube y cuya Palabra resumió en tres conceptos: testigos y anunciadores, turbados y creyentes, preguntones y seguros.
Cuando el Señor entra en la vida de las personas, los impulsa a salir, como hizo con Pablo, que «salió rápidamente por los caminos del mundo para hablar, para decir, para entrar en todos los lugares», explicó el cardenal. Así, Pablo «había sido llamado por el Señor y enviado a dar esta buena noticia que es Jesucristo Nuestro Señor», y los cristianos estamos llamados a ser «testigos y anunciadores, no solamente palabreros». El testigo es «alguien que ha experimentado lo que el Señor ha hecho en nuestra vida, y lo anuncia». «Dios nos regala su vida –continuó el purpurado– para que seamos testigos de Él en medio del mundo, hombres y mujeres que hacemos y manifestamos con nuestras propias obras lo que de verdad somos», hijos de Dios y hermanos del otro.
Como en el Evangelio, Jesús se sigue acercando al hombre para decirle: «No se turbe vuestro corazón, tened fe en mí, creed en mí. No he venido a este mundo para engañaros». En estos momentos de pandemia, el cardenal Osoro reconoció que «naturalmente» hay turbación, preocupación, pero en medio de la dificultad, el Señor nos pide poner nuestra vida en Él.
El arzobispo de Madrid aseguró que «todos nosotros somos como Tomás, el que le preguntaba siempre», el incrédulo. Pero ante las preguntas hay una seguridad, «el Señor nos lo ha dicho: yo soy el camino, yo soy la verdad y la vida. Hay que encontrarse con Él. Y el encuentro con el Señor supone abrir la vida a Él». El purpurado afirmó que cuando a uno le pasa esto, «ve la diferencia que existe a cuando está cerrado en sí mismo, que las medidas son las suyas», y comienza a tener la «capacidad de ver que siempre estamos en manos de Dios, que nada está perdido, que siempre hay presente y siempre hay futuro, porque nos lo ha dado Él».
